48. Corea 2017. 7 de abril, viernes. Vigésimo sexto día de viaje. Seúl, día segundo. Primera parte.

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Ayer vi por primera vez varias cosas aquí en Corea y me sorprendió esa concatenación de esos hechos insólitos, aunque fuesen poco importantes.
1. Tres sordomudos “hablando” por la calle.
2. Un coche de inválido en el metro. ¡Hay que ser muy valiente para hacer algo así!
3. Un ciego también en el metro. No sé si es más duro esto o lo anterior, pero de cualquier manera indica una gran determinación.
4. Una señora de unos 45 años rezando el rosario también en el metro. ¡Rezando el rosario! Primero pensé que debía ser una musulmana por la velocidad con la que pasaba las cuentas pero luego me percaté de que era el clásico rosario acabado en una cruz. Observé detenidamente y a veces sí le daba tiempo de rezar un avemaría aunque un poco rapidito, pero otras veces no le daba tiempo más que a la segunda parte de la letanía, ya sabes, el “ora pro nobis”. Marisa pensó que quizás utilizaba alguna forma abreviada, pero yo creo que es que no lo rezaba bien. Que estuve a punto de decírselo. Vaya que si es en el metro de Madrid o en el trolebús de Zaragoza le digo: “mire señora que yo he rezado el rosario durante muchos años de mi vida, que me conozco los misterios gozosos, los dolorosos y los gloriosos y usted está haciendo trampas. Y a su Dios eso de las trampas le cabrea bastante”. Y hubiese acabado con una cita apócrifa de los Evangelios, como sospecho que hacían los padres escolapios en mi niñez cuando empezaban un sermón. ¡Y además lo decían en latín! Pero no dije nada aunque seguí, y sigo, intrigado.
Hoy volvemos a colocarnos para el desayuno en la misma ventana que ayer y vemos de nuevo a los viajeros que cogen el autobús para el aeropuerto y surge otra vez la cuestión de que qué llevarán esas jóvenes en aquellas maletas y cómo se moverán con ellas. Claro que el autobús te lleva desde la puerta de este hotel hasta la terminal, pero imagínate que hay una huelga de autobuses. O más sencillo, que no funciona. ¿Qué haces? Pues coges un taxi. Pero a lo peor no encuentras uno. O quizás estás marchándote del país y solo te has reservado los 15 mil wons del autobús. Y además la boca del metro la tienes cercana. Pero, ¿y las maletas? Vaya, que sigue siendo un enigma para mí como alguien se puede mover con un equipaje que no puede mover. Yo cada vez llevo menos ropa, aunque cada vez más artilugios electrónicos.
Hoy vamos a dedicar nuestra vida de turista a los museos.
Primero vamos al Museo Nacional de Corea. La guía no lo clasifica como al mercado de pescado de ayer con un “Don’t miss” pero le da una estrella. No, aquí no hay “5 estrellas”, aquí solo le da una o ninguna. Pues este museo una y te recomienda cuatro cosas.
La primera sorpresa del museo, la voy a llamar “sorpresa cero”, está antes de llegar allí: un acceso de metro que no te lo puedes creer. Me parece que no había visto unos pasillos tan bonitos y limpios en mi vida y además con largas aceras rodantes.


La sorpresa uno es el edificio que te encuentras y el entorno en el que está situado. Que solo por eso ya tienes que ir a verlo.


Un apartado dentro de esta “sorpresa uno” es la tabla de prohibiciones en los preciosos jardines que lo rodean: Prohibido los patines, los patinetes y las zapatillas con ruedas en el tacón. No dicen nada de los monopatines pero debe ser una costumbre tan bárbara que no ha llegado a esta península.


La segunda sorpresa, que no es tal pues ya lo ponía en la guía, es que es gratis. Para todos. La tercera es que tiene un folleto en castellano. Creo que es la primera vez que lo encuentro en este país. Que te puede parecer una tontería, pero no sabes lo que se agradece.


