Se nos ha hecho un poco tarde con la visita al palacio y nos vamos a comer. Esta vez elegimos un restaurante especializado en empanadillas, las famosas “mandu”. Este restaurante tiene la particularidad de que ves como las preparan cuidadosamente de una en una. Nada de Thermomix.
Otra diferencia es que los “mandus” nos los sirven con un infiernillo para que te los hagas a tu gusto.
Una comida deliciosa para despedirnos de la cocina coreana.
Encontramos tiendas de alquiler de trajes tradicionales y me entero de los precios: 10 mil won dos horas, 15 mil cuatro y 25 mil un día, que aquí va de las 10 de la mañana a las 8 de la tarde.
En el entorno del restaurante hay varias galerías de arte. Hoy parece que es día de inauguración de exposiciones y colocan grandes coronas de flores, como las de los entierros nuestros, o parecidas, delante de sus puertas.
Una de las señoritas encargadas de recibir estas coronas nos sorprende con unos vistosos (e imagino que muy incómodos) zapatos de tacón.
Antes de regresar al hotel pasamos por la plaza Gwanghwamun que está situada delante del palacio Gyeongbokgung.
Es una plaza enorme con dos estatuas de dos próceres coreanos, pero que tiene un aliciente añadido: en ella está el “Museo Nacional de Historia Contemporánea de Corea” y aunque tiene cosas muy interesantes, nosotros vamos porque se puede acceder a su terraza desde donde hay una vista magnifica del palacio y de parte de la ciudad.
Pero al llegar a la plaza lo que nos encontramos es una gran pagoda de papel y el montaje de un acto budista. ¡Qué pena que no nos podamos quedar a verlo! Van a dar alguna charla, imagino que espiritual pues hay varios monjes preparando aquello y van a iluminar la pagoda.
Y hay mucho policía. Vaya, todos los que no hemos visto en el país durante todo el mes. Pero es que además esta plaza es famosa por las manifestaciones que se desarrollan aquí. Y al lado de la pagoda una gran placa metálica en el suelo con la única frase escrita en castellano que he visto en Corea: “Lugar de la Beatificación de los 124 Mártires Coreanos”. Pero ni una palabra de Don Santiago Ramón y Cajal, por ejemplo.
La verdad es que me dio un poco de vergüenza subir solo a la terraza y no visitar nada más, pero es que no teníamos tiempo. La vista desde allí muy recomendable.
Y además son tan buenos estos coreanos que, aunque sepan que solo entramos en este museo para ir a la terraza, han colocado allí el típico letrero del mejor sitio para las fotos.
Cuando regresamos a la plaza todavía siguen con los preparativos de la fiesta budista, pero solo hay unos pocos monjes aposentados y unas voluntarias que arreglan unos preciosos farolillos. Será estupenda pero no podemos quedarnos.
Regresamos al hotel y aunque es muy pronto para nuestro vuelo decidimos coger el autobús para ir hasta allí pues se acaba relativamente pronto su servicio y es muy cómodo: sale de la misma puerta del hotel. Estamos solos en la parada y se detiene un simpático taxista: “¿Van al aeropuerto? Les llevo por el mismo precio que el autobús.” La tarifa de ese autobús es cara para lo que suele ser el precio del transporte, pero la oferta del taxista es mejor por lo que le repito varias veces lo del precio pues la guía dice que un servicio así cuesta unos 65 mil won y nosotros vamos a pagar 30 mil, y aunque sea bus o taxi tarda una hora o más dependiendo del tráfico.
Un consejo muy importante: nunca, pero nunca, nunca, aceptes ir en taxi al aeropuerto, pues aunque el área metropolitana de Seúl tiene casi 25 millones habitantes hay esa pequeña posibilidad de que te toque el mismo que a nosotros.
El coche es un Hyundai Sonata, o sea que es espacioso y cómodo y está inmaculado. Además nos pone una bonita música con piezas como “Puente sobre aguas turbulentas”. E intenta hablar con nosotros pero con poco éxito. Vaya, una persona muy agradable.
El aeropuerto internacional de Incheon está a 58 km al oeste del centro de Seúl y nosotros estamos bastante en el centro así que la primera parte del recorrido es un continuo atasco, aunque nuestro buen taxista cambia de carril en cuanto ve un hueco por el que colarse y si hay 30 metros libres acelera a fondo. Una vez cambia de dirección en un lugar donde no debía y casi se nos lleva por delante un autobús urbano, que también van despendolados. Así que vamos despacito o con fuertes tirones, pero aquello va para largo. ”¿Tienen prisa por coger el vuelo?”. O algo así. “Ninguna prisa. Vamos con mucho tiempo”. Espero que entendiese eso. Pero me temo que no fue así.
Al final salimos a una carretera y luego a una autopista. Aquí adelantan de forma indiscriminada por la izquierda o por la derecha, como hemos comprobado en nuestros viajes por carretera, pero es que este adelantaba a todos. Y conforme iba disminuyendo el tráfico aumentaba la velocidad y los adelantamientos eran más al límite. Marisa se empezaba a preocupar y a decir que porqué no habíamos esperado al autobús. “¿A cuánto va? No, no me lo digas”. Y es que íbamos a 140 cuando había letreros de límite 80.
De pronto dice algo de “gas” y cambiamos de dirección en medio de la autopista en un lugar donde había un semáforo para hacerlo, pero dada la “habilidad” del conductor yo me temía que aprovechase cualquier resquicio y no se esperase al cambio de luces. Pues sí se espera y empieza otra carrera en búsqueda de la gasolinera donde debía ser un habitual pues le regalaron una cajita nada más llegar. Echa gas y es la primera vez que veo repostar ese combustible. Luego se mete por unos caminos de tierra para llegar de nuevo a la autopista y yo pensaba en un pasajero o peor pasajera sola por aquellos andurriales. Y volvemos a entrar en la autopista y descubro que antes solo debía ir a 140 porque tenía poco combustible porque ahora aún corre más. Marisa solo buscaba un letrero donde dijera que estábamos ya en el aeropuerto pero nunca llegábamos. Mi temor era que pudiese ver el velocímetro. Y en el tramo final, en lo que debía ser la autopista exclusiva para Incheon se pone a 180 y adelantando. Claro, a esa velocidad tienes que adelantar a todo el que esté por delante.
O sea, que el pirado del norte diciendo que no le tiene miedo a sus enemigos y el de los USA diciendo lo mismo y el gran peligro que corremos es un jodido y amable taxista de Seúl, que además creo que me ha dicho en algún momento que era un buen conductor.
Nunca me he bajado de un coche con más alegría. Que hasta nos hemos dado la mano con el taxista.