43. Hong Kong-Macao-Shanghái. 2018. 9 de abril, lunes. Vigésimo primer día de viaje. Shanghái, día 1. Primera parte.

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Me puse a dormir a las 10 de la noche y me he despertado a las 7 y media. He dormido mejor que ningún día.

Alguna vez he escrito que parece que estoy hecho para vivir en los aviones, pero creo que lo estoy para vivir en los trenes. ¿Tendrá algo que ver que mi abuelo paterno fuera ferroviario y lo mismo mi padre? Tendré que volver a leer a Darwin.

Pasa la joven de ayer con un carrito con el desayuno y le cogemos dos: un cuenco de arroz tipo “arroz con leche”, pero sin leche, y una cajita con fideos y un huevo duro. Lástima que no se pueda tomar un té o un café, aunque lo resolveremos con la botellita (arrugada) de ayer.

Ahora ya podemos ver le paisaje: campos y ciudades nada especiales. Quizás la diferencia de estas con las de otras partes del mundo sea que no se ven campanarios, ni minaretes.  ¿Estará de verdad extirpada la religión?

Sí se ven de vez en cuando grandes bloques de pisos, pero más pequeños y más espaciados que las colmenas de Hong Kong.

Aparecen urbanizaciones como las de Pozuelo de Alarcón, pero, imagino, sin ricos en su interior.

Algunas colinas boscosas y huertos cultivados. La diferencia con los nuestros es que estos tienen unos caballones altísimos. Los vi en algún otro país, pero no recuerdo donde. No sé si será para regar mejor, o por el contrario para desecar el terreno, pues hemos visto muchos ríos y espacios con agua.

Cada departamento tiene una pantalla de televisión en cada litera. Afortunadamente no funcionan pues sería un desastre cuatro teles con cuatro programas diferentes funcionado al mismo tiempo. ¿A qué mente preclara se le ocurriría la idea?

Sí hay música ambiente con un mando en cada compartimento que transmite música china tipo balada.

Le pregunto a una especie de jefe de tren que pasa por allí a qué hora llegamos: “Ten o’clock”.  Le pido que me lo escriba y pone 10:37. Imagino que voy a tener problemas de comprensión todo el viaje.

Vuelve a haber casas con rejas en los balcones. Definitivamente forma parte de la idiosincrasia china.

Otra característica es que la gente tiende la ropa en las ventanas; la gran diferencia es que muchos lo hacen en tendedores perpendiculares a la fachada, y no paralelos como nosotros, y que por el tamaño de las sábanas que han colgado miden más de 2 metros.

Ya estamos cerca del destino y la gente empieza a animarse, así tres señoras salen al pasillo y se ponen a charlar animadamente como chinas que son.

Es curioso porque a pesar de que todos tenemos nuestro asiento hay algunos viajeros que se sientan, por cierto de forma bastante incómoda, en los pasillos.

Nuestra vecina Linda viene a despedirse de nosotros y nos pregunta si tenemos visado para entrar en China y antes de responderle dice algo así como “¡cómo no van a tenerlo si viajan por el mundo!” Y eso que no le habíamos hablado nada de nuestros viajes, pero sí se quedó sorprendida no solo de la cantidad de los días que empleamos en Macao, sino también de que lo hiciésemos solos.

Llegamos a Shanghái unos minutos más tarde de lo previsto. Allí formamos una larga fila pues controlan todas las maletas por un escáner y además olfatean con dos perros. Y el personal va cargadísimo.

Antes del control leemos en un cartel que no se puede llevar entre otras cosas fruta fresca y Marisa lleva dos kiwis, así que cuando nos preguntan lo declaramos a un funcionario. Hay que dejarlos. Entonces nos dicen si queremos un recibo por ellos. Ha sido algo tan inesperado y poco habitual que no lo he entendido hasta que lo he hecho repetir un par de veces. No, no queremos recibo. Como nos han visto tan concienciados le dan a Marisa un folleto con las normas.

En la fila solo había otra extranjera, una joven canadiense quien también se acaba de enterar de lo de la prohibición de las frutas y nos ha confesado que lleva, pero que no las va a declarar pues le parece una tontería. Lo que a mí me parece una tontería es exponerse así por tan poca cosas como unos plátanos.

Y llegamos por fin al paso de la frontera, al control de inmigración. Me sorprende que con los problemas que hemos tenido para obtener el visado no nos lo hayan pedido hasta ahora. O sea, que puedes coger el tren y llegar a Shanghái sin él, pero, ¿qué te pasará  entonces? ¿Te devuelven el mismo día con el tren de vuelta?

