22. Corea 2017. 25 de marzo, sábado. Decimotercero día de viaje. De Mokpo a Boseong.

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Hoy la mañana nos ha recibido de mala manera para un turista: la lluvia. Hombre, peor sería la peste bubónica, o que el pirado del norte equivocase la puntería y nos cayese un pepino nuclear aquí en Mokpo, o incluso que cayese el euro; pero la lluvia es una putada. Y más cuando vamos a dedicar dos jornadas a la naturaleza.
Parece que hemos estado solos en todo el caserón, pero a pesar de eso y de que el sitio era algo increíble, sigo pensando que este tipo de alojamientos son para probarlos una vez y nada más.


Afortunadamente nada más salir a la calle aparece un taxi: “a la estación de autobuses; queremos ir a Boseong”, que es nuestra próxima etapa. Bueno, eso en plan más esquemático todavía. Pues no nos ha entendido nada. Pero nada. Ni “bus”, ni “station”, ni “Boseong”. Le digo a Marisa, que lo hace mejor que yo, que dibuje un autobús. Pues nos podía haber llevado a ver a los marcianos o a la guerra de Siria: ¡ha dibujado una especie de vehículo con las cuatro ruedas en un lado! Creo que los únicos así son los BMR, esos que aparecen en todas las guerras modernas.
Así que cojo el mando (que nunca debí dejar) y dibujo yo el autobús: me entiende a la primera. Estaba preocupado pues temía que lo que hubiese entendido es que nos debía llevar él a Boseong directamente.
El autobús es normal pero con un gran espacio para las piernas. En los letreros luminosos que indican el destino ya han desaparecido los caracteres latinos: solo coreano. Menos mal que son muy puntuales y he sabido nuestra parada por la hora de llegada.
En la pantalla de televisión hay un programa en el que compiten dos cantando, quizás la misma canción, pues va sin sonido. A cada lado de los contendientes hay un grupo que los jalean. En uno de ellos hay una señorita con aspecto de teresiana que mueve los brazos como en los conciertos de Mocedades o en los finales de los mítines de Podemos cuando actúa el Sr. Monedero. La diferencia es que aquí el que pierde se cae por un agujero que se abre a sus pies. Eso es lo que sucedía también en un programa que veía mi madre.
Todos los que cantaban eran muy guapos. Si has nacido feo, ¿no puedes cantar? Pues parece que sí en la ducha y en la tuna de veterinaria, pero no en estos programas.
El camino discurre a veces por autovías y a veces por carreteras comarcales pues hemos parado en varios pueblos.
Hoy no puedo decir nada del paisaje excepto que estaba mojado y que había una ligera neblina.
Teníamos previsto hacer una parada entre nuestra salida, Mokpo, y nuestro destino, Boseong, para visitar un mercado al aire libre del que decía la guía que era muy interesante. Dediqué mucho tiempo a estudiar las posibilidades de transporte, pero ayer desistí cuando en turismo nos explicaron las dificultades de hacerlo por nuestra cuenta. Pues bien, hoy, con la lluvia no habría merecido la pena suponiendo que se hubiese hecho. Tantos planes y la meteorología te los puede desbaratar en un momento.


Nada más llegar a la estación de autobuses de Boseong intento averiguar el horario para nuestro próximo destino previsto para pasado mañana. Hay una ventanilla de venta de billetes y allí me voy. Escribo en un papel “Suncheon”, la ciudad siguiente, y “27” que es el lunes. La joven autobusera, a la que creo que le falta un tornillo, me grita algo y me escribe en un trozo de papel “11:30”. Como son las 11:15 deduzco que es la hora de la salida del primer autobús para Suncheon. Así que paso 5 minutos intentando explicarle que hoy es 25 y que quiero saber el horario para el día 27. Desesperado busco en mi guía los días de la semana, encuentro el “lunes” y aunque pone la pronunciación figurada en coreano, me temo que no me va a entender y le paso el libro por la ranura de la ventanilla para que ella lo lea en coreano. Imposible. Y es que la ranura es tan estrecha que no cabe el libro abierto así que tengo que hacer juegos malabares para pasarle el libro casi cerrado con un dedo marcando la hoja y abriéndolo al otro lado del vidrio y señalándole con el dedo el “lunes”. Pues ante cada intento recibía más gritos de aquella chica que cada vez me parecía más exaltada. Cuando estoy a punto de abandonar veo a uno con aspecto de cobrador o de conductor de autobús, y le pido por señas que me indique los horarios. Así de fácil. “¿Suncheon?”: en un momento todo solucionado. Con lo sencillo que sería si hubiesen escrito los nombres de las ciudades y los horarios en caracteres latinos. Claro, que si fueses coreano dirías que ni en la gran estación de autobuses de Méndez Álvaro de Madrid está nada en su lengua.
El siguiente paso ha sido más fácil de resolver. Un taxi que nos llevase al alojamiento previsto que está fuera de la ciudad porque no he podido encontrar ninguno dentro de ella, y como es fin de semana no he querido dejar sin asegurar la habitación y el que he localizado está a unos 3 ó 4 km, pero en el camino hacia nuestro verdadero interés en la zona, pues hemos venido a Boseong para visitar los campos de té más famosos de Corea.


