60. Hong Kong-Macao-Shanghái. 2018. 19 de abril, jueves. Trigésimo primer día de viaje. Shanghái, día 11. Primera parte.

by

 

De nuevo un día sin pena, ni gloria con un final que nos hubiese gustado que fuese más feliz, pues resulta que se nos ha hecho muy tarde y hemos entrado a cenar en un restaurante cercano al alojamiento por donde pasamos todos los días y que siempre vemos muy animado. Sus platos típicos, y diferentes de otros sitios, son los cangrejos de río y nuestras apreciadas galeras, pero nos da miedo comerlas aquí así que nos hemos decantado por otra especialidad: las brochetas.

Están expuestas en la calle y tú coges las  que quieres y   te las hacen a la brasa. El problema es que tardan muchísimo y los comensales fuman como locos, a pesar de todos los letreros de prohibido fumar. Que mi chino no da para armar una bronca por este tema pero nos hemos tenido que cambiar de mesa pues en la vecina encendían uno detrás de otro mientras no parraban de comer. Y encima todas las brochetas picaban como demonios. Hemos  ”pinchado” con el restaurante. Mañana, la última comida la haremos donde hemos ido varios días  y no tendremos sorpresas.

Hoy ha amanecido un día soleado, vaya, un día estupendo.

En el metro un pasajero saca un libro lo que es una sorpresa.  Se titula “The long tail”, según dice su cubierta pero cuando lo abre está en chino.  ¿Por qué el título en inglés?

Pero la verdadera sorpresa es cuando saca una pluma estilográfica para subrayarlo. ¡Una pluma estilográfica! Hace casi 60 años que no veía a nadie utilizarla, excepto en las noticias cuando los mandatarios firman acuerdos importante (que no sirven para nada). Pero es que además de la excentricidad de utilizar una herramienta así es que es muy poco útil para este menester y menos en el metro: cada vez que quieres subrayar algo tienes que desenroscar la parte superior  y al acabar volverla a enroscar. Que había pensado que era solamente una pose de diletante, “postureo” lo llaman ahora, pero no, que ha subrayado algo.

Tenemos que comprar alguna cosa más y vamos a un mercado subterráneo del que la  guía dice que es el mayor conjunto de tiendas de esta ciudad. Realmente lo debe ser porque es  enorme y parece que una de sus especialidades son los productos falsos tipo relojes de marcas famosas. Es un sitio recomendable, pero no a estas horas cuando estás casi solo y todos te  ofrecen su mercancía.

Y por primera vez  se han dirigido a nosotros en castellano sin que aparentemente llevemos ningún distintivo de origen. O sea que por primera vez hemos dado con un “mall” chino, chino y sin nada de Bulgari o de Prada. O por lo menos original de esas marcas.

Queremos comprar unas flautas para nuestros nietos y cada vez que digo “flute” (y creo que lo pronuncio bien) me preguntan que qué clase de “food” quiero. Y eso ha sido en el hotel, en una óptica  y esta mañana en el mercadillo. Así que digo “flute” y hago como que toco la flauta. Pues ni por esas: que qué clase de comida quiero.

Desde allí nos vamos a otro centro comercial, el “Raffles City”, donde Marisa encargó las gafas. El amable dependiente le saca las gafas, ella se las coloca y dice que de lejos ve mucho mejor que con las que lleva puestas, pero para leer fatal. Pues es un gran problema ya no hay tiempo para rectificar. Y entonces la sorpresa: están sin colocar las lentes graduadas y las que hay son las que van sin graduación.  Una situación muy divertida. No hay nada como no saber chino.

Y una vez mes comprobamos como estos jóvenes dependientes son amables y listos por la manera en que saben resolver las situaciones sin hablar una palabra de inglés, gracias al teléfono y a su interés.

Nuestra próxima vista es a la estación de metro que corresponde a la de ferrocarril a donde llegamos a Shanghái. Cuando lo hicimos como debía  ser el único tren con control de aduanas y pasaporte lo hicimos por una parte especial de la  estación, pero realmente no la vimos así que ya  que estamos allí queremos aprovechar para echarle un vistazo.

La primera consideración al llegar a aquella estación de metro ha sido pensar en lo atrevidos que  fuimos para coger el metro nada más llegar a esta ciudad. Porque es enorme y porque hay un tráfico humano increíble. Y porque ahora sé que nadie me entiende cuando pregunto por el metro.

Por cierto, que en ese tráfico humano siempre hay policías que seleccionan a algunos jóvenes y les piden la documentación. Ni idea de lo que buscan, pues siempre que los hemos visto los dejan marchar sin más.

Ya en la gran plaza que hay delante de la estación descubrimos que para entrar en ella hay que llevar el billete del tren y la identificación personal, así que nos quedamos sin verla.

Y un consejo a los que decidáis comprar el billete de tren: todo el mundo lo saca en unas máquinas, pero los extranjeros debemos ir a unas oficinas especiales. No sé lo difícil que debe ser la gestión.

Una gran familia, o un grupo de amigos,  quiere hacerse una foto y me piden a mí que se las haga. Es curiosa  la cantidad de veces que me lo piden. Si supiesen que no tengo teléfono celular…

En esta ocasión todos me han dado las gracias calurosamente.

Comemos en un restaurante cercano muy bien y muy barato, como esperas que sea todo el país.

NB

Al acabar la crónica me doy cuenta que más que “atrevidos” al llegar a la estación de esta ciudad y coger el metro fuimos “ingenuos”. Pero salió bien.

 

Etiquetas: , , ,