47. Hong Kong-Macao-Shanghái. 2018. 11 de abril, miércoles. Vigésimo tercer día de viaje. Shanghái, día 3. Primera parte.

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Hoy vamos a visitar los jardines de Yuyuán y el bazar que lo rodea, pero antes queremos pasar por la calle Nanjing Rd y el Bund para ver al personal haciendo taichí, pues hemos leído que es un espectáculo.

Seguramente hemos salido demasiado tarde, pues solo había pequeños grupos de señoras bailando. De todas maneras, es algo sorprendente que lo hagan en una calle tan céntrica, aunque se aprovechan de que sea peatonal en ese tramo.

Llegamos al Bund y el desfile de las gabarras transportando arena con aquel fondo increíble de Pudong es algo fuera de serie. Porque hay muchas navegando, pero muchas. Lo que no hay apenas son turistas por el paseo.

Dese allí  vamos andando hacia los jardines de Yuyuán y tenemos que atravesar otros jardines, los del Parque de Gucheng, estos nada famosos. Aquí también hay un grupo de la tercera edad bailando. Esto ya no es gimnasia y por la hora tampoco parece que sea una actividad social y aunque también hay hombres (no como en los grupos “gimnásticos” de Nanjing Rd) son mayoría las mujeres.

En el parque un niño muy pequeño con unos curiosos pantalones: tiene el culo al aire.

Llegamos a los jardines Yuyuán y aquello es un hervidero de visitantes. Deben ser los más famosos dentro de esta ciudad y se nota.

Un buen detalle: la entrada a los abuelos a mitad de precio.

Yuyuan Gardens.

La guía después de una descripción poética con unos maravillosos adjetivos como “brillantes estanques”, “pinos brotando melancólicamente de las rocas”, “bambú susurrante”,… dice de ellos que son “un escape encantador de la modernidad de vidrio y acero  de Shanghái”. Y de su anexo bazar que es un “tesoro oculto de objetos de artesanía…”. Vaya, que no hay más remedio que visitarlo.

Estos jardines fueron creados por la familia  Pan, que eran unos ricos funcionarios de la dinastía Ming. Les llevó 18 años su construcción (desde 1559 hasta 1577), pero fueron saqueados durante la Segunda Guerra del Opio en 1842, pues los británicos  estuvieron acuartelados aquí  y de nuevo durante la Rebelión Taiping, pero en este caso por los franceses como represalia por los ataques a su cercano “territorio”, o sea a la llamada “French Concession”.

NB

Lector, si has tenido una formación escolar semejante a la mía nadie te habrá explicado la “Rebelión Taiping”. Por favor, no dejes de leer sobre ella. Uno de los movimientos sociales más interesantes de la historia reciente.

Al lado de la entrada de los jardines está la Huxinting Teahouse, una de las más famosas de este país y con un camino de acceso en zigzag para impedir a los espíritus que accedan a ella, pues es bien sabido que ellos solo saben moverse (iba a decir “andar”) en línea recta.

Realmente son unos jardines preciosos aunque, como todo en esta ciudad, están abarrotados. Demasiado. Y muchos turistas occidentales, casi todos mayores aunque de vez en cuando aparezca una familia con niños.

Es curioso porque debido a la tendencia de casarse mayores y de encargar niños todavía más mayores (me atrevería a decir que “al límite”) estas familias son de parejas que podrían ser casi los abuelos, pero que no lo son.

Y a diferencia de otros viajes asiáticos aquí oigo hablar bastante francés: porque los oigo hablar en su idioma  o porque los oigo hablar  con su guía en inglés, pero su fuerte acento francés los delata.

En uno de los pabellones, el llamado “Yangshan Hall”, “Admira la montaña”, hay una curiosa explicación sobre el lugar que acaba diciendo que “aquí uno se siente sin preocupaciones y gozoso”. Pues eso sería cuando fue construido en 1866 porque hoy es imposible que provoque tan loables sentimientos.

