65. China 2019. 2 de mayo, jueves. Trigésimo primer día de viaje. Shanghái. Día 4. Segunda parte.

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Al pasar por delante del parque Fuxing decidimos dejar el recorrido recomendado y entrar a visitarlo. Y ha sido un acierto.

 

 

 

Un letrero en la entrada dice que este lugar está bajo la protección de la municipalidad de Huangpu. No sé quienes son esos munícipes pero yo los contrataría para que tomasen bajo su protección los parques y jardines de muchos pueblos de España, entre otros del mío. Aunque solo fuesen 15 días y que explicasen como consiguen tener  un parque  así de bonito, cuidado y limpio. E imagino que con empleados municipales, nada de subcontratas.

Y encima un parque tan vivo.    Porque no he visto otro parque público con tanta actividad: nada más entrar unos 50 abuelos haciendo taichí o algo similar, siguiendo las instrucciones de un monitor, aunque debían conocer todos los movimientos pues evolucionaban como un ballet clásico y sin mirar  al profesor. Y este tampoco hablaba.

Un poco más allá dos o tres parejas bailando, pero en plan de aprendizaje, o sea que había dos que sabían y les decían a sus parejas como hacerlo. Pero ya pasos complicados. Vaya, casi de profesionales. Obviamente estos no eran tan ancianos (se hubiesen roto) pero sí quizás jubilados.

En un cruce dos indicadores de las direcciones en chino, inglés y francés. Debe ser porque este parque fue construido por los franceses en 1909 y aunque los japoneses lo utilizaron en los años 30 como lugar para sus desfiles militares debe ser que esa “concession” no les gustó tanto (o se acuerdan de lo malo) y no hay nada en japonés.

Sí que hay dos enormes estatuas en piedra de Marx y Engels, que esos sí parece que les gustan, lo que no sé  si a esa sagrada pareja les gustaría la situación de China ahora. Por cierto que la escultura es de una época tan reciente como 1985.

Y como en el parque de Yichang   nos encontramos a un grupo de cantantes, quizás de ópera china. Y como en esa otra ciudad hay aquí un maestro de ceremonias que con un micro en la mano anuncia el nombre del próximo actuante y quizás detalles de su vida.

Y como los abuelos somos la leche en todos los países, uno que debía hacer de canguro,  saca a su nieta para enseñarnos lo graciosa que es. Y realmente lo era.

Y los artistas, todos jubilados, lo hacen francamente bien.  Y esta actividad tiene un gran número de seguidores. Claro que también hay otros semejantes que apenas tienen público y a mí me da un poco de pena comparándolos con los otros.

Y es que me recuerda a una de mis épocas profesionales.

Estuve trabajando con un grupo donde había varios “prime donne”. Hacíamos presentaciones ante una gran audiencia  y a ellos les daban una hora de tiempo para su numerito, que además acostumbraba a ser a primera hora. Había un corte para un café (a veces hasta con pastas de “Mallorca”, eran otros tiempos), lo que pomposamente se llamaba “coffee break», y al final, casi a la hora de comer “actuaba” yo  unos 10 minutos y había una desbandada general.

Quizás habría tenido que contratar a unos sicarios para hubiesen roto las piernas de mis colegas y así haber podido lucir yo como una estrella. Que era el patito feo, que no se convirtió en un cisne.

Pues bien, así imaginaba que se sentían los que solo tenían menos de media docena de oyentes.

Vemos a una orquestina que también interpreta muy bien y con algunos instrumentos muy graciosos seguramente construidos por ellos mismos. Estos también tienen una audiencia numerosa.

Y finalmente grupos de hombres con alguna señora intercalada que discuten acaloradamente, aunque sin llegar  a las broncas españolas o mediterráneas.

Ah, y me olvidaba de dos señoras con espadas moviéndose como en una película de Hong Kong pero a cámara lenta y un señor que escribía con agua en el suelo, pero con un pincel cortito lo que debía ser jodido para las lumbares.

Así que en este parque bailaban, cantaban, tocaban música y charlaban. Y todos  mayores y algunos muy mayores.

También familias con niños y dos o tres grupos de extranjeros jóvenes con niños pequeños, imagino que trabajando en esta ciudad pues estaban en plan de día campestre y no como turistas.

Y finalmente una pareja de occidentales, un tanto exhibicionistas, que intentaban hacer un número de circo, pero además él muy enamorado, pues no se percataba del peso de ella al intentar levantarla en el aire.

¡Lo que hace el amor!  Me gustaría verlos dentro de 20 años.

Estando en aquel entorno veo que recomienda la guía un restaurante cercano y allí nos dirigimos. Hay bastante cola y nos dan un número y una hoja con los platos, corta y bien surtida,  para que elijas y así no pierdes tiempo cuando te sientes.

Y como siempre cuando estamos en circunstancias parecidas  le pregunto al que llama a los de la cola si mi número es el que ha llamado y creo que se cansan y me cuelan antes de que me toque, pues yo tenía el 81, había localizado a un pareja con el 79 y los vigilaba porque sabía que luego iríamos nosotros. Pues bien, entramos antes que ellos.

El restaurante dice la guía que te transporta a los años 50 de Hong Kong. Y en aquella época debían compartir  la mesa pues nos sientan con dos jóvenes que afortunadamente están a punto de acabar porque siguiendo la costumbre china han pedido un montón de platos y casi no caben los nuestros.

Una comida estupenda con un plato de gambas con anacardos sobresaliente.

Y al poco de levantarse los jóvenes nos sientan a una pareja, como de novios, y asistimos (yo escandalizado) a la ceremonia de pedir lo que no se van a comer. ¡Todo sea por el amor!

Nada más salir una mamá con su moto y sus cuatro retoños. Como en España en los 60.

Desde allí nos vamos a visitar la cercana iglesia ortodoxa rusa de San Nicolás. Esta también está considerada “Heritage Architecture”, construida entre 1932 y 1934 en ladrillo y cemento.

Esta iglesia tiene una larga historia detrás, pero ahora está cerrada y en estado de abandono.

Descubrimos por un letrero que seguramente se llamaba “Monsoon” cuando fue transformada en restaurante.

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