67. China 2019. 3 de mayo, viernes. Trigésimo segundo día de viaje. De Shanghái a Hong Kong. Primera parte.

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Quizás porque ayer nos dimos una pequeña paliza (recuerda 22.328 pasos) sin descansar excepto unos 25 minutos para comer o porque ya no quedan incertidumbres viajeras, ni tareas turísticas, pero hemos dormido cojonudamente.

Y encima amanece el mejor día de todos: sol y una temperatura que al mediodía llegará a los 28 ºC o sea agradable sin calor, solo calorcito.  Claro que a pesar de eso veremos a algún robusto  y obeso occidental chorreando sudor.

Nos queda una de las tareas malditas de estos viajes: hacer la maleta de regreso. Esta sería una labor  inodora, incolora e inocua si no fuera por el empeño en comprar  cosas, que era la otra tarea maldita. Y es que vinimos con una maleta de 13,4 kg y otra de 11 y volvemos con 16,6 kg adicionales. Además de que las mochilas pesaban 9 y 5 kg y que están igual, porque ya venían a tope.

Y es que para resolver el problema del exceso de equipaje  hemos comprado otra maleta. Y yo que siempre aconsejo no llevar más equipaje del que tú, y solamente tú, puedes manejar, ahora vamos a regresar con tres maletas y las dos mochilas.  Y vuelvo a jurarme que nunca más, que compraremos diamantes o nada.

Ya finalizado con el calvario de las maletas vamos a dar el último paseo, este sí el último, por el Bund.

En la recepción una curiosa  pizarra de la que no he prestado atención hasta hoy.

En la parte izquierda dice que “tú eres el DJ”, que elijas una melodía y que ellos la interpretarán para ti.  Ni idea de cómo lo hacen, si hay alguna sesión al atardecer con espontáneos o es algo más elaborado.  O simplemente utilizan un reproductor de música con un “Spotify” chino.

Así el personal ha elegido algunas que me suenan, por lo menos el intérprete, como Adele, pero el resto totalmente desconocidas para mí, como “Mad sexy cool”, o “Bixinho” de Duda Beat,  lo que no me sorprende dada la juventud de estos huéspedes.

La otra parte de la pizarra tiene una curiosa forma de hacerse publicidad: “Muéstranos la buena clasificación que nos has dado y te regalaremos una cerveza o una taza de café”.

Salimos a East Nanjing Rd y comprobamos que efectivamente los chinos, o muchos chinos, tienen vacaciones hasta el día 4, aunque este año ese día, o sea mañana, es sábado e imagino que lo prolongarán hasta el 5 domingo.

Así que Nanjing Rd vuelve a estar lleno, lo mismo que el camino hacia el Bund.

Y como Marisa no pierde una oportunidad hacemos la última compra para los nietos.

Una vez oí o leí, no recuerdo, una entrevista a un economista que debía ser en aquel momento un personaje mediático y le preguntaron por sus nietos: tenía más de una docena con lo que no tenía que hacer de abuelo de ninguno.

Y hoy pensaba que esa circunstancia te eximiría del problema de los regalos: si tienes pasta “XX”,  acciones de Zara, por ejemplo, a cada nieto; sino un “hola, ya hemos vuelto”.

Pero nosotros, afortunadamente, solo tenemos tres. Así que ¡a comprar!

El vendedor se llama Diego, según veo en el plástico que lleva en su camisa: “¿Te llamas Diego?”. “Sí, es mi nombre inglés. Lo escogí de una película”.   Pues menos mal que eligió “Diego” y no “Jarrapellejos”, peli basada en una novela de Felipe Trigo, que además no sé cómo lo pronunciarían en chino. Vaya, ni los anglófonos.

Y menos mal que no veía  la TV3 que si no se hubiese puesto de “nom de plume”  Puigdemont o Rufián.  Aunque Torra o Arrimadas tampoco estaría mal para un oriental y su lambdacismo, ya sabes convertir la erre en ele.

NB

Leí la novela a la que hago referencia en la época de la dictadura y faltaba un grupo entero de hojas  a pesar de ser un libro nuevo. Creí que era debido a la acción de la censura,  pero  al cabo de los años he pensado que quizás era  por un error de encuadernación.

Llegamos al Bund y la gente sigue la fiesta aunque no haya las aglomeraciones de las noches pasadas.

En el río sigue habiendo la continua procesión de gabarras que a mí me encanta contemplar: con un buen asiento, y aunque no fuese muy bueno, me podría quedar aquí todo el día viéndolas pasar.

Y de la misma manera nos despedimos de Pudong que luce magnífico enfrente de nosotros, aunque la luz del día no sea la más favorable.

Regresamos al hotel a recoger el equipaje y en el camino volvemos a comer en nuestro restaurante favorito de Shanghái. Son las 12 y media  y está lleno y algunos platos ya se han acabado, pero cuando salgamos 25 minutos más tarde ya estará medio vacío.

De nuevo comprobamos que lo chinos piden más comida de la que se pueden comer. Y aquí es autoservicio o sea que podrías volver a  por más si te quedases con hambre.

¿Es tan fuerte la tradición que no pueden evitar el despilfarro de tanta comida?

Cerca  del hotel compruebo lo práctica que es esta gente. Nosotros discurriendo en cómo se pueden recargar las baterías de los vehículos eléctricos  y en la calle un vecino ha echado un cable eléctrico desde su ventana a la calle y allí, con unas regletas, ha conectado la moto para recargarla. Además de los problemas de seguridad, que los hay, ¿cuánto tiempo crees que duraría en una calle española una solución semejante?

Y con el metro, el estupendo metro de Shanghái, nos vamos  al aeropuerto con una línea directa y conociendo de antemano las entradas con escaleras mecánicas porque, te recuerdo, hoy voy con dos maletas y una mochila. No me imagino qué habría pasado en el metro estas tardes pasadas en estas circunstancias.

En la red de metro, por si vienes, hay cuatro estaciones con el nombre “Hongqiao” incluido: la terminal que es la estación de ferrocarril, la que acaba en “Road”, la de la “Terminal 1” y la de la “Terminal 2” del aeropuerto.  Además que la palabra “terminal” la repiten por megafonía en cada parada, así que es un tanto confuso.

Me ha recordado una vez que iba en el tren desde Atocha a Fuenlabrada. Andaba por el vagón un individuo de unos 40 años un tanto atrabiliario que me preguntó si el tren iba Fuenlabrada. “Sí va”. Pero cada vez que paraba en una estación veía el letrero que indicaba dirección Fuenlabrada  y me preguntaba si eso era Fuenlabrada. “Que no, ya te lo diré”.  Pero se fió tan poco de mí, que a la tercera vez que me lo preguntó y le contesté negativamente dijo en voz alta que “este no sabe nada” y se bajó del tren.

Ten cuidado no te pase lo mismo en el camino a Hongqiao.

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