Hoy ha sido un día casi perdido para el turismo, pero ganado para el conocimiento, por lo menos para el conocimiento viajero: casi podría dar un curso sobre las dificultades para obtener un visado para China. O sin casi.
Pero comencemos el día.
No ha empezado demasiado bien, pues la noche no ha sido buena: el resfriado que traía de Madrid, y que se agravó en el avión, ha tenido su momento de esplendor esta noche. Y encima cada vez que me despertaba, y han sido demasiadas veces, pensaba en Turquía, en mi querida Estambul y en la inconsistencia que supondría que no nos dejasen viajar a China por haber estado allí en marzo del 2014.
Porque ayer antes de acostarme volví a repasar aquel viaje según los sellos del pasaporte por si hoy tenía que explicar las andanzas por ese país: estuvimos unos días antes de coger el autobús que nos llevó de Estambul a Tiflis y otros tantos a la vuelta. Claro que los sellos ponían Estambul y Artvin y yo me veía en el duermevela explicándole a un funcionario chino que Artvin está en la frontera con Georgia, pero no con Irak. Además, ¿tenía yo pinta de unirme a la “yihad”? No a esa, a cualquier cruzada religiosa. Porque no se me ocurría cuál podría ser el motivo para el posible rechazo.
Total, que una noche tirando a horrible.
Así que cargado de razones geográficas nos vamos al servicio que ha externalizado el consulado chino para la gestión de sus visados.
Una oficina modernísima en un rascacielos precioso. Y una cola que no te la puedes imaginar. De esas del letrero del infierno de Dante. Porque no solo es que era una cola que daba varias vueltas por el pasillo de aquella enorme oficina, es que además no había ninguna persona que te informase en la entrada. Así que andas preguntado al personal de la cola y al final debes hacer lo siguiente:
1. Rellenar un formulario de petición de visado.
2. Hacerte una fotografía en una máquina que hay allí, pues seguro que la que llevas no cumple los estrictos requisitos demandados.
3. Hacer una fotocopia del papelito que te dan como visado cuando llegas a Hong Kong, pues tú llevas diligente la copia del pasaporte, pero no piensas que también quieren tener la certeza de que estás legalmente aquí y que no eres un inmigrante irregular. Vaya, no se me ocurre otra tontada para esto.
4. Ponerte en la larga cola.
¿Fácil? Pues no.
La máquina de las fotografías solo funciona con los 50 dólares (de Hong Kong, por supuesto) que cuestan hacerte las 6 copias que te da.
La máquina de las fotocopias solo funciona con la “Octopus card” para pagar los 2 dólares que cuesta cada una.
Y nosotros teníamos solamente dos billetes de 50 dólares y la tarjeta de pago.
En la espera de la cola hablo con un mejicano y me comenta que le parece que la foto de Marisa no será válida pues se la ha hecho con gafas; afortunadamente descubro que hay un joven de aquella oficina que está ayudando a alguien con las fotocopias y le pregunto por nuestras fotos. Pues era como nos dijo el mejicano, que no vale, que tiene que estar sin gafas. Pero ya no tenemos más billetes de 50 y en un alarde de generosidad coge las 6 copias de las fotos de Marisa, las deja encima de la máquina, la abre, saca un billete de 50 dólares y nos dice que la repita. La repetimos, y como soy un tanto precavido (algunos dirán que tirando a pesado) busco de nuevo al joven y se la enseño: tampoco vale porque tiene la boca ligeramente abierta. Vaya, quizás un milímetro. O menos. Y repite la operación anterior.
Para evitar más fracasos le pido que haga de “operador de cámara”. Así que le dice que levante la barbilla, que cierre la boca y lo más sorprendente: que enseñe las orejas. Y eso que Marisa lleva ahora el pelo bastante corto. Y todo esto para obtener la foto más horrible que le han hecho en su vida. Pero ya tenemos todo y solo hay que esperar.
NB
Esta foto de más arriba es una “licencia poética”.
Afortunadamente cierran aquello a las 4 de la tarde y a eso de la una nos dan un numerito a los que estamos en la cola para que nos podamos ir a comer y regresemos sin problemas pues dicen que ya no admitirán a más solicitantes. Nos toca el número 98.