Salimos del banco, felices con los yuanes duramente conseguidos, volvemos sobre nuestros pasos y damos con una plaza enorme, pero grande, grande y que quizás se considerase el centro de la ciudad.
Al pasar por la plaza una señora muy mayor y muy pequeñita está tratando de quitar infructuosamente el candado de una bicicleta y entonces me pide ayuda. Me sorprende porque a pesar de que hay cerca un grupo de media docena de jóvenes enfrascados en sus redes sociales, me lo pida a mí. He debido infundirle seguridad o es que tengo cara de “roba bicicletas”. Porque imagínate que lo que estuviese haciendo la abuelita fuese un hurto y que me cogen con las manos en la masa. Bueno, pues se lo he abierto y me ha dicho gracias, “xiexieni”, varias veces.
Regresamos a la estación y comemos en el mismo restaurante de bufé de la cena de ayer. La sorpresa es que a pesar de que es solo la una de la tarde ya no queda casi nada. Y es que aquí empiezan a comer antes de la 11 y ahora debe ser como en España ir a las 5 de la tarde a comer a un restaurante.
Marisa quedó tan satisfecha de su masaje y pedicura ayer que he decidido probarlo también.
Así como por la noche estaban cuatro empleados ocupados y había cola esperando para atenderlos, hay estaban todos ociosos. Así que me ha atendido una joven que me ha dado un enérgico masaje de espaldas, hombros y cuello mientras mis pies estaban en un placentero baño de agua con algún producto, espero que rejuvenecedor.
Cuando ha llegado la ceremonia de la pedicura me he acordado de como mi sindactilia sorprendió y despistó al masajista ciego de Denpasar. Pero esta joven con cara de japonesa ingenua de los grabados del XIX no ha dicho nada.
Ha acabado con otro enérgico masaje de pies y uno suave de pantorrillas.
Ha sido mi primera experiencia de pedicura, pero al salir de allí me he sentido como Mercurio. (Licencia poética. Perdón).
Una particularidad es que como cortesía te dan un vasito de agua caliente que te van rellenando conforme te la vas bebiendo. Ah, y también han encendido la tele para nosotros para que viéramos una telenovela de corte histórico revolucionario. Mis nietos varones suelen criticar la falta de veracidad de las películas del oeste antiguas cuando hay tiros, pues en este caso se hubiesen vuelto locos: no he visto revolucionarios con peor puntería.
Tras recoger las maletas en el hotel nos vamos a la cercana estación de ferrocarril y está casi vacía para su enorme tamaño. Y por primera vez en el control de identificación se fían de nosotros y no nos escudriñan los pasaportes.
En una tienda de la estación vemos el famoso jamón de Jinhuá: una caja con un trozo que pesaba un kilo 540¥. Unos 75€/kg.
(Para que te hagas una idea si lees esta crónica dentro de unos años: el precio de un jamón normal en España es ahora de unos 25€/kg).
Marisa me pide que le haga una foto delante de un anuncio del jamón y dos jóvenes aprovechan para pedir hacerse una foto de ellas con nosotros. A cambio yo les pido una con ellas y Marisa. Ayer dos fornidos jóvenes también me pidieron fotografiarse conmigo. ¡Menos mal que no me pidieron que los abrazase como en Wuzhen!
El tren pasa por campos inundados, imagino que de arroz, alguna población mediana y también por algunas de nombres desconocidos para mí pero dado el tamaño de sus rascacielos como colmenas seguro que de varios millones de habitantes.
Y en todos los viajes nos ocurre alguna jaimitada.
Empiezan a pasar con los carritos ofreciendo bandejas de comida pero nosotros esperamos. Como lo del carrito nos parece complicado, pues el personal sabe lo que contienen las bandejas, pero nosotros no, vamos al que debía ser el vagón restaurante, que es una parte de un vagón donde hay un pequeño mostrador en el que muestran todo lo que tienen. ¿Y qué tienen a las 7 de la tarde? Solo unas bandejas de cuellos de pato. ¡Vaya cena! Porque no estaban mal, pero ¿tú sabes cuánta carne tiene un cuello de pato? Pues poca, muy poca y además difícil de comer. Menos mal que veo a un joven que come un bol de sopa, de esos que venden en las tiendas y a los que solo hay que añadir agua caliente. Así logro que la joven azafata nos venda dos cajas de aquellas y entre el joven de la sopa y el revisor nos ayudan a echar agua caliente que hay en todos los vagones. Al final hemos salvado la cena pero no ha sido nada memorable.
Y así llegamos a Yichang.
He buscado un hotel próximo a la estación de ferrocarril pero según Google Maps no lo bastante cercano, pues dice que está a 20 minutos andando y hay que atravesar un nudo de autopistas y encima es bastante tarde, que quizás cerca de las 11 de la noche no te parezca “muy de noche”, pero es que aquí empiezan a cenar a las 5 de la tarde. Total que cogemos un taxi porque ahora sí que estamos “perdíos”. Y al taxista no le ha debido hacer mucha gracia pues estábamos tan cerca que no ha pasado su taxímetro de la bajada de bandera.
Recuerda que en China no funciona nada de Google y el mapa lo llevamos en papel. Así que nada interactivo.
El hotel se llama “Lavande”. (En su publicidad aprovechan el signo “and” y aparece como “Lav&e”). Y así está dedicado a esta planta. La recepción enorme y es que luego descubrimos que está compartida entre dos hoteles diferentes. Las recepcionistas son amables, mucho, pero seguimos con el mismo problema: nada de inglés.
Nos dan el piso 26 de los 27 que tiene el hotel.
Creo que nunca he estado en un piso, tan alto. Puede ser una maravilla por las vistas, pero no quiero ni pensar qué pasaría en caso de una evacuación. Y encima luego descubriré en el armario de la habitación dos máscaras para el caso de un incendio. Vaya, para que no te mueras asfixiado, solo quemado o aplastado. Pero con tus pulmones intactos. Creo que sería mejor que en lugar de esas dos máscaras pusiesen dos pastillas de cianuro, con sabor a menta, por ejemplo.
NB
Esta foto, obviamente no es del incendio del hotel, que también seria casualidad, que es de una fiesta popular llamada «La encamisada» en Estercuel.
Es un hotel de los que llaman “boutique”, que no tengo claro qué es lo que quiere decir.
La habitación está muy bien, muy limpia, grande, con un gran sillón (eso siempre me hace recordar a mi amigo Luis y sus exigencias silloneras) y con todos los adelantos tecnológicos que puedas imaginar como un botón para cerrar y abrir cortinas, visillos, música cuando te duchas, una pequeña pantalla al lado de la cabecera con múltiples opciones, pero que no he sabido utilizar. Y la opción más graciosa, que nunca había visto: cuando estás en el baño puedes pulsar un botón y en el pasillo al lado de tu puerta aparece un “Espera que estoy ocupado”, aunque realmente quiere decir: “Lo siento, estoy en el trono”. Por otro lado un tanto indiscreto, pues cada vez que pasas por delante ves el letrero si está encendido.
Pero un hotel estupendo.
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