Mercado de pescado de Noryangjin.
La guía explica que si quieres ver el mercado en su momento más vivo vayas cuando hacen la subasta, pero eso tiene dos problemas: que quizás no sea de acceso público, pues en Tokio hace años que lo limitaron, como sucede en muchos puertos españoles (o quizás en todos), y que es a la una de la madrugada.
También dice que si no vas entonces, que lo hagas a la hora de la comida que es cuando va el personal para comprar pescado o marisco y que se lo cocinan en los restaurantes del complejo. Porque aquello es enorme. Parece que había un antiguo mercado en una gran nave y ahora acaban de inaugurar un gran y moderno edifico al estilo del de Busán, aunque todavía hay zonas que están en construcción. Y sobre todo lo que hay es un montón de restaurantes que te cocinan y sirven lo que compras en los puestos.
Al mercado se accede desde la estación de metro a través de un pasadizo lleno de vendedores de avanzada edad con puestos de verduras y hortalizas.
Marisa me dice que cree que China será así. Quizás en el futuro próximo todo aquello cambie, pues hay grandes obras en proceso alrededor del “Noryangjin Fisheries Wholesale Market”, nombre oficial del complejo.
Lo primero que vemos antes de entrar es un puestecillo con media docena de pescados medio secos, unas algas y un capazo lleno de jinjoles. ¡Jinjoles!
Primero visitamos la nave antigua. Allí hay largos pasillos llenos de todo tipo de marisco.
Encontramos galeras, navajas y erizos entre otros seres rarísimos.
Algunos grandes cangrejos con el caparazón perforado para mostrar que tienen el “coral” rojo como también habíamos visto en Busán.
Y de nuevo las holoturias, a las que yo denominé por error (y por su físico) como “priapoideos” en una crónica de Japón; doble error porque quería decir “priapuloideos”. Por cierto, las galeras, como en España, a unos 6€ el kilo.
Una diferencia importante de este con respecto al famoso de Tsukiji de Tokio es que en aquel tú no eres ningún cliente potencial y generalmente no les haces ninguna gracia a los vendedores que pasees por allí, pero aquí sí que puedes ser un cliente y así las vendedoras te hacen continuas ofertas para que luego te lo comas en algún restaurante. Las más lanzadas, o con mejor dominio del inglés, te dan su tarjeta y como está en coreano te remarcan donde está su nombre en la tarjeta y en el puesto. Como si fuese un jeroglífico. Afortunadamente es muy temprano para comer y no hemos tenido demasiada presión.
Y al igual que en otros mercados hemos visto magníficos ejemplares de rape que parecían modelos de cuadros de Bacon, aunque no sé si este pintó alguna vez un rape.
Y ejemplares enormes de pulpo. Vaya, yo no había visto ninguno así en mi vida.
También unos lenguados, o similares, enormes, a los que les habían cortado un trozo de la parte inferior de la cola con un significado desconocido para mí, pero que quizás demostraba la frescura del producto.
Muchos de estos seres vivos los tenían en grandes recipientes en forma de bañera en la parte antigua del mercado y en cajas cuadradas en la moderna, donde los oxigenaban con bombonas que imagino serían de aire comprimido.
Algunos puestos tenían una gran madera donde un hábil cortador transformaba el pescado en «sashimi», en coreano “hoe”. Era todo un espectáculo verlos trabajar.
Un par de señoras estaban esperando que les acabasen el pedido y cuando me he quedado mirando me han dicho que me sentase en una silla. Sí que me han debido ver en mal estado. He aprovechado para preguntarles el precio de lo que iban a llevarse: 150.000 won, unos 125€. No puedo decirte si es caro o barato pues era el resultado de un pez listado del que desconozco todo.
En el interior del mercado está prohibido fumar (¡bien!) e ir en moto. Esto sería una excentricidad en muchos países (la prohibición) pero es que aquí, y creo que en muchos otros lugares de Asia, el trasiego de motos es constante en mercados abarrotados y con pasajes estrechos, pues esos vehículos son el medio habitual de transporte de mercancías. Y especialmente en este país es difícil ver una moto que no haya sido transformada en casi una furgoneta.
Encontramos a un par de jugadores con un tablero que imagino será algo típico de este país, pero del que desconozco el nombre.
Y más sorprendente todavía: ¡un señor leyendo un libro!
Finalmente caemos en el apartado “huevas y cosas rojas”. Son puestos con grandes recipientes de diferentes productos todos rojos y todos picantes como demonios y que suelen estar en todo tipo de mercados.
Buscamos un restaurante para comer y nos encontramos con la sorpresa de que en la mayoría sirven comida coreana pero no pescado, ni marisco, pues esos productos los tienes que comprar en el mercado y los establecimientos que tienen “english menu” están vacíos y otros solo tienen mesas bajitas tipo coreano. Al final nos decidimos por uno en el que la dueña habla algo de inglés y de esta manera logro entender que aunque no lo tiene sí puede traer un plato de sashimi del mercado y comerlo allí nosotros. Ajustamos el precio y visto lo que habían pagado las señoras que habíamos encontrado antes imagino que no dará más que para un aperitivo, así que le digo que nos traiga también un enorme cuenco de sopa como el que están trasegando al lado nuestro unos coreanos. Afortunadamente la buena señora no me ha entendido pues ellos van a buscarte el pescado crudo, que era muy abundante, pero luego añaden todos los platos adicionales de la cocina coreana y cuando los hemos visto hemos pasado toda la comida esperando que se olvidasen de la sopa.
La diferencia con el sashimi japonés es que aquí se lo comen, como la carne de la barbacoa, envuelto en una hoja de lechuga y por lo tanto con las manos.
Una comida estupenda.
Volvemos a ver, como en el mercado de Suncheon, que las vendedoras no comen de cualquier manera, o sea una tartera con cuatro croquetas o un bocata, sino que reproducen la comida completa coreana.
E incluso como una le da a probar a otra, como también nos hicieron en Suncheon, su comida con sus palillos.
Y es que hay una parte moderna del mercado que dispone de un piso superior desde donde puedes observar el de abajo y en nuestro caso hacer bonitas fotografías.
Incluso hemos captado a una joven con un bonito fondo del suelo que ha resultado una fotografía especial, aunque haya sido un “robado”.
En nuestra búsqueda damos con una terraza del edificio donde han colocado una impresionante escultura o eso nos parece.
En esa parte moderna y todavía en construcción vemos una tienda de salazones y similares donde además de tener los productos en los habituales sobres de plástico, tienen también varias filas de pescaditos secos colgados de la pared como si fuesen un cuadro de Barceló. O algo así.
Cuando nos vamos volvemos a pasar por el pasadizo de acceso y de nuevo encuentro los jínjoles que venden con una medida de madera semejante a las españolas de los años 50 para las legumbres y algunos granos.