Vinimos de cenar hace un rato y nos ha sorprendido la cantidad de gente joven (menos de 35 años) que hemos visto por las calles por donde hemos transitado después de cenar o sea a las 8 de la tarde. Había tantos que hemos pensado que quizás mañana era fiesta, lo he preguntado en la recepción del hotel y nos han dicho que no, que simplemente era una zona donde va la gente, pero que mañana y pasado sí que habrá muchos más. Y eso que Marisa se ha pasado todo el viaje diciéndome que no se veía a nadie por la calle: estaban todos aquí.
Un detalle curioso ha sido la búsqueda del restaurante para cenar. Se llamaba en inglés “True Octopus”, que no sé cómo traducir ese adjetivo para definir a un pulpo. Quizás su nombre original sea más preciso. Para los coreanos, claro.
Así que tenía el nombre y su situación en un mapa esquemático de la guía. Esta lo recomendaba y decía que no hacía falta carta de menú pues solo tenía un plato, pulpo, al que lo calificaba como “humongous octopus tentacle”. Por si desconoces la palabra, como me pasó a mí, significa “enorme, gigante y descomunal”, aunque también dice que en España coloquialmente significa “tocho, tochísimo”. ¡Estos diccionarios!
Habíamos dado con la zona, pero esta estaba llena de restaurantes, aunque casi todos solo con su nombre en coreano. Me acerco a un joven (menos de 35 años) y le pregunto para que me sitúe en el mapa donde estamos: habla solo un poco de inglés pero es la persona de esta ciudad (recuerda, de más de tres millones y medio de habitantes) con más ganas de ayudarnos. Lo malo es que en la guía, en este caso, no pone la dirección exacta, ni el teléfono, pues cuando está, con lo dados que son los coreanos a su utilización, enseguida llaman al establecimiento para saber su situación exacta. Así que mira el mapa, lo remira, entra en una tienda a preguntar, aparece su novia (“a friend”) a quien debía esperar cuando lo interpelé y nos dice un valiente “síganme”. Pues bien, con la ayuda de su teléfono en menos de 5 minutos estábamos delante de un restaurante (la joven había desparecido por el camino), entra y regresa desolado: “este era el “True Octopus”, pero hay cambiado y no hay pulpo”. Y encima se ofrece a buscarnos uno del cefalópodo por la zona. Me ha parecido un abuso que siguiese ayudándonos y le he dicho mil veces gracias. ¡Mira que hemos encontrado coreanos amables! No sé qué podré hacer cuando me encuentre a uno en España para corresponder a tanta cortesía.
Esta mañana ha sido nuestro primer día de desayuno en este hotel, aunque pertenece a nuestra cadena japonesa favorita y por tanto está cortado por el mismo patrón que el de Seúl y casi el mismo que los de Japón. Aquí la diferencia es que es uno de los más grandes en altura (16 pisos) y que la recepción es muy pequeña para transformarla en comedor matutino, así que aquí está en una sala del segundo piso, primero para los occidentales.
De nuevo comparamos con Japón y aquí, sin llegar a una gran algarabía tipo bufet de playa mediterránea, ya hay mayor alboroto. Incluso en la recepción hay un grupo de media docena hablando en un tono bastante alto. Como cuando esto ocurría en Japón acostumbraban a ser turistas chinos le pregunto a una recepcionista si efectivamente son de esa nacionalidad y me contestó en un tono bastante displicente: “Maybe”. Entonces le digo si son coreanos. “¡Nooo!” Por el tono horrorizado está claro que no le gustó que los confundiera.
En los ascensores también tienen el mismo comportamiento que en Japón: nadie dice nada. Pero no me refiero a ese “Pues parece que hoy hace un buen tiempo”, que te ves obligado decir en España, es que no se dice ni “Hola”, ni “Buenas”, ni “Adiós”. La diferencia es que en Japón el que estaba al lado de la botonadura se quedaba el último para seguir presionando el botón de abrir la puerta y aquí sale el primero.
Son sutiles diferencias, pero son diferencias. Ayer incluso una joven intentó colarse en la cola de la recepción y eso que estaba yo solo en la espera. No la dejé, pero tampoco le eché la bronca.
Cogemos el metro para ir a nuestra primera vista turística. Debemos estar fuera de la hora punta pues podemos ir sentados y además hacer un estudio etológico del personal: el 97% va mirando atentamente el teléfono. De la estadística excluyo a los mayores. Nadie lee un libro, ni un periódico. Ni siquiera libro electrónico. Las señoras menores de 70 años tiene la tez muy blanca. Hemos visto en todo el país como las señoras mayores de 50 años suelen llevar unas viseras enormes con las que protegen su cara totalmente del sol. Además acostumbran a tener el cutis terso y sin manchas de la edad. Dicen que son de los grupos humanos que más se cuidan. Me parece que es verdad. En cambio los señores sí tienen la tez más curtida. Y ellas, desde muy jóvenes, suelen llevar los labios pintados de un rojo muy intenso que con su piel tan blanca resaltan todavía más. Hoy teníamos enfrente a una joven de unos 25 años de la que Marisa me hace observar que tiene una cara perfecta: “como una máscara”.
