Hoy ha sido un día especial.
Marisa se ha levantado ligeramente mareada y a partir de cierta edad hay que tener cuidado con esas cosas, así que hemos cambiado los planes iniciales por otros más acordes con la situación.
Porque eso es una de las cosas buenas que tiene el ir a tu aire (lo que Santo Tomás de Aquino llamaba el “libre albedrío” o quizás fue San Agustín de Hipona, no sé): que puedes modificar el recorrido cuando quieras.
Vuelvo a coger el “Hong Kong Breakfast” y Marisa el “Western”.
Intento hacer un estudio estadístico con lo que desayuna el resto de los clientes pero no logro ver ninguna tendencia entre las cuatro posibilidades.
Hoy he vuelto a indagar el recorrido óptimo desde el alojamiento al metro para el día en que tengamos que ir a Macao. Porque el metro de esta ciudad es de una eficacia asombrosa: rápido, funcional y limpio, pero suele tener el primer tramo de la entrada (o el último de la salida) sin escaleras mecánicas y con el equipaje puede ser un problema. Además en Hong Kong son habituales los pasos subterráneos para atravesar algunas calles importantes y a veces con escaleras, pero siempre tiene la opción del ascensor, aunque debes buscarlo. Y, mejor todavía, encontrarlo.
Hoy he visto tres tipos de ciudadanos que hasta ahora no había encontrado: un verdadero mendigo, dos ciegos y un par de viajeros de metro en sillas de ruedas.
¿Te imaginas a un ciego en una ciudad como esta? Que no hay pasos de cebra, excepto en los semáforos y donde siempre tienes que cruzar vigilando que no venga un coche a toda velocidad. Y ahora al escribir esto me percato del nuevo peligro que se les viene a los ciegos ciudadanos con los coches eléctricos.
Resulta que aquí el parque automovilístico no solamente es muy nuevo, sino que lo es de los coches más altos de la gama: japoneses Lexus y unos monovolúmenes Toyota enormes y lujosos, BMW, Audi y Mercedes de los modelos superiores de cada marca y Tesla. Y a este último solo se le oyen las ruedas. Así pues los ciegos tendrán que agudizar todavía más el oído o perecerán. O pondrán bandas sonoras par que los oigan. Es curioso: un nuevo adelanto tecnológico para que sea silencioso y habrá que añadirle ruido.
Pues también he visto a un mendigo, pero de los de verdad. Porque este fin de semana he visto dos o tres veces a un joven occidental sentado en el suelo y con la mirada baja con un letrero en el que pedía limosna para comprar el billete de regreso a casa. Un poco sospechoso, porque no decía donde estaba su casa.
Claro que también podía ser un truco de marketing mendicante. Porque tú pones que tu casa está en Marsella y los alemanes dicen “que se joda el francés”, y hasta los de París puede que digan que “tanto votar al Frente Nacional, que se entere de lo que vale un peine”. Así que no sabes nada de ese chico.
Pero el mendigo de hoy era de tipo medieval: un joven al que parecía que lo hubiesen roto en varios trozos. Pero el personal pasaba de largo.
Y los de las sillas de ruedas en el metro también me parece una gran heroicidad.
Hoy ha entrado en nuestro vagón una señora así y cuando ha intentado “aparcar” en el sitio que tienen reservado para tal fin había un mastuerzo con el puto teléfono que no se movía de allí, que hasta ha tenido que ir un joven y pedirle que dejase situarse allí a la señora. Pues ni perdón, ni nada, que aún ha puesto mala cara, pues a lo peor le ha hecho perder la partida.
Y es que los de los teléfonos están (¿estáis?) atontados: a veces se colocan en la puerta del vagón y ni se mueven al llegar a la parada de lo obsesionados que están.
Otra observación antropológica: en este metro, a diferencia de Japón, no duerme nadie.
Otra: cuando escriben en la pantallita del teléfono lo hacen dibujando la palabra con la yema del índice. Entonces aparece el signo que querían escribir y siguen.
En la punta sur de Kowloon, al lado del mar, enfrente de la isla de Hong Kong, hay un bonito paseo llamado Tsim Sha Tsui East Promenade que bordea la bahía Victoria. Desafortunadamente el comienzo de su recorrido está en obras y nos perdemos parte de él. Ahora prácticamente comienza en la “Avenue of Stars”, un parque en el que homenajean a la industria del cine de Hong Kong y donde la estrella es una escultura en bronce de Bruce Lee, el más famoso actor de esta ciudad.
