
Los proselitistas de San Expedito han resultado ser una pareja muy amable con la que he charlado más veces durante el viaje y, ¡cómo no!, de la situación económica del país.
Él trabaja para una empresa extranjera y me ha contado un truco (en secreto) para transformar su salario en dólares y así evitar impuestos y depreciaciones de la moneda.
No lo cuento, porque no me pareció muy legal, pero tenía que ver con las criptomonedas.
Durante el trayecto he visto una capilla con cientos de botellas de plástico alrededor. En el viaje de Buenos Aires a Puerto Madryn vi también algo parecido, pero con unas pocas botellas.
Le pregunto a la guía y me dice que la capilla está dedicada a la “Difunta Correa” y que como ella murió de sed, dejan las botellas llenas de agua y que también es, o era, para las poblaciones indígenas que vivían por allí para que tuviesen acceso al agua, aunque no he visto ningún poblado de esas características o a grupos nómadas.
Se hace una parada, tan breve que ni siquiera es tal, solo para ver a lo lejos el Aconcagua y desde donde, creo, sale la pista para acceder a él, aunque un letrero te advierte: “No continúe evite sanciones”.
La tercera parada es un punto de la carretera desde donde sale la pista que sube al monumento al Cristo Redentor, nuestro destino final.
La guía pregunta si alguien tiene problemas de presión arterial, pues se llega casi a los 4.000 m, pero parece que todos estamos bien de salud.

La subida es una pista de tierra de unos 9 km, de la que un cartel informa que se tardan 5 horas, de las que 3 son de ascenso o de 40 minutos con vehículo. Y realmente la cuesta da miedo, aunque al llegar arriba nos hemos encontrado con un par de ciclistas.
Así llegamos a la base de la estatua de Cristo Redentor, que, aunque situada en Argentina, tiene la raya fronteriza a unos metros, como lo atestiguan varios militares chilenos que están allí.
El lugar es impresionante y hoy además hemos podido ver el Aconcagua allá a lo lejos.
(No, el famoso Aconcagua no es el de delante, sino el que apenas se ve detrás de todo).
Y una muestra de una (mala) costumbre argentina que ya habíamos visto: pegatinas sobre los carteles indicadores que impiden ver su contenido. Imagino que son del tipo de “El chico de la moto estuvo aquí”, pero aquello que era poético (espero que recuerdes la peli, “La ley de la calle”) aquí es una mierda. Pero todo sea por la convivencia pacífica.
No tan destructor, o quizás más, una obra artística a la que son aficionados algunos militares: una especie de petroglifo (desconozco el nombre exacto) con piedras blancas en la colina.
Vaya, imagino que es obra de la ingeniería militar, pero como solo dice “Cazador” no creo que sea de una sociedad cinegética.
Placas conmemorativas en el plinto de la estatua y aunque casi todas tienen eslóganes patrióticos, hay una dedicada a Juan Pablo II con parafernalia católica colgada de ella.
Y una que me hace recordar los cementerios de soldados que hemos visto por Asia: “Soldado argentino solo conocido por Dios”, traducción del “Known unto God”.
Escribí sobre ello en el viaje a Koima, la capital de Nagaland cuando visitamos su magnífico cementerio de la segunda guerra mundial
Y antes en el de Busan, en el cementerio de las Naciones Unidas, “United Nations Memorial Cemetery in Korea” (UNMCK).
Debajo de esta placa otra dedicada por la “Comisión de familiares de caídos en Malvinas e islas del Atlántico Sur”, pero con una descripción que mezcla a aquellos soldados que estaban enterrados en el cementerio Darwin de esas islas con un “héroe” que cruzó con una mula los Andes. No lo he entendido.
Hay capillita de San Expedito, pues se parece a la de la mañana, pero cuando lo pregunto más tarde me dicen que no, así que un misterio sin resolver por no haberlo preguntado en el sitio donde estaba.
Cuando veo la foto ampliada en casa me parece vislumbrar a un muñeco vestido de romano y con bigote, así que quizás sí que fuese el santo.
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10/03/2024 a las 17:49
Yo tampoco he entendido que tiene qué ver la lápida con las Malvinas y el viaje en mula a través de los Andes.