Llegamos a la casa de Sri Aurobindo y también está cerrada, aunque el jardincito sí se puede visitar, pero con la particularidad de que la mitad debe hacerse descalzo. ¡Malditos zapatófobos!
Porque allí ni hay tierra sagrada, ni puedes ensuciar el terreno, pero debe ser que en esta parte del espacio les gusta que el personal toque la tierra con sus pies y quizás así se consiga algún efecto positivo de energía. No se me ocurre otra tontada semejante para la prohibición.
Sri Aurobindo.
Wikipedia dice de él que “fue un maestro de yoga, poeta y filósofo indio que defendió la independencia de la India y de quien algunos afirman que fue un descubridor de nuevos caminos de acercamiento a la divinidad y conocimientos sobre la Tierra y el universo”.
Aunque nació en Calcuta a los 7 años de edad fue enviado a Inglaterra y a los 17 ingresó en Cambridge gracias a una beca.
“Después de haber adquirido los títulos necesarios para entrar en el servicio civil de la India, en el que no entró por haber rehusado presentarse al examen de equitación…”. Ole tus cojones: tienes unas notas buenísimas y para ser funcionario te piden que montes a caballo.
Una nota curiosa sobre su vida fue la muerte de su padre: este estaba esperando la llegada de su hijo a la India cuando le comunicaron que el barco en que regresaba se había hundido. Se murió al oír esta falsa noticia.
Regresó a la India y allí tuvo una gran actividad política y filosófica.
Es un personaje que merece una crónica entera por lo que te recomiendo que leas sobre él.
Y cualquier establecimiento comercial tiene la entrada totalmente adornada por la “Durga Puja”, que no sabes si es un concesionario de coches o es un templo.
Cerca del hotel encuentro uno de los asientos más increíbles que he visto: no puedo describirlo, hay que ver la foto.
Pero no es de un “tirado”, que es de alguien que controla la entrada de ese edificio importante. Y además te podrías preguntar que quién querría llevárselo. Pues allí lo tienes con un fuerte alambre atado a una gran piedra.
Por la tarde volvemos a ver el pandal que visitamos el primer día y que imita al templo dorado de Amritsar. Y aquello es una locura. Y somos tantos que apenas puedes ver nada, pues te conminan a que vayas rápido, muy rápido, aunque nosotros hemos aprovechado la benevolencia de un sij para pararnos un momento y poder cambiar el objetivo de la cámara. Porque es que no puedes hacer ni una fotografía.
Desde luego el montaje es impresionante y a los sijs de Calcuta se les cae la baba.
He leído en algún lugar que si quieres hacer fotografías de los pandals tienes que esperarte a que se acaben estos días, pero no sé a qué velocidad desmontarán estas enormes estructuras, ni si el “altar mayor” de estos pandals tan grandes también los sumergen en el río.
De regreso al hotel damos con otro pandal en el cruce de unas calles, pero de los normales, tipo “pandal de barrio” y ha sido mucho más interesante que el espectacular del templo dorado.
Encima del estrado había cinco brahmanes recitando sus oraciones y ejecutando sus ritos. Y todo es muy “mesmerizante” para mí aunque no entienda nada.
A esto añádele que había un grupo de media docena de músicos que casi acabaron en trance.
Y aun encontramos otro pandal, menos interesante que el anterior, pero al que merecía la pena echarle un vistazo. Ha resultado ser como el gran patio de una casa familiar donde les ha encantado que lo visitásemos y donde me he tenido que hacer la reglamentaria foto con los que parecen los jefes. Muy interesante.
Y siempre con un gran ambiente de gente andando por todos los lados de un pandal a otro.
A nosotros dos, “cristianos viejos”, nos recordaba la tarde de Jueves Santo cuando siendo niños íbamos muy arreglados (“mudados” se decía entonces) a “visitar los monumentos”. Se trataba de ir de una iglesia a otra para ver los altares que paradójicamente estaban totalmente tapados, cubiertos con telas moradas. Se rezaba algo y si en aquel momento lo que tocaba era el “oficio de tinieblas” se apagaban las luces y se golpeaban los bancos, el suelo, si era de madera, y los monaguillos que estaban ayudando al oficiante golpeaban con saña las matracas y hacían girar la carracas. Porque esto de los hindúes es raro, pero prohibir el uso de las campanas esos días porque había muerto el “Hijo de Dios” y sí permitir matracas y carracas…
Pues así éramos entonces.
Y aquí también van “de monumento en monumento”, “de pandal en pandal”.
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