NB
Como en la crónica anterior, no tengo fotografías de esta parte del viaje, así que utilizaré ilustraciones varias del fondo fotográfico de Marisa.
Nuestra sala de espera en Colombo es de las de tercera categoría. Está en un rincón donde embarcan gentes que no van a Europa y parece que los discriminan pues todo es más gris y viejo.
Cuando esperamos sentados en unos incómodos y desvencijados sillones aparecen los de la tripulación del avión. Las azafatas y azafatos pasan displicentes y algunos con cara de mala leche. Solo hay uno que sonríe. Y encima si al pasar te golpean con sus maletitas ni se les ocurre un “sorry”. La verdad es que en Sri Lanka en los autobuses recibes muchos golpes de equipaje y jamás nadie se disculpa, ni se quejan los que los reciben. Quizás estos jóvenes turcos han vivido mucho tiempo aquí. Lo gracioso es que la comitiva la cierra una jovencita de poco más de metro y medio. Le digo a Marisa que es imposible que sea azafata pues no llegará a los habitáculos de los equipajes. Debe ser la que va disfrazada de cocinera, figura que descubrimos en el viaje de venida. Y así ha sido.
En la sala de embarque aparece una familia judía: son una pareja joven con seis niños muy pequeños, la mayor no debe tener más de seis o siete años y además llevan un gran carrito de bebé y por supuesto un gran número de bolsas, lo que es normal teniendo en cuenta la cantidad de niños. Lo que ya no es tan normal es que él, tez blanca, blanca, barbita y un gran sombrero negro que no se quita ni un momento, lleva en brazos un armatoste cubierto con un trapo. Marisa me dice: “Mira otro con tabla de surf”. Y es que los católicos tenéis un desconocimiento total de otras creencias y religiones. Y es que piensan: “¡Para qué conocer las otras si ya conocemos la verdadera!”. Porque aquello todo tapado debía ser la tora, que no sé si cuando la llevan con la bufanda también se llama así o tiene un nombre especial. Pero aunque de menor volumen que la tabla de surf que llevaba el francés de Tissa, era más voluminosa porque además este joven llevaba los seis niños y todos los paquetes. Pues la pareja no se inmutaba aunque de repente le desaparecían dos o tres infantes. A la hora de aposentarse en el avión intenté prestarle ayuda para mover los paquetes pero debió considerar que no era adecuada la ayuda de un gentil pues la rechazó sin ni siquiera una sonrisa. Y es que hay bordes en todos los sitios. Si ayudé a tres niños que se habían quedado rezagados en el embarque pero la mayor también rechazó mi colaboración con mala cara.
Me hubiese gustado ver como se acomodaban, dónde dejaba lo que llevaba cubierto, aunque quizás le había sacado un billete como creo que hacen algunos músicos con su instrumento -¿les darán comida especial?-, y sobre todo ver si se quitaba el sombrero para sentarse porque sería imposible de lo grande que era.
El vuelo sale casi vacío de Colombo pero es que en la escala en Male se llena con felices pasajeros que vienen de playa y buceo.
Pasamos la noche en el vuelo y de madrugada llegamos al aeropuerto de Estambul, uno de los lugares con más tipos de gente diferente. Pienso que la familia judía no se va a quedar allí así que los he buscado por el aeropuerto pero no los he vuelto a ver.
Estoy esperando que Marisa salga de los lavabos debajo de un gran letrero que dice “WC Toilets” y los clásicos muñequitos. A mi lado dos con cara de mongoles o por lo menos coreanos. Se acerca un joven y con acento inglés les dice señalando a los lavabos: “¿La zona de fumadores?” Los orientales ni se han inmutado. A lo mejor eran asesinos profesionales y tienen como norma no contestar, ni siquiera mirar a los tíos estúpidos. El inglés se ha quedado parado y sorprendido de esa falta de respuesta. Yo, amable, le he dicho que no, que eran las “toilets”. Ahora caigo que quizás aquel joven era de un país donde no se utiliza la escritura latina y no era capaz de entender el letrero. O era simplemente un capullo.
Aprovecho las esperas para calcular los gastos que hemos hecho y como siempre nos hemos mantenido dentro de los márgenes del presupuesto. Una observación: Sri Lanka es un país barato para comer, muy barato de transporte y razonablemente barato de alojamiento pero con unos precios de las entradas en los monumentos y sitios arqueológicos que no se ajustan ni al nivel de vida del país, ni, peor, a lo que vas a ver.
Nosotros nos hemos gastado casi tanto en entradas como en comidas.
Embarcamos en el último trayecto de Estambul a Madrid y en el avión volvemos a encontrarnos con la sorpresa de que nuestro asiento es de ventanilla pero sin ventanilla, que hasta produce un poco de angustia. Y es que ya nos pasó en otra ocasión.
