44. India 2019. 16 de octubre, miércoles. Décimo noveno día de viaje. De Kohima a Mokokchung. Primera parte.

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Marisa me dice: “¡Qué nombre tan raro, no?”.

Pues peor debe ser el gentilicio: “Soy mokokchungués”.

Y menos mal que no estuvieron aquí los romanos, porque les pasaría como a los de Calatayud o a los de Guadix y quizás se llamasen “juliobrigantesaccitanos”.

NB.

Sobre la foto.  Esta fue la primera que hicimos en esa ciudad  y creo que es un caso extremo de dimorfismo sexual. Vaya, imagino que un ejemplar era el macho y otro la hembra.

Hoy madrugón, madrugón.

Nuestro ángel de la guarda en Kohima, Mercy, nos dijo que nos vendría a buscar a las 5 y media, pues había que estar antes de las 6  en el punto de salida para Mokokchung de los “Tata Sumo”. Y dado nuestros problemas lingüísticos (vaya, los míos) con el teléfono, no teníamos claro si a pesar de todo esto íbamos a tener billete o no.

Y como ya he comentado el hotel está cerrado a cal y canto, aunque un botones duerme en un colchón en el suelo detrás de la mesa de la recepción.

Así que lo despierto y nos abre la puerta. Pero no una puerta de hotel, sino una persiana metálica compacta. O sea que lo cierran de verdad.

Y, como comprobamos, en cuanto salimos lo vuelven a cerrar totalmente.

Y hemos tenido suerte pues Marisa me dice que ha llovido muy fuerte durante toda la noche, pero al salir a la calle el cielo está despejado y hace una mañana preciosa.

Ante la eventualidad de que donde vamos esté lleno de barro y pensando en que de todas maneras el equipaje irá al aire utilizamos nuestra última adquisición de viajeros: fundas para mi bolsa y para la bolsa-mochila de Marisa. Esto hace el equipaje menos manejable pero evita sustos posteriores.

Llega Mercy, nos lleva a la “estación de Tata Sumo” y la ciudad, aunque no son todavía las 6 de la mañana, está totalmente despierta.

Y aquella “estación” es un hervidero de coches, (“Regional taxi”, pone en una pegatina en un parabrisas), de viajeros, de taxis que vienen a dejarlos y todo esto en una calle muy estrecha.

A todo este follón se añade una larga cola de señoras esperando que abran una ventanilla. Luego comprobamos que hay otra de hombres que estaban medio ocultos por un camión cargado de botellas de butano. Y a  eso es a lo que se viene: a comprar butano. Como no llevan botellas vacías debe ser que las pagan ahora y luego se las llevan a casa. Además todas llevan una cartilla en la mano. ¿Habrá algún tipo de control? Con lo que le gusta al estado indio controlar todo (o hacer como que lo controlan) seguro que sí.  Y con la ineficacia administrativa seguro que no sirve para nada.

Creo que ya lo conté una vez: en una oficina de las “Indian Railways” vi donde almacenaban los formularios de petición de billetes que debemos rellenar todos los pasajeros; miles o millones de ellos mal amontonados y llenos de polvo.  Y era algo increíble.

También me sorprende el control que tuvimos en la estación de ferrocarril de Dimapur al entrar en este estado. No aparecen en ningún sitio del pasaporte por lo que imagino que será solo de tipo informático. Ahora espero que cuando salgamos de Nagaland nos vuelvan a controlar para que sepan que hemos salido. Si no es así me quedaré muy decepcionado. Y sorprendido. Porque dentro de 10 años, si no volvemos, que no creo, seguiré apareciendo como “un abuelito misionero cristiano viajando por el estado de Nagaland”.

Mercy se aproxima a una ventanilla de una minúscula agencia de transporte, habla con ellos e imagino que tendría reservado el billete: asientos  8 y  9.

Me pregunta si nosotros también utilizamos butano. Le digo que antes sí, pero que ahora solo gas y electricidad.

¡No conocía la existencia del gas ciudad o natural!

“¿Y va por un tubo como el agua o la electricidad?”

Se ha quedado muy sorprendida y yo también de su sorpresa.

Se despide de nosotros, una vez habla con el chófer y le pide que nos suba el equipaje a la baca. Hasta  el último detalle.

Esta mujer no sabrá nunca lo agradecidos que le estamos. Y además dada la pudibundez india ni siquiera nos hemos despedido con una abrazo. Solo un ligero apretón de manos.

¡El mejor encuentro de este viaje y uno de los mejores de todos los viajes!

El coche tiene una disposición de asientos típica de estas regiones: dos pasajeros se sientan en la primera fila al lado del conductor, cuatro en la fila siguiente  y otros cuatro en la última,  donde estamos nosotros.

La sorpresa es que en la primera va una pareja con un recién nacido en brazos y detrás solo tres, que luego comprobaremos son las abuelas   y un abuelo del bebé y detrás solo un joven con nosotros. ¡Qué viaje tan bueno vamos a hacer! Lo único malo es que nuestros asientos son un poco altos  y apenas veremos el paisaje.

Pasamos por delante del hotel y aquello sigue cerrado como una fortaleza. Lo deben abrir a las siete de la mañana.

Pero, ¡oh maldición de los dioses!, paramos a los 10 minutos y sube una señora enjuta que sienta con nosotros. Y eso para un viaje tan largo es una buena putada. Afortunadamente la señora es delgadita porque  si no no sé cómo hubiésemos resuelto aquello.

En Vietnam descubrimos que un culo occidental no era el más adecuado para los asientos de los autobuses cuando tenían una disposición de 3+2 por fila y a nosotros nos tocaba en el trozo de los 3: ocupábamos los tres.  Y no somos voluminosos, pero al lado de aquella gente lo debíamos ser.

No me puedo imaginar como viajaría por la India una “pacífica” de las que encontramos por Nueva Zelanda.

Lo dicho, la señora era tirando a pequeñita y ha resultado ser una “mini Mercy”: como llevábamos  con nosotros  cada uno nuestra “mochila de apoyo”, ha cogido la de Marisa para que no la llevase encima de  las piernas y la ha llevado ella todo el viaje. Marisa se ha empeñado en tenerla ella pero no ha habido manera. Además se ha preocupado en ayudarle a bajar del vehículo pues es un poco complicado cuando viajas en la tercera fila (esos vehículos, como es normal, solo tienen dos puertas por lado) y además Marisa tenía que salir antes que yo. Vaya, que no la podía ayudar.

Y para acabar ha estado todo el viaje cantando suavemente pero muy bien.  Marisa ha decidido que debía ser baptista y que lo que cantaba eran himnos de la iglesia.

Y encima de vez en cuando le daba conversación a Marisa. Vaya, que ella le hablaba y no sabemos de qué. Quizás esté entre las obras de misericordia  de su cristianismo: “dar conversación al que lo ha de menester”.

¡Mira que me ha intrigado durante toda mi infancia esa coletilla religiosa que formaba parte de la obras de misericordia: “al que lo ha de menester”!

En una parada le pregunto por su edad: solo 58 años.

¡Por eso nos debía ver tan abuelos y desvalidos!

Una respuesta to “44. India 2019. 16 de octubre, miércoles. Décimo noveno día de viaje. De Kohima a Mokokchung. Primera parte.”

  1. Luigi Says:

    jajajaja qué bueno, qué risa : )

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