Seguimos un rato por ese “Promenade” y varios letreros avisan de “no fumar, no perros, no patines, no bicicletas”. ¡El cielo!
Al regresar pasamos por un interesante edificio llamado “1881”, que fue el cuartel de la policía del mar y que ahora es un conjunto de tiendas “High level”.
Subimos a una especie de torreta y allí en una ventana de aquella habitación minúscula hay una joven como un hada del bosque. Pienso que quizás esté posando, pero hasta que no veo al fotógrafo medio oculto en un rincón me quedo muy sorprendido.
Ella es una occidental jovencísima, guapa y esquelética y él oriental, pero no chino, de unos 50. Y son pareja. ¿Pigmalión y Galatea?
Lo curioso es que él solo lleva la cámara, pero nada de flashes, ni otros elementos de iluminación. Imagino que le dirán, lo que alguno le dice a Marisa cuando publica alguna fotografía notable: “Debes tener una buena cámara, ¿no?”. A este: “Con esa modelo te deben salir unas fotografías ‘outstanding’”, que es una palabra que se utiliza mucho para valorar las fotos.
La guía recomienda un restaurante cerca de allí y cuando lo encontramos una sorpresa: es un conjunto de restaurantes, uno al lado del otro sin una clara separación, excepto algún cartel que cuelga, donde imagino que está el nombre. Por supuesto todo en chino. ¡Ah, y debajo de una calle!
Doy una vuelta de inspección, pero no logro entender nada. Pregunto a un joven y me dice que es el segundo entrando por la izquierda. Le pregunto al segundo por la izquierda y me contesta que es el tercero y el tío se ha cabreado bastante. A la cuarta vez acierto.
Nos sentamos en una mesita con otra comensal, pues aquí en los restaurantes populares se comparte la mesa, y el camarero me señala un letrero en la pared, por supuesto todo en chino, donde solo entiendo 32, 50 y 16.
Le digo que lo mismo que está comiendo la señora: un gran bol de fideos con caldo y seis albóndigas de ternera. Lo de la ternera es que lo decía la guía. Era el plato de 32.
Luego buscamos un templo cercano que ha resultado ser el más destartalado y pequeño de Hong Kong y donde además no se pueden hacer fotos, pero sí es interesante: “el antiguo templo de Fook Tak”.
La guía lo define algo así como “un agujero en la pared lleno de humo” y no le falta razón pues en los 5 minutos que hemos estado allí han entrado tres feligreses a rezar y todos han quemado unos palitos.
NB
La foto es del templo, pero desde la calle.
Volvemos para descansar un ratito al hotel y para no forzar la maquinaria acabamos el día dando una vuelta por los mercadillos que hay en nuestro territorio.
Vaya, está a unos 100 metros, pero nuestro alojamiento es como un oasis fuera de aquel bullicio.
Algunas calles son en parte peatonales y a otras las hacen durante unas horas. En aquel entorno se encuentran puestecitos de ropa, de electrónica barata, de cachivaches e incluso un mercadillo tipo rastro con objetos diversos tirando a “cosas de la basura”. Y las tiendas que están en sus establecimientos habituales pregonan las mercancías antes de cerrar, quizás bajando los precios, especialmente las fruterías. Es curioso porque las frutas las venden por unidades o por conjuntos de estas, no por peso: 4 manzanas, 10 mandarinas, 5 peras, una caja de fresas…y las verduras por canastillas.
Y en casi todas las tiendas de comida preparada hay colas de clientes esperando poder comprar una bandeja de alguna cosa deliciosa de la que ni puedo adivinar su origen. Sí su destino, porque la mayoría se las comen, nos las comemos, delante del establecimiento.
Nosotros más precavidos hemos comprado una bandeja de verdura y otra que no sabíamos si era de cerdo o de pescado y que ha resultado ser este último.
La mejor cena de Hong Kong. Y es que yo comería, o mejor cenaría, siempre así.
Etiquetas: China, Comida, Fotografía, Hong Kong, Kowloon