22. China 2019. 12 de abril, viernes. Undécimo día de viaje. Hangzhou. Día 3. Tercera parte.

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Volvemos al lago y hacemos el mismo recorrido de ayer  pero hoy todavía es de día, y además tenemos la esperanza de ver la puesta de sol sobre el lago aunque el oeste está bastante brumoso. Y como diría el poeta “esperando que el céfiro limpie el horizonte”.

Al poco de llegar al lago oímos las primeras palabras en español de España (así exceptúo a unos mejicanos salmantinos de Yuyuán) al cruzarnos con una pareja joven.

Ella le explica algo a él con un volumen excesivo e imagino que lleva tiempo aquí y se ha contagiado de los gritones locales: “¡Oh, tía, hostia!”. Tres palabras solamente, pero que sonaban como tres interjecciones. Claro que si le oigo recitar a Rubén Darío aquello de “La princesa está triste…, ¿Qué tendrá la princesa? Los suspiros se escapan de su boca de fresa?”, pues también me caigo de culo.

Y de repente frente al astro sol (también podría haberlo dicho así la joven española) nos topamos con media docena de fotógrafos con sus estupendas cámaras montadas en trípodes esperando que el sol se acercase a la pagoda de Leifeng. Me recordó al grupo de Corea, pero aquel era más numeroso y entusiasta que este de hoy.

En el paseo me percato de que los cables eléctricos que rodean los sauces llorones que crecen en la orilla del lago están envueltos con corteza de árbol, o algo parecido, que imita  a una liana  y los focos que están entre las ramas parecen grandes nidos de pájaros.

Y en el suelo una artística losa de granito que rompe la uniformidad de los adoquines. ¡Mira que es fácil convertir un suelo anodino en algo notable!

También en la orilla del lago hay puestos de alquiler de disfraces y el personal se viste con estrafalarios vestidos.

No me puedo creer que los de las dinastías Ming y Qing fuesen tan patosos.

Claro que de vez en cuando alguno, o mejor alguna, rompe ese maleficio.

Y todo queda compensados con la preciosa puesto de sol.

En un banco del paseo que hay alrededor del lago encuentro un letrero que me reconforta: junto con la prohibición de echarse largo en él, un “Prioridad para los mayores”, en inglés, chino y con señal, claro que esta es de un viejecito bastante castigado. No sé si el personal sigue esas recomendaciones.

Un señor ha instalado una mesa donde dibuja, y vende, bonitas acuarelas. A mí siempre me fascina esta activada artística y me hace recordar a mi amigo Miguel, acuarelista de preciosa y escasa obra.

Se hace de noche y buscamos y encontramos (con dificultad) la “food court” con muchos restaurantes donde comimos ayer,  pues Marisa vio al pasar uno de ellos donde tenían una pirámide de comida y quería probarlo. Damos con él, nos dan un papelito con un número de la cola  y nos sentamos en unos bancos que hay al efecto para la espera en el exterior.  El resto de los que viene cogen el papelito y se van por aquellos pasillos a ver tiendas pues el número lo cantan a gritos por unos altavoces e incluso puede que les envíen recado por el teléfono. Nosotros como no entendemos nada  nos sentamos muy modositos cerca de la señorita recepcionista mirándola de vez en cuando con cara de angustia para que se percate de que estamos allí.  A los 20 minutos nos dice que entremos y nos lleva a una mesa. Le pido el menú, haciéndole las señas de abrir y cerrar una carta de restaurante pues nadie habla inglés. Entonces me señala un código QR que hay en una esquina de cada mesa y por señas me indica que me aparecerá en el teléfono el menú. O sea como en el restaurante donde no pudimos comer ayer. Desde luego para ellos es una gran ventaja porque pueden cambiar el contenido de la carta, platos y precios cada día, o cada minuto si uno se acaba y hacen otro en su lugar, pero para nosotros está fuera de nuestro umbral tecnológico (y no te digo nada del idioma chino) así que nos levantamos  y decidimos que si no vemos una carta con el menú no entraremos en un restaurante.

Afortunadamente en el mismo pasillo está el que cominos ayer y volvemos a él. Una cena estupenda.

En la mesa contigua una pareja de enamorados pide tres veces lo que nosotros, o sea lo que comimos ayer, lo que hemos cenado hoy y otros dos platos más. Creo que el año pasado también observamos un comportamiento parecido en un restaurante de Shanghái: las parejas de novios se exceden al hacer la comanda.  Debe ser una manera de demostrar el poderío del varón. Porque era imposible que se comiesen la mitad de lo que habían pedido.

También me sorprenden las largas y ordenadas colas que hay delante de algunos establecimientos de comida y no siempre son restaurantes; muchas veces son pastelerías o similares. Y con gran predominio de chicas.

Y más todavía un restaurante español. Vaya, “español” de paellas con una diferente para cada día de la semana.

Curioso es su nombre “Chapo from España” y que debe cerrar los fines de semana pues solo hay de lunes a viernes. O quizás diga en chino que sábado y domingo puedes comer la que quieras.

Su interior es lo menos “Typical Spanish” que he visto en mi vida, únicamente tiene como signo distintivo que en su blanca pared hay escritos nombres de ciudades españolas.

Regresamos al hotel y de nuevo se ha hecho demasiado tarde. Realmente no  disfrutamos para nada de este magnífico alojamiento: me daría lo mismo dormir aquí que en un muladar.

Hoy “solo” 23.862 pasos. Nunca llegaremos a los de ayer.

Sobre el templo de Jingci.

Suelo buscar información adicional en Wikipedia y con este templo me he encontrado con una anomalía.

Excepto en temas locales o nacionales suele haber mucha más información en inglés que en las otras lenguas, pero sobre este templo lo escrito en húngaro y polaco triplica lo del inglés, no habiendo artículo en español, francés ni otras lenguas europeas.

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