35. China 2019. 18 de abril, jueves. Decimoséptimo día de viaje. Crucero por el Yangtsé. Día 1. Primera parte.

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Jack, el de la agencia de viajes nos dijo que esperásemos en el hall del hotel, que nos vendrían a buscar a las 5 de la tarde pues el crucero empezaba a las 6, así que hoy tenemos casi todo el día para hacer nada, pues no tengo información sobre esta ciudad  y además su configuración urbana me tiene muy despistado.

Busco la información meteorológica sobre esos próximos días,  pues la última que tengo anunciaba lluvia todos los días y me llevo la sorpresa de que va a hacer un sol espléndido  y tampoco va ser un día de calor tipo bochorno. ¡Qué alegría!

Marisa me pregunta que cuando lloverá y vuelvo a buscar la previsión con la opción diaria  y resulta que me había confundido de ciudad, que con los nombres chinos es fácil y sí va a llover y además llegaremos a los 32ºC.

Dejamos las maletas al cuidado de las simpáticas recepcionistas. No recuerdo otro hotel donde sean tan sonrientes. A lo mejor es que les doy risa.

Decidimos ir con el bus al mismo parque que ayer.

En esta ciudad y en algunas zonas, la forma de coger (en Méjico tomar) el autobús es totalmente diferente del resto del país que conocemos. Hay paradas en medio de la calzada  y se accede a ellas a través de tornos. Además aquí los autobuses tienen puertas de salida en ambos lados. Quedas advertido.

Y este viaje vuelve a ser una mini epopeya, pero al final damos con la zona buscada.

Es casi la hora de comer (tal ha sido nuestro error con el bus) y damos con un centro comercial de nombre “Wanda Plaza”, creo que nombre muy conocido en España.

Preguntamos por los servicios  y  joven empleada de una tienda no acompaña hasta ellos. Podría haber dicho segunda planta y derecha por señas, pero no, que nos acompaña hasta allí. Siguen siendo extraordinariamente amables.

Y en estos servicios descubro un artilugio para suministrar papel higiénico: pones el teléfono, haces algo con el código QR y sale una tira de ese suministro.  Y parece que es gratis.

Damos con un restaurante que es una monada aunque Marisa pincha con la comida: unos trozos de pollo con mucho hueso (por la fotografía pensaba que había pedido otra cosa) y que producen una extraña sensación en los labios, como si fuera sidral.

No sé si ahora existe esa chuchería de mi niñez: eran unos polvos que nos poníamos en la boca y producían una especie de espuma picante. Como si te metieses una gaseosa en polvo.

También damos por casualidad con una pastelería donde compramos para cenar un enorme brioche  y unos sándwiches, pues no sabemos cómo se desarrollará la tarde, ni si habrá alguna posibilidad de comer algo  antes de llegar al barco, donde sí que hay que llegar cenado.

En una papelera un señor muy  mayor rebuscando en su interior y a su lado aparca un estupendo Audi A6. Esos contrastes en esta sociedad  me siguen sorprendiendo, más por el anciano que por el A6. Lo que no sé si esos exploradores de plásticos y cartones lo hacen  por pura necesidad, porque el estado no los acoge adecuadamente  o por alguna otra razón desconocida para mí.

Nos damos un paseo hasta  el río y damos con el centro de los cruceros  o por lo menos con uno de ellos. Y como todavía pienso que lo hemos contratado un poco a lo loco intento averiguar las posibilidades que había: la señorita de información no habla ni una palabra de inglés, ni intenta ayudarnos. Y debería ser el principal centro de información para los turistas.

Hace bastante calor y bochorno y volvemos al hotel buscando refugio y a esperar que nos vengan a buscar.

En recepción pregunto por una caja con cajoncitos que ya he visto en algún otro lugar y a la que se accede con el teléfono y los famosos códigos QR: es para comprar los cables de conexión de los teléfonos celulares. Imagino que en cada cajón corresponderá a diferentes tipos.

Estamos allí tranquilos esperando y de repente entran 3 ó 4 hombres, se levantan otros tantos que estaban sentados y gritan como no he visto gritar en mi vida y menos en el hall de un hotel. Quizás los  300 espartanos de la Termópilas  gritaban así cuando morían defendiendo el desfiladero, pero no creo que más. Pero es que aquí eran solo ocho y no les atacaban los persas, por lo menos que se viera.

Y con menos volumen, pero el mismo alboroto se repitió la situación otras veces. A final supe la razón: una reunión de hombres que habían estado juntos en el servicio militar. Lo deduje porque uno de ellos llevaba una gran foto de un grupo de militares y los gritones se buscaban en el grupo y se señalaban alborozados cuando se encontraban.

Luego pensé que quizás habían estado en alguna guerra, que dicen que eso une (o desune) mucho, pero no lo creo. Porque si tenían por ejemplo 60 años, habían nacido en 1959 y cuando tenían 19 sería el 78 y no recuerdo conflictos armados donde China anduviese metida, excepto quizás en las escaramuzas fronterizas con la India en el Himalaya, como vimos cuando estuvimos en Arunachal Pradesh. Bueno olvidaba la guerra con Vietnam que fue en el 79 por la invasión de este país a Camboya aliado de lo chinos.

La verdad  es que a los últimos que llegaron casi no les hicieron caso. Debe ser que los vítores también se fatigan y se agotan.

Y como buenos chinos no dejaron de fumar en aquel precioso recinto donde había claramente letreros de no fumar, uno de ellos encima de un cenicero.

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