De nuevo amanece con lluvia. Es una desgracia para un turista, pero no se puede hacer nada.
Como el autobús no sale hasta las 12 nos vamos a dar un paseo hasta la entrada del palacio de Topkapi.
Nosotros lo visitamos en nuestro primer viaje a Estambul y ahora descubrimos que hay otro acceso (no sé ni nuevo o no lo vimos entonces) que además es el principal y hacia allí se dirigen todos los turistas.
Es una buena alternativa a la lluvia, pero dada la cantidad de gente que va no creo que sea una visita muy placentera, a no ser que hagan grupos para su recorrido.
En nuestra última visita a esta ciudad también la lluvia nos obligó a refugiarnos en un museo.
En la puerta de entrada al recinto un par de soldados o policías, pero no en plan de decoración decimonónica con plumas, sables y vistosos uniformes, sino con ropa militar normal y armamento moderno.
Me pregunto que para qué servirán, además de para mostrar a dos espléndidos ejemplos del varón turco. ¿Pondrán en algún relevo de la guardia a uniformados pequeños y feos cuando no haya tanto personal por aquí?
Recuerdo que asistí a un relevo de la guardia en la “Puerta de la India” de Delhi: unos marinos de guerra altos y con una instrucción de desfile muy deficiente (vaya, que eran unos patosos) fueron relevados por un grupo de pequeñitos y orientales y muy marciales de un batallón del este del país. ¿Ocurrirá aquí lo mismo?
Un señor intenta vender un desplegable de postales. ¿Alguien lo comprará en estos tiempos? Parece una cosa de los años 50.
Más tarde pasamos por la entrada de Santa Sofía y también hay una cola considerable.
A las 11 ya estamos en la recepción del hotel, pues nos han dicho que nos llamarán un taxi ya que aunque podemos ir con tranvía, dado el tiempo, vaya, la lluvia, y el equipaje, hemos decidido hacerlo más fácil.
Que viene, que no viene, que si la lluvia, que esperemos, que no, que mejor que vayamos la calle a buscar uno, pues nuestro hotel está al final de un callejón sin salida y por allí, obviamente, no pasa ninguno.
Cogemos el equipaje, voy al paragüero que hay en la entrada y no está mi paraguas. Resulta que el hotel pone en la recepción un montón de ellos, de esos trasparentes mierderos, para que los clientes los utilicen y el recepcionista imagina que una joven pareja que acaba de salir ha debido coger el mío creyendo que era del hotel. Pero es que el mío, además de que es “el mío”, es especialmente robusto, pues me lo compro pensando en los viajes. Así que salgo disparado en su busca pero no los encuentro. Y buscarlos más nos retrasaría y ya vamos con el tiempo muy justo.
Veo una parada de taxis, pregunto a uno y me dice que tiene el taxímetro estropeado y que 40 liras. Afortunadamente no estamos en el salvaje oeste y yo no llevo un revolver en el cinto, porque si no desenfundo y le digo: “Cuarenta liras no, cuarenta onzas de plomo te vas a llevar como no pongas en marcha el taxímetro”.
Me cago en sus muertos y voy a otro. Que sí, que nos lleva con taxímetro.
Otro problema, además del poco tiempo que ya nos queda, es que la estación de autobuses a la que vamos, a pesar de estar en el centro de la ciudad, es muy poco conocida y tiene diferentes nombres. Así que le insisto si la conoce y si sabe donde está. Y todo con un bajo, casi nulo, inglés por su parte y mi nulo turco.
Llegamos con menos de diez minutos de tiempo. Y entonces descubro que hay tres recintos seguidos con el mismo o parecido nombre y nos deja en el más alejado del nuestro. Y ahí te das cuenta de la ventaja de la mochila con respecto a la maleta, porque correr lloviendo por una calle de Estambul con una maleta es mucho más difícil que con una mochila.
Y así echando el hígado llegamos a nuestro autobús, donde nos recibe una azafata rubia, pequeñita y gordita de la que luego descubriré que es georgiana.