Y como los turcos son tan cumplidos en los vuelos de ayer tuvimos por la noche una media cena y una cena completa, esta mañana un desayuno y en el último vuelo otro desayuno. Un sinvivir.
En el último vuelo una novedad, que quizás no lo era pero es que lo han anunciado también en castellano por la megafonía: si estás sentado en un asiento donde hay una salida de emergencia serás el responsable de comprobar el estado de las condiciones externas en caso de tal emergencia, de abrir la puerta y de conducir a los pasajeros hacia allí. Más o menos. Y que si no estás de acuerdo en asumir tal responsabilidad deberías comunicarlo a la tripulación y te cambiarán de sitio. Imagino que si no quiere hacerlo nadie tendrán que pagar por el asiento: “Le doy 5000€ si se sienta ahí”. Yo creo que aceptaría por menos. Vaya, por 3.800€ me quedo donde la puerta vigilando el exterior todo el viaje, haya o no emergencia y controlando el resto de la aeronave.
A mi lado viaja un elegante turco de unos 60 años, trajeado, con corbata y camisa blanca. Yo esperaba que sacase un portátil con una hoja de Excel y estuviese todo el viaje calculando ratios y tendencias. Pues no, todo el viaje leyendo un periódico turco con historias del corazón. Pero como es elegante rechaza la buena bandeja del desayuno y para culminar su elegancia saca un gran crucigrama y lo rellena con una no menos elegante pluma estilográfica. Debe ser el único en el mundo que lo hace así. Hace años que no veo escribir con pluma a nadie (aunque tengo un amigo que sé que lo hace) excepto en los reportajes de actualidad cuando los jerarcas firman acuerdos muy importantes, que no piensan cumplir, pero un crucigrama…
Solo tenía un punto negro: llevaba un flamante Rolex que era de imitación. ¿Qué cómo lo sé? Es que tengo un amigo que es un experto mundial en el tema relojes.
Me hubiese gustado preguntarle por los negocios que le traían a España como me pasó en otro viaje con el Sr. Don pero no ha habido ocasión.
NB
Resulta que nuestro ”finger” es eso “nuestro” pues en inglés se llama “jetway”. Recomiendan usar en castellano pasarela, túnel o manga, acepción esta última que sí está recogida en el DRAE aunque de uso en Argentina y Costa Rica.
Cuando salimos del “finger” un grupo de media docena de policías piden el pasaporte a todos los viajeros, no solo a los oscuros como en otras ocasiones. Imagino que si alguno no está en regla lo devolverán al avión. Menos mal que es de Turkish Airlines porque si fuese de Iberia se moriría de hambre y de sed o se quedaría arruinado. Luego llegamos al verdadero control de pasaportes y utilizamos el nuevo sistema de reconocimiento electrónico. No dudo de que funcionará mejor en el futuro pero lo de hoy ha sido una clara peora.
Llegamos a un Madrid primaveral de manga corta a pesar de que casi estamos en noviembre en el día trigésimo cuarto de viaje. Nos espera nuestro hijo. ¡Bendito hijo!
Mañana escribiré alguna crónica más con las reflexiones finales.
Fin del viaje.
14/04/2015 a las 11:39
Esta vez va para llevarte un poco la contraria. Lo de que si te sientas en un asiento de emergencia tienes que ayudar, es (me dijeron) una norma no recuerdo bien si de IATA o OACI, pero no de ninguna compañía, de ahí que no les guste que en ese asiento se coloquen vejestorios.
Soy un amante de las plumas estilográficas, sólo tengo un par de ellas, aunque la que uso es una Parker 51, que es una joya. Eso sí, la uso sólo en casa porque si no vas con chaqueta es un engorro y para colmo, con la cabeza que tengo, corro el peligro de que se me olvide en algún lugar o me la roben. Me encanta utilizarla siempre en casa y es un consuelo reparador para el desastre de letra en que se ha transformado mi escritura.
14/04/2015 a las 17:52
Gracias por la información de de la IATA; lo que no me dices es que pasa si ningún viajero quiere tener esa responsabilidad.
Tu «Parker 51»: ese detalle te significa como alguien elegante pero me cuesta creer que rellenes con ella los crucigramas como el turco del viaje.
Pregunta práctica: si te vas varios días de viaje ¿incluyes un tintero en tu equipaje?
14/04/2015 a las 18:36
No me parece bien abusar de los comentarios, pero ya que me preguntas me considero legitimado.
Lo de IATA me lo dijo una azafata hace ya años (no sé si sabes dónde trabajé durante treinta y tantos años) y no sé más porque nuestra relación no alcanzó para más intimidades.
Lo de la pluma no es por elegancia (el uso casero no permite ese alarde), sino porque como decía, contribuye a mejorar la escritura. Y además me gusta usarla. Como te decía, sólo en casa y eso excluye claramente los viajes, aunque los míos no son tan prolongados como para dar ocasión a que se acabe la tinta. Imagino que tú necesitas llevar un paquete de BIC.