Desde el mercado de las flores nos vamos andando hacia la casa de Tagore.
Pasamos por el “Bara Bazar”, barrio que alguna vez hemos visitado como turistas pues tiene entre otros lugares de interés la catedral católica de Calcuta de la que dije en mi anterior visita que era “lo más kitsch que hay en el mundo católico” y una iglesia armenia de la que dice la guía que es la más antigua de culto cristiano de esta ciudad.
Te dejo el enlace de mi anterior viaje del 2012.
Y de este barrio vuelvo a copiarme de aquella visita, donde escribí: “Es un conjunto de callejuelas a las que la guía las define como “most vibrantly chaotic alleys” de Calcuta. Y tratándose de esta ciudad ya te puedes imaginar qué significa. Impresionante”.
Pues sigue igual: la India en estado puro.
En el camino un barbero está afeitando a un cliente en la acera.
Les ha encantado que Marisa los fotografiase, pero hubiese sido lo mismo en caso contrario dado que ninguno de los dos podía hacer ningún gesto, pues, por supuesto, el afeitado era a navaja y en aquel momento le estaba trabajando el cuello. Pero la verdad es que posaron complacidos. Y les habíamos pedido permiso para hacerlo.
Pasamos por una especie de corrala y entramos a verla.
Allí se afanan media docena de cocineros, que no sé si es que hacían la comida para toda la comunidad de los vecinos o para un restaurante, o quizás para alguna sociedad caritativa que alimentase a los menesterosos del barrio.
Ya sabes, una obra de misericordia: “Dar de comer al hambriento”.
En una calle encontramos una instalación eléctrica modelo: viendo estos montajes te percatas de lo difícil que es controlar a una parte de la población y sus hábitos de vida.
Lo anterior, con su punto cutre, no es óbice para que estas calles, este barrio, no sean un lugar con una gran vida callejera y con un colorido más allá de lo que puedas encontrar en cualquier otro lugar de la tierra.
Y no solo los productos, también los vendedores.
Que hasta los tendedores de ropa puesta a secar son fotogénicos.
Así llegamos a la famosa casa del escritor. La entrada un poco cara para el nivel de vida indio y por supuesto con un precio diferente para nosotros.
Yo te diría que es para verla una vez, a no ser que seas un fanático de ese personaje y pases allí la mañana. Vaya, que es interesante pero no mata. No permiten hacer fotografías, aunque tampoco podrías hacer casi ninguna.
Es un palacio donde se exponen informaciones del escritor junto a citas en bengalí (eso imagino), muchas de las cuales traducidas al inglés. Pero no hay apenas mobiliario u objetos personales.
Dejamos la casa y nos vamos camino de la catedral católica. En el camino encontramos grandes almacenes, más bien pequeños, y como estamos (sobre todo Marisa) en “modo compras” entramos para echar un vistazo.
La entrada muy controlada. Una guardia de seguridad te coloca una brida en cada bolsa o mochila que lleves.
Le pregunto si hay restaurante y me contesta que sí, que una “food court”. En otros países entienden por ese nombre un conjunto de restaurantes que ofrecen diferentes tipos de comida y cuyo número va de cuatro o cinco a dos docenas. Aquí es un mostrador de metro y medio con unos sándwiches y cuatro buñuelos y tres mesitas. Pero es la hora de comer y nos quedamos allí.
En otra mesa hay un señor hablando con otro y mueve la boca y la cabeza de una forma muy rara. La boca como la de Carlos V, o sea prognato y la cabeza forzando el cuello hacia arriba y de repente caigo que es que está masticando “paan” y debe llevar la boca llena de esa saliva rojiza y como no está en la calle no se atreve a escupirla.
No está en la calle, pero va a una papelera y descarga allí la papilla y después ya habla de una forma normal.
Cuando salimos a la calle está lloviendo y se nos ha acabado el día de ver cosas. Ya sabes, la lluvia es el enemigo público número uno del turista y si estás en Calcuta más todavía.
Logramos coger un taxi, pagando el doble de lo normal, aunque nos pide el triple, y regresamos al hotel. Y da gusto cuando, los elementos te son adversos encontrarte un reducto donde te sientes a gusto y este alojamiento lo es.
Cena sencilla y copiosa en un restaurante de tipo cadena especializado en «momos», ya sabes esas empanadillas tibetanas.
PS
Hoy hemos visto (y fotografiado) una de esas escenas que describí en una crónica: dos gordos, madre e hijo, subidos en un rickshaw, pero los de tracción humana. Por un lado te da un poco de pena (ya nunca los he cogido), pero por otro piensa que si no los utilizan, aquellos pobres “hombres caballo” se quedan sin trabajo. Claro que dado el volumen podrían haber cogido dos vehículos, pero eso ni se le pasa por la cabeza a un habitante de esta ciudad.
07/03/2021 a las 09:28
se me ocurre pensar como adivinarán si hay una incidencia en ese enjambre de cables, cual es el que falla?
(creo que comentaste que directamente «tiran» uno nuevo y arreglado)
07/03/2021 a las 12:08
Imagino que es el «usuario final» que cuando se queda sin suministro coge el cable desde su casa y llega hasta la avería. Y si no lo tiene claro, como dices tú, pues echa otro nuevo.
Pero de todas manera algo incontrolable.
Pura India.