He visto a uno “cargando” un cigarrillo electrónico. Es curioso que en España no se ve a nadie con ese artilugio y aquí ya he visto a varios.
La excursión matutina va a consistir en coger un teleférico, del que la guía dice que es algo imprescindible, o eso entiendo yo por un “must-go”.
Está en el parque Geumgang y te sube hasta lo alto de una montaña, desde donde hay unas vistas impresionantes. Pues mira, las vistas lo serían si pudieses ver, pero es que los árboles te impiden contemplar la ciudad; solo tienes una verdadera oportunidad de hacerlo cuando subes o bajas en la cabina, pero casi nada cuando estás arriba. A mí me ha impresionado realmente la cantidad y densidad de los grandes bloques de apartamentos, todos aquellos paralelepípedos alrededor de la ciudad.
La guía también te advierte que al llegar a la plataforma superior del teleférico hay muchas mesas donde sirven comida y bebida y que las propietarias de esas mesas “persiguen con celo a los clientes” y que su especialidad es la cabra a la parrilla. Pues hoy no había ni una, no sé si por la época del año, o es que es una exageración del autor del comentario.
Desde esa plataforma superior hay un bonito paseo a través del bosque hasta la fortaleza de Geumjeon. Ese bosque está lleno de senderos y de senderistas, pero en un número que no te imaginas, y menos para un jueves. Como no es fin de semana todos son, somos, de la tercera edad y alguno de la cuarta.
Más estudio antropológico: hay muchos señores mayores caminando solos por estos parajes y también grupos pequeños de ellas y pocas parejas. Todos, ellos y ellas, e insisto en que hoy eran gente mayor, llevan ropas deportivas de marca y van muy conjuntados. Algunos excursionistas varones llevan un aparato de música. Es suave y a poco volumen, pero rompen el equilibrio del entorno. Me recordaba a aquellos que llevaban pequeños transistores en los años 70.
Durante el recorrido suelen encontrarse letreros en los cruces con las direcciones a seguir pero muchas veces solo en coreano, lo que me obliga, una vez más, a preguntar a los paseantes.
Encontramos en un par de ocasiones unas estructuras metálicas con lo que creo que son antenas de telefonía móvil. Toda la estructura y los aparatos al alcance de cualquiera. Se lo hago notar a Marisa y me responde lo mismo que el del hotel de Boseong: “Tienen cámaras de vigilancia”. ¿Te imaginas a los robacables españoles aquí?
Y así llegamos a la “Puerta del Sur” de la fortaleza de Geumjeong. La guía te advierte que te llevarás una desilusión si lo que esperas encontrar es un fuerte o un castillo porque no lo hay a pesar de su nombre. Lo que quedan son las puertas y 17 km de murallas de piedra encerrando un terreno montañoso.
La puerta sur es preciosa y el paseo hasta aquí muy agradable.
En aquel entorno aprovechan los excursionistas para comerse su versión coreana del bocadillo de tortilla de patata. Uno nos ha preguntado por el país y de nuevo se ha sorprendido, pero le ha gustado mucho. Me encanta esa sensación de saberte admirado sin haber hecho nada por mi parte para ello.
Desde esa puerta sur parten varias sendas que los excursionistas coreanos toman con ilusión y bríos renovados después de la parada.
Pero nosotros no tenemos información más que de esa puerta y aunque nos gustaría poder ir más lejos, no nos atrevemos sin entender los letreros, ni tener un mapa así que decidimos regresar al funicular.
Y estamos en el monte, pero seguimos siendo civilizados y encontramos unos servicios como en el centro de la ciudad.
Y pienso que eso también sucede en España: en el campo como en las ciudades: nada.
En el camino de vuelta vemos a un picapinos, vaya mejor lo oímos primero y luego lo localizamos. Estaba atacando con saña una rama de un árbol. Yo creía que esas aves empleaban su esfuerzo destructor en buscar alimento, o sea insectos, dentro de la madera, pero aquel era un auténtico hijo de puta: solo pretendía romper la rama y eso que era bastante gorda.
Realmente es un animal muy bonito e intentamos fotografiarlo y como siempre en estos casos o tienes mucha suerte en cuanto el momento, luz, distancia,…o le dedicas mucho tiempo y nosotros no tuvimos ninguna de las dos cosas.
Antes de llegar al teleférico subimos a un llamado “observatorio”. Desilusión, pues está en un lugar magnífico para ver la ciudad pero la vegetación casi lo impide. Así que la única visión clara será desde la cabina desde donde descubres una ciudad enorme sobre todo en altura
En la entrada del parque hay unas pistolas de aire comprimido con las que los que salen y no sé si también los que entran, se limpian el calzado.
Hay un letrero con mucho texto y tres bichos. En inglés solo dice: “Insect repellent auto spray”. Así que debe ser para que te des un rociado antes de entrar en el parque y luego en el bosque no se te coman los bichos. ¡Que ideas tan buenas tienen estos coreanos!