72. Japón 2015. Trigésimo segundo día de viaje. 30 de marzo, lunes. Tokio día 9. Segunda parte.

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Y desde el lugar de la preciosa sakura nos vamos a visitar un lugar muy especial nada turístico, pero sí interesante: el barrio coreano de Tokio. Ha sido una sugerencia mía pues leí en un periódico que existía un barrio de esta características y que en la actualidad tenía muchos problemas pues debido a las tiranteces políticas entre los dos países había descendido el número de turistas coreanos que vienen a Tokio y que siempre iban a visitarlo y también los turistas japoneses que venían a esta ciudad y que visitaban este barrio como una actividad más. Hiro no lo conocía y nada más salir del metro se ha quedado muy sorprendido. Ya te puedes imaginar que nosotros no podemos distinguir a un chino de un coreano o de un japonés pero Hiro sí. Además de que sabe ese idioma y conoce el país. Para él todo eran sorpresas (más que para nosotros) y nos las iba explicando.


La relación entre Japón y Corea es una relación difícil y lo fue más en el pasado con una historia poco ejemplar por parte de Japón.
Vemos dos iglesias, cosa que no hemos visto después de todos los días pasados en Tokio y le pregunto a Hiro sobre la religión en Corea: la mayoría son budistas pero hay muchos cristianos generalmente recientes debido al proselitismo de los protestantes americanos.


Encontramos una casa de madera muy vieja y alguna calle que da la impresión de que no estamos en Tokio. Incluso debajo de un cartel que recuerda la prohibición de tirar basuras hay varias bolsas de ellas.


Buscamos un restaurante, coreano por supuesto, que es igual al que cenamos hace un par de días. La comida estupenda y rompiendo la tradición japonesa se come con las manos. Es que no hay otra forma de hacerlo por el tipo de comida aunque todos los prolegómenos se hacen con palillos.
La comida consiste en unos trozos de cerdo que se hacen a la barbacoa en tu mesa para lo que hay unos grandes y potentes aspiradores del humo y un montón de platitos que se comen directamente o con un trozo de carne.


Voy al servicio y las paso canutas para encontrar el botón de vaciado de la cisterna. Uno era obvio que no lo era: había un muñeco de una señora y debajo tenía un surtidor. Pero quedaban 10 más con letras y 3 sin ellas, y encima con el temor de que uno fuese una alarma como le pasó a Marisa. A base de tocarlos todos y varias veces conseguí mi propósito. ¿Has visto alguna vez a una ameba moviéndose y chocando con los obstáculos? Pues así me sentí yo. Y encima la gente de mi generación cuando oímos “Corea” rápidamente colocamos también “el paralelo 42”. Pues eso: una ameba intentando pasar el paralelo 42.


La comida no fue una sorpresa pues ya la habíamos comido antes pero estaba buenísima y encima Hiro nos explicaba cosas de la cocina coreana, como que también utilizan palillos pero ellos de acero inoxidable y que el trozo de cerdo envuelto en hoja de lechuga se come con las manos, operación claramente no japonesa. Sin embargo el uso de un babero de papel sí parece que aquí es cosa corriente aunque nosotros lo hemos visto (y utilizado) solamente en los dos coreanos.
Desde luego para este tipo de comidas es aconsejable ir con un nativo, o similar, como hoy o bien que el camarero te explique qué cosa se come con cada cosa como nos ocurrió el otro día.
Regresamos al hotel y en el camino vemos a dos sentados en una silla con una maquinita que iban accionando. Claramente estaban contando algo. Hiro ante mi interés se lo pregunta: cuentan viandantes. Yo lo he visto hacer en la estación de Atocha pero lo hacen con un pulsador con lo que solo saben el número total. Esto parece más sofisticado y seguramente obtendrán más información pero no he podido preguntarlo porque se descontarían.


Al pasar por una tienda por la que pasamos todos los días aprovecho para preguntarle a Hiro pues me tienen intrigado: resulta que cuando los portugueses llegaron a Nagasaki trajeron entre otras cosas un postre que ahora es un clásico y que gusta mucho. Y aquella tienda en un barrio elegante, con cuatro empleados atendiendo al mostrador y con un solo producto: bizcochos portugueses.

Acabamos la tarde despidiéndonos de Hiro. Ha sido estupendo estar con él. Es un amigo y además japonés aunque sea el menos japonés de todos los japoneses que puedas conocer en Japón. Claro que nosotros lo conocimos en Birmania. Y no voy a dar sus datos personales que corroborarían mi afirmación anterior pero puedes creértelo.

Para terminar la jornada y ya de noche vamos a Ginza de nuevo a ver el lujo y el derroche y a que Marisa haga algunas bonitas fotos de los edificios y de los escaparates. Un detalle que me encantó: un letrero de prohibición de circular bicicletas por la acera, aunque en Tokio se ven muchos menos ciclistas que en otras ciudades del país.


Entramos en un supermercado de unos lujosos grandes almacenes. En mi primer viaje ya me impresionaron por la presentación de los productos y por los precios. Apunté los de algunos que son habituales para nosotros pero que parece no lo son para ellos:
-300 gr de carne de ternera: 6000¥
-50 gr de olivas: 500¥
-70 gr de pistachos con cáscara: 650¥
-100 gr de pistachos sin cáscara: 1620¥


Dando un paseo por Ginza pasamos por delante de Zara. Una sorpresa agradable: cierran a las 9 de la noche. En los grandes y lujosos Mitsukoshi cerraban a las 8 de la noche. Además los fines de semana y festivos abren una hora más. Así me gusta, que los empleados de Zara trabajen a fondo aunque en España tienen un horario más amplio todavía los días que abren. Es que la primera vez que estuve en Kanazawa decidí ser accionista de esa empresa ejemplar.

Y eso es lo que tiene ser capitalista, que quieres que el obrero produzca. Y si es posible mucho.
En la calle grandes coches negros, generalmente Toyota, con chófer. Imagino que estarán esperando a su dueño. Esos sí son verdaderos capitalistas y no este “pringao accionista” que va en metro.
Regresamos a nuestro hotel y aunque aquel distrito no es Ginza también está todo celebrando la sakura. Una delicia.

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