En uno de los sitios que paramos hay una madre con un niño muy simpático y de repente el bebé se me tira a los brazos. ¡Qué sorpresa! Yo creía (y sigo creyendo) que no soy un abuelito adorable con el que los niños quieran irse, pero fue muy gracioso y a la mamá le encantó la acción de su hijo. Afortunadamente no me llamó “papá”.

Comemos por allí cerca y cuando regresamos para ver el cercano monasterio de Chenxiangge  nos dicen que cierran en 10 minutos. Un fallo de la guía, pues según su información faltaban 70 todavía. Así que nos dedicamos a pasear por las callejuelas y plazas que hay en el exterior y alrededor del jardín.

Sigue habiendo mucha gente pero la palma se la lleva un puestecito que se anuncia como “Crab soup dumpling shop” donde hay una larga cola esperando. Y ha resultado ser una cosa muy curiosa: una especie de empanadilla hervida más grande de lo normal que la servían en un plato de plástico y con una cañita, pues la sopa debía estar dentro y el personal la sorbía. No logré ver si luego tiraban la empanadilla o se la comían con los dedos, pues rompiendo todas las normas no les daban el casi obligatorio par de palillos.

Una de las atracciones es una reproducción de la época gansteril de Shanghái donde el personal se disfraza y se hacen fotografías.

Vemos el famoso pabellón donde se puede tomar té y aunque es carillo merece la pena por el sitio. Subimos al primer piso que es desde donde tienes las vistas sobre el entorno, nos traen la carta y cuesta el doble de lo que ponía en la entrada. Se los digo y me contestan que “upstairs” es otro. Vaya, un “atrapa turistas”, en inglés “tourist trap”: te cobran el doble solo por subir un piso, pero además lo que quedaba para sentarse era tan incómodo que en 5 minutos no podrías aguantar más.

Pero casi en el mismo entorno damos con otra tetería  situada en un primer piso y con unas vistas estupendas,  muy elegante y con medio centenar de tés para elegir. Y estamos casi solos.

En una mesa contigua un francés mayor, mayor, (vaya, más que yo) con una joven china. Y no son amigos de toda la vida porque hablan de geografía (la china anda bastante despistada) y sale Yakarta en la conversación y el abuelo le dice que ha estado trabajando allí. Imagino que son una pareja “para amistad y lo que salga”,  como decían antes en los anuncios de la sección “Amistad”.

Nos gustó tanto que compramos dos tazas. Veremos como las metemos en las maletas, pues las hemos traído justas, justas.

Regresamos al hotel y luego volvemos otra vez al Bund, ahora ya de noche. Y el espectáculo nocturno sigue siendo una maravilla.

Va y viene  tanta gente por la Nanjing Rd, que es la vía principal para los peatones para acceder hasta allí,  que la policía, o similar, tiene que controlar el flujo humano para que no nos bajemos de las aceras e invadamos los carriles de los coches.

La señora Carmena lo hubiese solucionado en un periquete.

En el Bund vemos a un alegre grupo de monjes budistas tibetanos. Y al verlos pensé en los lirios del campo y tengo que reconocer que me jode su actitud ante la vida. La de los lirios y la de los contemplativos. De ellos sí se puede decir que “viven como curas”. Yo diría que como los curas de antes.

Y de nuevo también el espectáculo de los novios y los fotógrafos.

¿Por qué irán ellas siempre de rojo?  ¿Forma parte del ritual de apareamiento o es una imposición fotográfica? Porque Marisa cuando ve algo con mucho rojo siempre dice: “¡Ojo, que el rojo satura mucho!”. Pues aquí todas saturadas.

NB

Hoy lo que más me ha sorprendido ha sido una joven que nos ha ofrecido una especie de patines (dos ruedas unidas por un eje) que se colocan en la parte posterior del zapato y permiten ir patinado.

¿De verdad creía que un septuagenario podría colocarse aquel artilugio y no morir en el intento?

Eso se llama dar en la diana.

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