42. Hong Kong-Macao-Shanghái. 2018. 8 de abril, domingo. Vigésimo día de viaje. De Macao a Shanghái pasando por Hong Kong.

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Hoy ha sido un día de mucho viaje, pero de pocos “sucedidos».

Ya tenemos el billete para el ferry de las 12, así que lo único que hay que hacer es esperar el “bus de cortesía” que nos llevará del hotel hasta la “Outer Terminal”.  Y hacer la maleta, que sí puede ser un pequeño problema pues vinimos con ella llena y con la ropa puesta y al subir la temperatura ahora nos sobra  y la debemos empaquetar. Ese es un problema derivado de “salir con fresco” y “regresar con calor”: más ropa de la cuenta. Pero al final ha entrado todo.

Cuando estamos en la recepción del hotel esperando el autobús vemos a gente entrando en el casino, sección “slots”, y pienso en la pasión que representa el juego y el problema que puede ser para quien lo padece.

Hoy el día ha amanecido estupendo para los turistas: fresco, 20ºC, y sol radiante.

En 10 minutos estamos en la estación marítima y podemos embarcar en el de las 11:30.

Como sales de una ciudad que tiene la categoría de SAR, ya sabes, “Special Administrative Region”, debes hacer los trámites de pasaporte y aduana, pero va muy rápido. Y en una hora estamos en Hong Kong.

Una advertencia para tu próximo viaje: cuando dicen que los barcos van a Hong Kong quiere decir que van al embarcadero de Sheung Wan, que está en la “isla de Hong Kong” y cuando van al Hong Kong “continental” dicen que van a Kowloon.

Al llegar a Hong Kong, a pesar de que teníamos el visado de cuando llegamos parece que no vale y tienes que volver a rellenar un formulario y pasar el proceso.

Con el metro llegamos a la estación de Hung Hom. Allí vamos a la sala de espera del tren que va a Shanghái y entonces te percatas de que aunque estás todavía en Hong Kong, ya no es la ciudad que conocías, ni tampoco Macao, que aquello ya debe ser la China de verdad, por el comportamiento del personal y por las maletas enormes que transportan la mayoría.

El billete del tren dice que debes llegar 90 minutos antes para las formalidades de la salida, pero realmente la única “formalidad” especial es que pasas las maletas por un escáner, así que llegas en 5 minutos a esa sala de espera y debes estar allí hasta 30 minutos antes de la salida del tren.

Un consejo: si te queda algo de dinero en la tarjeta de transporte de Hong Kong, la querida “Octopus”,  puedes gastártelo allí en un par de tiendecitas de galletas y bocadillos, que será hoy nuestra comida, pues por culpa de los 90 minutos recomendados no nos ha dado tiempo para más.

Abren la cancela de acceso a nuestro tren, el Z100, y bajamos todos en tropel hasta los vagones. El nuestro tiene 11 vagones más uno restaurante  y un cantidad de personal como no había visto igual.

Tiene tres clases de acomodación: “Luxe Soft Sleeper”, “Soft Sleeper” y “Hard Sleeper”. Y tres precios  diferentes en esta última clase según sea “lower”, “middle” o “upper”.

El   de “Luxe”, según he comprobado in situ, son compartimentos con dos camas en litera, un sillón y un retrete. Esto último lo he deducido, pues todos tenían la puerta cerrada y ese único vagón no tiene servicios.

El “Soft Sleeper” tiene dos literas  a cada lado y fijas. Y el “Hard” imagino que tres literas por lado, dadas las tarifas diferentes.

Cuando llegamos al nuestro hay una ciudadana china ocupándolo. Le explico que allí estamos nosotros y que el suyo es otro. Al final lo ha entendido y afortunadamente vamos solos, así que se plantea un agradable viaje.

Otra advertencia: en este recorrido (no sé en los otros del ferrocarril) no hay precio especial para mayores, excepto que seas ciudadano de Hong Kong.

Este tren, por lo menos nuestra clase, tiene una interesante particularidad: dispone de un termo en cada compartimento y en un extremo del vagón hay un grifo que proporciona agua caliente, como recién salida del infierno. Y el personal que lo sabe se compra esos vasos de sopa para añadir agua caliente y se trae infusiones de su casa y un vaso. Porque aunque te parezca mentira en el vagón restaurante no hacen ni té, ni café.

 

Así que Marisa ha tenido la feliz idea de coger una botella de agua de plástico vacía, llenarla de agua caliente y echarle dos bolsitas de té. La pobre botella se ha arrugado de lo caliente que estaba el agua, así que con dificultad, pero nos hemos podido beber el té.

Y ya veo que esto de la China puede no resultar tan fácil como Hong Kong o Macao, porque hemos ido al vagón restaurante para husmear que se podría comer  y nos han dicho que hasta las 6 y media no lo abrían. Pues a esa hora ya llevaba un buen rato abierto y todas las mesas ocupadas. Afortunadamente una joven camarera ha pasado con un carrito ofreciendo  bandejas de comida: una cena estupenda y nada picante. Veremos si mañana podemos desayunar.

Cuando estás cerca de abandonar el territorio de Hong Kong encuentras un terreno totalmente rural, con algunas pequeñas casitas e incluso algún huerto. Algo que te sorprende después de haber estado en lo que entiendes que es Hong Kong: grandes rascacielos y muchísima gente. Más tarde entras en Shenzhen y vuelves a encontrarte con una gran ciudad y mucho movimiento en las calles. Y así estás con edificaciones continuas hasta llegar a Guangzhou, la antigua Cantón. Allí nuestro tren se ha tirado parado como una hora.

Marisa intenta conectarse con el teléfono a la wifi que informa un letrero que tiene el tren. ¿Tú sabes chino? Pues sabrás que todos los mensajes aparecen en este idioma y no tienes ni idea de donde poner el dedo. Hay una joven en el pasillo, Linda, y le preguntamos. Ella se lo pregunta a su vez a un empleado y nos dice que no funciona. Pero ha resultado ser una persona muy simpática y parlanchina. Se ha quedado de piedra cuando le hemos explicado que veníamos de Macao, donde habíamos pasado seis días  y no por el juego. Ella es de Hong Kong y nunca ha estado allí.

Nos ha recomendado que visitemos, haciendo noche, Hangzhou y Suzhou. Estaba tan entusiasmada con estas dos poblaciones que no he querido decirle que ya teníamos hotel reservado para todos los días en Shanghái.

En este vagón no se puede fumar, pero sí en el descansillo, así que no podemos evitar la peste que provoca algún fumador.

Al pasar por algunas poblaciones compruebo que muchos pisos de algunas casas tienen rejas en los balcones como en Macao. Así que al final resultará algo propio de la idiosincrasia china y no solo de aquella población. Porque algunas de esas casas tenían un aspecto tan pobre que resultaba extraño pensar que alguien pudiese entrar allí para robar algo.

Y a pesar de la fama de gritones que tienen los chinos en este vagón no se oye un alma, aunque antes de las 7 de la tarde ya ha pasado una empleada corriendo las cortinas, tipo visillos, del pasillo como indicando “toque de silencio”.

Aprovecho para escribir este borrador y para leer cosas de nuestro próximo destino pues apenas he leído nada.

NB

Cada vez estoy más satisfecho de mis cuentas.

Salgo de Hong Kong con la tarjeta Octopus a cero y con unos pocos dólares que cambiaré en Shanghái por yuanes, pero el problema eran las patacas de Macao, pues hemos leído que solo las cambian allí: me han sobrado 3 patacas. Un éxito.

 

 

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