Hoy, no sé si es por ser viernes o por ser museo o por ambas cosas, estaba lleno de escolares que eran más ruidosos que los japoneses (¡siempre la comparación!), pero mucho menos que los españoles. Eso sí, cuando están sentados todos están pendientes de su teléfono.


Y entras en aquel edificio y piensas que si además hay obras interesantes vas a visitar uno de los museos más bonitos del mundo. Porque me ha recordado al Museo Nacional de Tokio en Ueno: las piezas no son para dejarte con la boca abierta, excepto, para mí, un par de ellas, pero están tan bien expuestas, ordenadas y explicadas que piensas que todos los museos deberían ser como este. O como el de Ueno.


Y lo mismo te digo de los lavabos que me he permitido fotografiar aprovechando la ausencia de clientes.


Y aunque sea habitual en otros, también aquí hay máquinas de agua fría y caliente con los vasos más raros que he encontrado nunca: una bolsita cuadrada de papel de 5×10 cm.


La obra más interesante para mí: un “Buda pensativo” del siglo VII.


Una parte muy interesante del museo es la dedicada a la “ruta de la seda” en la sala de Asia Central. Muy interesante y también muy desconocida, por lo menos para mí, pues muchas veces era incapaz de situar los lugares de procedencia.
¿Conocías a Fuxi y a Nüwa?


Pues yo tampoco. Resulta que son (o eran, porque los dioses también desaparecen cuando no tienen a nadie que crea en ellos) deidades de la tradición china del mito de la creación. Creacionista perdóname por calificar como “mito” tus creencias, pero es que esa es la explicación que da el museo. Pues parece que según esa creencia el cielo era redondo y la tierra cuadrada. En la réplica que hay aquí forman una pareja muy graciosa.


Luego está el tesoro de Sinan. Un barco que en junio de 1323 partió del puerto de Qingyuan, ahora Ningbo City (por si quieres rehacer el viaje con Google), hacia el de Hakata en Japón en 1323. Estaba cargado con piezas de cerámica china, trabajos de madera lacada y objetos de metal pero nunca llegó a su destino. En 1975 un pescador encontró un vaso de celadón en la costa coreana de Sinan y como era un buen ciudadano (y no un rata) informó a las autoridades quienes comenzaron los trabajos de búsqueda en 1976 finalizando en 1984. Y su resultado es algo increíble: se recuperaron entre otros objetos 24 mil piezas de cerámica china y objetos diversos, 28 toneladas de monedas de cobre que pesan los 8 millones de monedas, mil piezas de madera de sándalo y 720 fragmentos del casco del buque. Una pequeñísima parte de ese patrimonio está expuesta en una sala del tercer piso, el superior del museo.
Un ala del segundo piso está dedicada a las donaciones individuales. En cada sala hay una fotografía con una detallada reseña del donante y una muestra de lo que dejó al museo. Quizás la más interesante es la de Lee Hong-kun. Su colección tiene casi 5.000 piezas. Pues no solo regaló todo esto al estado sino que su familia proporcionó fondos para la investigación de la colección. Compara esto con las “donaciones” de alguna figura de la vida pública española. Claro que no es lo mismo “regalar” un Matisse que un libro de caligrafía de la época Joseon, pero es el espíritu de uno y otro (u otra) lo que cuenta.
Y así 8 ó 10 salas más, como la de Kang Bong Koo que donó más de 110 mil piezas, especialmente monedas.
Y gracias a este museo me entero de la existencia de los “Diez Reyes del Infierno” de los que desconocía su existencia. Así el séptimo se llama “Taishan”, información que proporciono desinteresadamente a los padres que andan a la búsqueda de nombres originales para sus hijos como Yenifer o Pelayo. Mucho mejor Taishan.


Dejamos este estupendo museo y nos dirigimos al cercano Museo de la Guerra.

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