En este control tienes que poner las manos en un aparato que te las escanea. Un letrero dice que eso es obligatorio  desde los 14 a los 70 años. Le insisto a la policía controladora que tengo más de 70, pero no me hace ni puñetero caso: que ponga los dedos en el aparato.

¿Será porque los legisladores chinos creen que los mayores no podemos delinquir?

Y ya estamos en China, en la de verdad, cuando salimos de la estación. Una gran plaza con bastante personal por allí. Pensamos coger un taxi para ir a nuestro alojamiento, pero la parada de taxis es subterránea o por lo menos  se va por unas escaleras que bajan hacia alguna parte, así que decidimos ir primero a comprar la “Transport Card”, que la guía recomienda para poder pagar sin problemas todos los transportes incluidos los taxis. Esta tarjeta no proporciona un precio especial para los viajes, sí para los mayores, pero te facilita la vida.

He preguntado al último policía de control antes de salir y me ha dicho que la tarjeta  se compra en la estación de metro  que hay delante de la estación del ferrocarril. Y de nuevo cuando entras en aquella  enorme estación te vuelves a dar cuenta de que aquello es ya China: colas de viajeros delante de las máquinas expendedoras de billetes, gente por todas partes y ni un mapa de metro en inglés, vaya con caracteres latinos. Y es una gran putada porque esta red tiene, o tenía, 14 líneas con 366 estaciones y más de 600 km a los que se piensan añadir otros 250 más.

Pero al fin logramos encontrar el lugar donde nos venden las dos tarjetas.

Y ya en aquel laberinto hemos decidido ir al hotel en metro. Facilísimo, por lo menos esta mañana que no debía ser hora punta y eso que hasta hemos hecho transbordo y todo, lo que para el primer viaje no está nada mal. Nada mal, excepto que en un frenazo del convoy le he dado un codazo en el pómulo derecho a una joven viajera.

Salimos directamente en “East Nanjing Rd”, una de las calles más famosas (o la que más) de esta ciudad.

En la calle oímos un tambor que suena como si lo tocase un mono de los que acompañaban antes a algunos músicos ambulantes. Luego comprobamos, sorprendidos, que es una señora que está en el quicio de una tienda, imagino que para atraer clientes  o quizás, mejor, para que no entren los malos espíritus.  Ni los buenos.

Al nuevo albergue pertenece a YHA China, pero como todo ya es China-China, que no Hong Kong.  Después de lo bien que estuvo aquel me temo que los demás los vamos a encontrar peor. Este tiene la gran ventaja de su situación al lado de  “East Nanjing Rd” y de “The Bund”.

Lo primero es ir a cambiar pues aunque traemos yuanes desde España, en este “hostel” no admiten pagos con tarjeta y hay que pagar en efectivo y al llegar.

Pregunto a un policía por un “bank” y entiende que quiero ir al “Bund”. Mira que es fácil “bank” y que además me esfuerzo para pronunciar la ene y la ka final. Pues nada.

Llegamos al banco y una empleada conserje al decirle que quiero “change” me saca un papel en inglés con las normas: pasaporte y “taxpayer identification number”, TIN, y documento acreditativo.  Le digo que no tenemos TIN (y menos documento acreditativo de ese número) y ella que sin él no se puede cambiar.  Entonces me recomienda que vayamos a un hotel para hacerlo. Y cuando estamos a punto de irnos, derrotados,  le saco el DNI y le digo que eso en mi país es el TIN. Me hace rellenar un formulario con todos los datos imaginables y después de una corta espera me atiende una agradable señorita que escribe, escribe y escribe, teclea, teclea  y teclea, coge los billetes  y los mira y los mira….pues resulta que además de cambiar los euros aprovecho para desprenderme de los últimos dólares de Hong Kong. Pero, para cambiar 100€ ¿por qué querrán saber cuándo y dónde he nacido? La verdad es que cuando leo por la noche la copia del formulario que he rellenado se me hace todavía más inescrutable el alma oriental. (Ya ves que aquí “oriental” es una licencia poética tipo metonimia). Porque si no tienes TIN, y la portera no me había dado ninguna opción de no tenerlo, dice que selecciones las opciones A o B.

A-El país de residencia donde el individuo es residente no emite TIN a los residentes.

B- El “Account Holder”, o sea yo, no puede obtener el TIN. En este caso explique el motivo.

Total que el TIN debe ser como el NIF y en mi caso con el DNI creo que he obrado legalmente.

Pues además la simpática empleada me ha dado un certificado de su banco conforme he cambiado esa cantidad de dinero, papel que sería necesario si antes de  24 meses quiero convertir  el renminbi a una moneda extranjera.

¡Qué vergüenza me da el trabajo que le he hecho hacer para 100€! La próxima vez cambiaré por lo menos 170.

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