Apuntes del pasado/3.

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Cuánto dolor y cuánto daño durante la primera pandemia, también desconcierto. Hacía tiempo que los políticos se dirigían a los ciudadanos como la gente, nuestro pueblo… cualquier cosa menos ciudadanos.
Fue destacable la solidaridad, todos deseaban cumplir lo que se les pedía, quedarse en casa, y se quedaron, y las redes sociales y toda la tecnología los mantuvo unidos, y en las casas, hasta los niños pequeños colaboraban, los medios de comunicación, sobre todo las radios se volcaban en levantar la moral. También apareció una picaresca inevitable, cuanta más prohibición, más desobediencia. Se apeló al civismo y la educación, a la prudencia y a la sensatez, pero básicamente se apeló al castigo, y el miedo no creó conocimiento sino delación . Se hizo popular porque se repitió en las televisiones una escena de una mujer que se ejercitaba en un parque vacío, dos policías le impedían seguir, ella se negaba y los policias la reducían en el suelo de malos modos y la metían en un coche policial a la fuerza. Ella gritaba, “no estoy haciendo nada malo, ¡ayuda, ayuda!” y desde los balcones se oía como la insultaban, “caradura, nosotros aquí…”. Quizá cuando la veías la primera vez pensabas que las infracciones deben sancionarse, pero no tardabas mucho en apreciar las razones de la señora. El confinamiento tal como se hizo tenía una sensatez discutible que se impuso de una manera disciplinaria sin pedagogía y con errores de explicación por parte del único “experto” compareciente que se equivocó mucho en predicciones y en recomendaciones. Puesto que era un hombre competente muchos vieron en esos errores obediencia debida y temor a decir la verdad: “No estamos preparados y no sabemos muy bien qué hacer. Vamos a ver”. Las elevadas cifras posteriores quitaron confianza en quienes antes habían sido, no optimistas, sino descaradamente ilusos. Las comparaciones hicieron mella en cuanto se hizo sentir la gravedad de la inmovilidad y del próximo futuro de pérdida de ingresos indispensables ¿Si allí se puede correr y salir a la calle porqué aquí no? ¿Si allí no cierran ciertas empresas porqué aquí sí? La idea de que cuando acabe la pandemia veremos que las cifras se nivelan en todos los paises no era un alivio porque nuestras cifras eran malas y fue palpable que la estadística hospitalaria era mala. Dos o tres realidades inadmisibles se fueron abriendo paso en las mentes y en las emociones. En un país y en un momento en el que el paro creció instantáneamente el que se amontonasen ataudes en pistas de patinaje y en sótanos destrozó muchas esperanzas y el que los ancianos muriesen en soledad en residencias sin que se aportasen recursos produjo un escepticismo muy dañino sobre nuestra capacidad. Ni siquiera se pidieron voluntarios; ¿alguien pensó que aquí no habría muchos miles?
Algunas cifras, que no se difundieron mucho por lo crueles, mostraron una cara de horror. En marzo del 2020 el número de pensionistas se redujo en un uno por mil, previsiblemente por fallecimiento, en febrero ya se había reducido cortando una racha de muchos meses en los que crecía habitualmente.
Como no había datos precisos, hubo rumores sin límite. Por ejemplo, los sanitarios enfermaron en marzo en una proporción mayor que en ningún otro país fruto de la imprevisión inicial, de su esfuerzo inmenso y de su mayor contacto con los más graves, en muchos casos sin los equipos necesarios. La proporción de fallecidos entre ellos fué, sin embargo, afortunadamente, baja. ¿Cómo era posible que los que más arriesgaban falleciesen menos? ¿Se debía a su menor edad media y a su mayor conocimiento? ¿A qué otros factores?

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