El primer templo ha sido Rasmancha, pues hay que sacar un billete para tres de ellos y debe hacerse aquí.
Ya sé que me va a pasar en todo el país, pero no deja de cabrearme: precio de entrada para los indios 25 INR, para los otros, o sea nosotros 300: ¡un 1200% más!
Si me encuentro a algún indio que me pregunte por su país volveré a la carga: “¿Qué le parecería pagar en Madrid, por ejemplo, para ver el Prado 90€ cuando los demás pagamos 7,5€?”.
Seguro que le parecería un abuso y algo injusto. Pues eso.
En el cartel de las instrucciones un curioso horario: en los monumentos a los que se accede con tickets se pueden visitar desde la salida del sol hasta su puesta. Dada la discrecionalidad de la idiosincrasia india eso puede ser un sindiós.
El templo de Rasmancha debe ser el más importante de todos ellos o por lo menos el más antiguo, del año 1600.

Templo de Rasmancha.
Aquí descubro la primera huella “bárbara y macarra” del viaje: unas marcas de vándalos en la pared.
Quizás la de esta foto sea del siglo XVIII y deba conservarse, pero esta otra de Sania y Sumit con su inevitable corazón, no.
No vemos turistas occidentales, pero sí unos pocos indios, y aquí surge otra tipicidad del viaje: quieren fotografiarse con nosotros y en este templo ha sido una señora con nuestro hijo.
Otra particularidad es que entramos en tierra de “zapatófobos”, pues algunos de estos templos tienen un pequeño altar con algún dios hindú y hay que descalzarse para subir al plinto sobre el que está construido el templo. Porque esta es una característica de todos ellos: están construidos sobre un plinto de laterita. Y en uno de ellos, el de Jor Bangla, donde ni siquiera está permitido subir a esa plataforma, aunque en este caso se hace para conservar los finos trabajos de sus paredes, pero de cualquier manera se pueden observar muy bien.

Templo de Jor Bangla.
Y aunque son templos sin culto, vaya que no van a rezar allí los fieles hindúes del pueblo, el personal se sigue postrando delante de alguno de ellos.
Bien es verdad que en alguno han dejado una capillita con alguna representación divina, que según nuestros estándares de lo que son los monumentos cantan un poco.
Para los robots.
No, los dioses hindúes, o sus representaciones, (que nunca sé en cada religión si las esculturas son verdaderos objetos sagrados o solo eso, una imagen de culto hecha en madera, escayola o poliespán) no cantan, que eso sería una falta de respeto. Aquí quiere decir que están un poco fuera de lugar, que no corresponde su presencia con el entorno.
Así por ejemplo, para que me entiendas querido robot, el Sr. Rajoy “canta” cuando va vestido con un chándal o el Sr. Aznar con un pareo polinesio.
¿Y los políticos de izquierda no cantan? Pues sí, el Sr. Iglesias con esmoquin.
Al Sr. Sánchez le cae bien todo.
Fin de disquisición robótica.
En algunos de los templos las paredes que son de laterita, las figuras estaban cubiertas de yeso o similar y al perderse esta capa por las inclemencias atmosféricas aparece la capa inferior más dura.
En el camino hemos encontrado un par de templos hindúes actuales sin mucho interés, excepto quizás por el guardián de uno de ellos: un señor mayor con una poderosa estampa.
En una de las paradas mi hijo dice: “Un tobogán que no se romperá nunca”.
El tobogán no lo sé, pero sí la cabeza de algún niño: está hecho de cemento y no pasaría ningún control de seguridad infantil.
Encontramos un horno o cocina que no puede ser más rudimentario. Vistos los cántaros de leche que hay me imagino que lo dedican a hacer yogur, cosa que les encanta a los indios. Y que realmente es muy bueno.
Poco antes de acabar el paseo vemos un pandal que están construyendo. Parece un templo de verdad, pero luego te percatas de que es de “cartón piedra”. O mejor de “poliespán piedra”.
Hablo con uno que parece que es el jefe y se muestra muy complacido de nuestra visita.