24. China 2019. 13 de abril, sábado. Duodécimo día de viaje. Hangzhou. Día 4. Wuzhen. Segunda parte.

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Llegamos a la entrada de la “West Scenic Area”, Xizha, y al ir a sacar los billetes nos mandan a una ventanilla donde la joven habla inglés. ¡Por fin! Buda y Mao sean alabados.

Me apresuro a explicarle con el pasaporte lo mayores que somos y efectivamente tenemos un precio especial: de 150¥ a 100¥, lo que para el nivel de vida de este país me parece bastante caro: 20€ para el billete normal. Ten en cuenta que a diferencia de otros países asiáticos, excepto Japón y Corea, pero especialmente en la India, aquí no hay diferencia de precio entre los nacionales y los extranjeros. Creo que sí encontré el año pasado que algún descuento de mayores no se aplicaba a los extranjeros, pero por lo menos no te crujen como los indios.

La joven nos recomienda con buen criterio, y sin saber que en la primera puerta nos podemos pasar todo el día, que saquemos las entradas solo para la “West Zone”, pues ya son las 12 del mediodía.

Y antes de entrar ya te encuentras a una gran multitud de chinos, vaya de visitantes, que es normal que sean chinos y no de Guadix, por ejemplo. Es sábado, primavera y este pueblo debe tener una gran fama en este país. Y se merece esa fama: es una maravilla, a pesar de la muchedumbre que a veces hace difícil deambular por aquellas estrechas callecitas.

Está todo más que limpio, con abundante servicios y papeleras por todos los sitios. Estas las tienen disfrazadas para que no desentonen. Luego dirán que los chinos no son cuidadosos.

La verdad es que de vez cuando te dan un empentón y ni se disculpan, ni siquiera sonríen. Si además no escupiesen con tanto fragor serían un pueblo admirable.

Damos con unos mástiles con telas colgando de una antigua fábrica de tinción de textiles en color índigo y Marisa se vuelve loca con las fotografías.

Hay una especie de plaza con mástiles entre los que paseamos los visitantes y parece un laberinto vertical. Vaya, de esos desde donde no sabrías salir si fueses un pájaro.

Desde luego es un entorno de lo más fotogénico, mires por donde mires.

Y no solo el exterior, también el interior de esa antigua tintorería es muy interesante.

De un grupo de jóvenes se destaca una encantadora jovencita  y me dice que si nos podemos abrazar para una foto. Ha sido muy divertido. Hablo con ellos y me explican que vienen de Shanghái. Luego me piden que escriba mi nombre en una tarjeta. Así que igual me he hecho de una secta de abrazadores. Mientras no me pidan dinero o la donación de algún órgano…

Bueno, realmente debo ser ya de la secta pues uno del grupo no ha podido resistirse y me ha pedido otro abrazo. Y yo dado su tamaño tampoco le he podido decir que no.

En una pared un discreto letrero en chino  y con “No Graffiti”.

Imagino que como en chino es más larga la escritura debe ser más conminativa con expresiones tipo “Al que escriba en la pared le cortarán las dos orejas y si es reincidente los párpados”, porque no se ve ni una pintada. Ni siquiera de esas pequeñitas  a lápiz con un corazón con “Gorka & Yesi”. Nada. Que da mucho gusto.

Deambulando por allí damos con un puestecito de comida y hacemos como los turistas chinos: una mazorca hervida de maíz y un huevo duro cada uno.  Más tarde nos compraremos en otro puesto una pata que debía ser de alguna anátida, pues parecía muy grande y dura para ser de pollo.

Por el canal además del tráfico continuo de barcas con turistas se pasea un señor con cormoranes pescadores. Vaya, es una pieza de atrezo pues aunque los lleva atados a la barca y suelta a alguno de vez en cuando, ninguno pesca nada y si pescase (que en aquel canal con aquel tráfico sería un pez atontado) se lo tragaría pues estos turistas chinos ya han olvidado que los pobres cormoranes que se utilizan para pescar llevan una argolla en el cuello para que no se traguen la presa y estos estaban como los de mi pueblo. Que también tenemos cormoranes.

En un callejón la pared está repleta de tablillas de esas a las que son tan aficionados los orientales para pedir deseos.

Marisa capta a una joven que con fruición (y un chupachups) escribe unas cuantas de esas peticiones. No me he atrevido a preguntarle por sus deseos. Vaya, atreverme, atreverme, sí que me atrevía, pero lo de la barrera lingüística… ¡Maldita torre de Babel”!. Ya ves, ahora todos hablaríamos solo babilónico, hasta el Sr. Puigdemont. Bueno, este hablaría alguna versión del babilónico, por ejemplo el murabiano.

Bueno, ya sabéis que los babilonios no hablaban babilonio sino acadio, lo de arriba ha sido una licencia poética. Y lo del murabiano una licencia inventiva necesaria para el desarrollo del relato.

En un canal encontramos a un grupo de remeros disfrazados de repartidores de butano de la dinastía Qing. Lo curioso es que no llevan botellas en su bajel.

Pero a lo peor eran galeotes, pues el que dirigía lo hacía con un gran tambor como en las pelis de piratas. Por lo menos a estos butaneros no los azotaban al mismo tiempo.

Hay varios museos, algunos interesantes y otros no tanto y el dedicado a la costumbre de atar los pies para que no creciesen, un horror. Y era curioso que el nombre de los recintos a visitar estaba en chino e inglés, pero también en alemán.  Así el “Chinese Footbinding Culture Museum” también se llama “Ausstellungshalle kleiner Frauenschube der chinesischen Feudalgesellschaft”.

Aprovecho para brindarte esta frase como palabra clave cuando la necesites para una aplicación que se queja de que la tuya no es robusta.

 

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