52. India 2019. 18 de octubre, viernes. Vigésimo primer día de viaje. Majuli. Día 1. Tercera parte.

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Oímos que empieza el rito sagrado y nos dirigimos al namghar. Porque esta religión se caracteriza por su amor  a la música de tambores y platillos, O sea, que organizan un buen estruendo.

 

 

Y allí hemos pasado la tarde viendo bailes, oyendo su música y observando  como el “head master” sentado en un lugar  principal se aburría como una ostra, aunque debía estar despierto, pues de vez en cuando uno de los ejecutantes se acercaba hasta él y tocaba el suelo con la frente.

Una nota curiosa la ponía uno que en un principio nos pareció una señora, pero que debía ser el segundo del jefe pues también estaba sentado en un lugar importante, pero de menos categoría.

Tres o cuatro fotógrafos andaban dando vueltas por allí, entre ellos Marisa, pues era un espectáculo de lo más fotogénico, a pesar de que su vestimenta  no podía ser menos colorida: una especie de falda pantalón de color blanco, un “dhoti”, y tocados de un turbante también blanco. Solo el jefe llevaba un tocado especial y los que no bailaban o sea los monjes mayores, e imagino más importantes, que estaban sentados y destocados.

Realmente hipnotizante. Si no fuera porque tenía que estar pendiente de Marisa me hubiese sentado con los fieles en el cemento y hubiera seguido toda la ceremonia como ellos.  Pero la responsabilidad de ser cónyuge de una fotógrafa  me hizo ir dando vueltas de un lado para otro. Que hasta me temía que pusiera nervioso al amodorrado abad y enviase a alguno de sus sacristanes para que me sentase de una puñetera vez.

Una de las estrellas del espectáculo, o mejor del rito religioso, fue la danza de dos niños vestidos como niñas. Lo hicieron francamente bien aunque a mí se me escapaba todo su significado.  Como si a un hindú le hacen seguir un viacrucis.

Aquello parece que se acaba, pero es que entonces empieza una procesión que sale de la sala central y se dirige a un campo anejo donde han colocado mástiles muy engalanados.

En el camino foto con niños, y es que somos de lo más exóticos, aunque no  nos lo parezca.

Los fotógrafos van como locos y Marisa y yo les seguimos.

Sale la procesión y dan unas cuantas vueltas tocando tambores, trompetas y címbalos.

Los que no tocan instrumentos gritan o quizás rezan como perturbados.

El jefe, el subjefe y los ancianos venerables cierran el cortejo.

Uno de los ancianos se sienta-arrodilla en el centro con un altarcito y todos al pasar se postran delante de ese pequeño altar y el jefe lo hace con la mayor reverencia.

Una característica muy graciosa, y espero que muy fotogénica, es que un anciano llevaba un gran parasol para proteger al jefe de… pues no sé de qué, pues a esa hora ya no daba el sol. Lo diferente es que era un parasol pero sin mango así que lo sujetaba desde el centro y de lado.  Aquello podía ser ligero pero era tan grande que al cabo de un par de vueltas  el abuelo porteador lo cambiaron por otro más joven.  Porque además lo tenían que llevar a pulso como los legionarios del “Cristo de la Buena Muerte”.

En una de las vueltas, y dieron bastantes, el jefe me dirigió una mirada del tipo de “ya te he visto perillán que no parabas de moverte”.

El rezo acaba cuando encienden unos faroles que estaban sujetos en aquel entramado de mástiles. Y esa tarea la hacían los más respetables de los monjes y siempre con fuego que procedía de la llama eterna (?), que siempre está encendida en el namghar.

Aparece el chófer, pues el pobre debía pensar que con llevarnos allí a las 2 de la tarde a las 3 ya estaríamos más que hartos y eran casi las 5. Pero habíamos acordado que desde el comienzo de la ceremonia hasta su final.

Cuando estamos saliendo se me aproxima un señor muy interesado en nosotros y en nuestra estancia aquí.

Aprovecho para preguntarle cuántos monjes viven allí: 500. ¡Quinientos?

Estarían unos 150 todo lo más. Me hizo recordar ese apego a los múltiplos de 100 en los monasterios budistas de Sikkim: siempre había un múltiplo de 100 cuando preguntaba por el número de monjes que residían allí. Y en el caso de este señor la respuesta podría ser “unos quinientos”, pero si le pregunto a un monje de un monasterio por el suyo y me dice que “200”, pues no me lo creo.

Antes de marcharnos una familia nos pide fotografiarse. Sigo sin entenderlo.

Regresando con el coche veo que en la carretera cada 50 ó 100 metros hay un policía o soldado fuertemente armado patrullando por allí. Me sorprende que en un lugar tan idílico haya tanta vigilancia nocturna. No sé si será algo habitual o solo temporal por alguna razón especial.

Llegamos al hotel, descanso, cena y descanso.

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Una respuesta to “52. India 2019. 18 de octubre, viernes. Vigésimo primer día de viaje. Majuli. Día 1. Tercera parte.”

  1. l Says:

    perillán!! me encanta esa palabra

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