Y como la estación está en el centro, el embotellamiento que hay hoy es monumental. Además nuestro autobús, como todos los de largo recorrido, es de tres ejes y cada vez que encuentra un coche mal aparcado (y aquí son legión) provoca nuevos atascos.
Pero al final salimos y cuando pasas el puente sobre el Bósforo ya estás en Asia y parece que empiece el viaje de verdad.
Consejos para un viaje en autobús.
No compres la primera fila, pues no podrás estirar las piernas. Además el chófer, el segundo chófer y el tercer chófer (sí, este lleva tres) no paran de fumar en todo el viaje y como está prohibido hacerlo se colocan en el asiento del copiloto y en la escalera y tendrás asegurada la corriente de la ventanilla y el humo.
Paramos a las 3 horas y media de haber salido, pero solo para recoger personal, aunque el autobús sigue sin estar lleno.
Luego cada vez que paramos para tomar algo, en unas buenas instalaciones, la azafata nos dice a nosotros que “twenty minutes”, durante los cuales tienes que ir al lavabo y comer o cenar. Así que paramos a las 16:25 y a esa hora no sabemos si es para una cosa o la otra.
Desde luego para esos menesteres paramos las suficientes veces, otra cosa es que seas fumador. Estos se tiran como endemoniados al asfalto en cada parada.
La diferencia con otros viajes anteriores es que en esta ocasión los baños de las áreas de descanso son gratis y antes eran de pago, quizás porque creo que son propiedad de la misma compañía que la línea de transportes.
Sigue lloviendo y de vez en cuando aparece la niebla.
Todos los campos por los que pasamos son verdes, no sé si de cereales o de pasto.
Como vamos siempre por autopista no se ven las ciudades y como nos dirigimos hacia el este se hace pronto de noche.
El autobús va muy rápido y aunque adelanta a muchos vehículos, muy pocos le adelantan a él.
Cuando la utopista tiene dos carriles por sentido siempre conducen por el de la izquierda, pero si tiene tres, también.
Descubrimos que el bus tiene wifi, pero cuando intentamos conectarnos la azafata nos dice que “problem”.
Hay una gran camaradería entre los tres conductores que no paran de fumar y de tocarse. Es curioso que aquí esté prohibida la homosexualidad.
Así llega la noche, yo me cambio a uno de los asientos posteriores vacíos y duermo como un tronco con las interrupciones de las preceptivas paradas para ir al lavabo o comer algo, siempre dentro de los “twenty minutes”.
PS
En este viaje en autobús de Estambul a Tiflis estuve leyendo la guía de Georgia.
Este libro está dedicado no solo a ese país sino también a Azerbaiyán y Armenia. Y así veo en el capítulo dedicado a “Gente” que durante 7 décadas, hasta 1991, los países del sur del Cáucaso formaban parte de un estado, la URSS, oficialmente ateo, pero que ahora hay un regreso a la religiosidad, que en el caso de Azerbaiyán es hacia el islam y en los otros dos hacia el cristianismo.
Y me surge una palabra que casi tenía olvidada de mis tiempos escolapios: el monofisismo que es la forma cristiana de la iglesia armenia de entender la persona de Cristo.
¡Qué cosas nos enseñaban y qué poco lo entendíamos! Solo que los herejes eran malos, muy malos y había que castigarlos.
Fíjate: la iglesia armenia fue la primera iglesia cristiana legal en el mundo. Desde el año 301 nada menos. (Creo recordar que los chipriotas también decían algo parecido).
NB
Te recuerdo que el edicto de Milán, llamado el de Constantino, fue promulgado en el 313.
NB a la NB.
Ese edicto fue firmado por Constantino, pero también por Licinio, pues uno era el emperador de Occidente y el otro de Oriente, respectivamente. Pues bien, nadie nombra ahora a Licinio. Bueno, me temo que tampoco mucho a Constantino.
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