No me gusta nada estar tan alejado de los centros de las ciudades, pues no sé en qué situación me encontraré, si tendré posibilidad de comer, ni si tendré transporte hasta la plantación de té, pero es que no había ninguna otra opción. Encontré información sobre otros alojamientos mucho más lejanos, vaya en otras ciudades, o solo en coreano.
Creo que después de este viaje, cuando prepare los próximos dejaré de intentar llegar a lugares que sean difíciles de visitar para unos turistas de la tercera edad como nosotros y que además solo se mueven con transporte público. Utilizando una tautología propia del Sr. Rajoy: Si no se puede, no se puede.

Afortunadamente este sitio donde nos alojamos es algo espectacular: un grupo de casitas en medio de una plantación de té, aunque creo que no tiene mucho interés agrícola como tal. El dueño encantador; la habitación es un pequeño apartamento con su cocina y nevera y como estamos en Corea con una enorme televisión. El suelo de madera con la calefacción por debajo y con cama aunque no tiene sillas, ni mesa excepto una plegable que queda a 20 cm del suelo y colchonetas para sentarte en ellas. Y una sábana bajera eléctrica como en el famoso hotel de Gochang. Todo muy coreano.


Además hay una especie de restaurante donde nos han ofrecido cenar una barbacoa.
Afortunadamente en Mokpo nos hemos comprado un par de botes de sopa para la eventualidad de que no pudiésemos comer como así ha sido.
Pero sigue lloviendo y como no sabemos si parará o no decidimos dar un pequeño paseo alrededor del establecimiento.


Lo más notable es una especie de laberinto que han construido con plantas de té.


También hay algunas camelias y bastantes castañas por el suelo aunque no logro ver ningún castaño entre aquellos árboles sin hojas.


El hotel está situado en una pequeña colina con algunas montañas alrededor y debajo un gran valle cultivado esperando la plantación del arroz. Cuando los arrozales tengan vida será una vista preciosa, pero ahora todo está triste y yermo.
Al final el ligero viento y la lluvia hacen que la sensación de frío sea mayor y nos refugiamos en la habitación.
Cuando son casi las seis de la tarde (el sol se pone a las 6:45) para de llover y eso nos permite otro pequeño paseo y que Marisa pueda al fin tomar las primeras fotografías del entorno.


A las siete la barbacoa. En aquel espacio medio restaurante, medio salón social, medio cueva, hay seis o siete mesas de madera con una plancha de hierro en el centro de cada una calentadas por gas. Colocan trozos de carne de cerdo y patatas y ya está la cena.
En una mesa alargada hay situados una docena de recipientes de plástico con vegetales fermentados y arroz, tipo buffet libre.

La carne la vas cocinando tú en la plancha. Y así como cuando hemos llegado estábamos solos, ahora están ya ocupadas todas las mesas. Tanto que una abuela, que debe ser la madre del dueño, no tenía sitio y se ha sentado con nosotros, ha colocado su carne en un lado de nuestra plancha y nos ha dado conversación. Y como en otras ocasiones creo que nos ha hablado del problema de la sucesión en las monarquías y de su influencia en la idiosincrasia coreana. O quizás del último festival de Eurovisión. No sé.


Sí que se lo ha pasado muy bien viendo mi impericia en colocar un trozo de carne en una hoja fermentada de un vegetal desconocido e intentar enrollarla con los palillos y que no se deshiciese antes de que llegase a mi boca.
Una cena estupenda y muy entretenida.
Luego el dueño nos invita a tomar un té verde que según dice cultiva él mismo. Lo hacemos en una bodega que se ha hecho dentro de una colina y donde también almacena y quizás fabrica licor de arroz y elabora los vegetales fermentados. Hay una sala muy grande con asientos bajos: estamos en Corea y además hay que descalzarse. Allí hemos charlado con él y con unas señoritas coreanas que, estas sí, hablaban algo de inglés.
Para acabar bien el día nos ha ofrecido llevarnos en su coche mañana a la plantación de té que queremos visitar. Si no lloviera….
Sorpresa final: el dueño del hotel tiene un hijo de 20 años que está aprendiendo a ser jinete (imagino que profesional) en Alemania. ¡Qué cosas!

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2 respuestas to “22. Corea 2017. 25 de marzo, sábado. Decimotercero día de viaje. De Mokpo a Boseong.”

  1. Carmen Says:

    Ver la tabla de horarios coreana pensando que tengo que encontrar el horario del mío, comprar el billete, buscar los aseos y la dársena de partida no es nada adecuado para superar mi angustia viajera.
    Pensar que tengo que sentarme en colchonetas a pie de suelo o permanecer de pie me deja paralizada.
    Sois unos valientes y no sé cómo estáis vivos.

  2. Ángel de Corea Says:

    Que no Carmen, que no, que es un viaje facilísimo. Hombre, sería más fácil si fueses coreana, pero podrías hacerlo en tu estado y situación actual. Que el personal te ayuda mucho.
    De todas maneras lo mejor es hacer un viaje a la India en época de monzones: luego todo te parece sencillo y llevadero.
    Un beso

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