18. Corea 2017. 22 de marzo, miércoles. Décimo día de viaje. Gwangju. Mudeungsan National Park. Wonhyosa.

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Hoy ha sido un día en que todo ha ido muy bien, aunque casi todo ha sido fruto del azar. Iba a decir que de “el azar y la necesidad”, libro que fue un éxito en los años 70 y que yo dejé a una amiga y que nunca me lo devolvió. Hoy he perdido el libro y la amiga.


Desayuno en el hotel, que no es del tipo buffet pero donde puedes elegir entre dos tipos: desayuno coreano y el de pan con mantequilla. Marisa pide este último y yo me lanzo a uno desconocido que ha resultado ser un bol de sopa donde echas el contenido de otro bol de arroz blanco. Lo curioso es que en la sopa había cuatro almejas que no aparecían en la descripción del menú: “Pollack soup with rice and side dishes”. Aunque claro, todo es fruto de mi ignorancia: “Pollack” significa “abadejo”.


Lo de los “side dishes”, “banchan”, en este país, es una costumbre en todos los restaurantes. Van desde el “kimchi”, del que hay varias clases, hasta una docena de platillos que se complementan en colores y sabores. Y muchas veces estos platillos te los vuelven a rellenar si te los acabas. Los de hoy eran siete y consistían en uno de pescaditos fritos pequeñitos, pequeñitos y picantes, picantes, otro de unas alubias negras medio caramelizadas, uno de rábano picante, picante, otro de espinacas y uno desconocido además del sempiterno kimchi. Todo muy bueno. El camarero nos trae dos vasos de agua pero lo especial, como ayer en la comida, es que son de agua caliente.
Hoy vamos a visitar un parque, Mudeungsan National Park, que está situado en el este de la ciudad y aunque la joven de turismo de ayer nos dijo que debíamos coger dos autobuses para llegar hasta allí, como la guía daba otra información y nos cogía de paso hemos decidido regresar de nuevo a la estación para volver a confirmar el transporte.
Hay una nueva informadora y habla menos inglés que la de ayer pero tiene las mismas ganas de ayudarnos. Como esta oficina está situada dentro de la estación de ferrocarril le preguntamos por las combinaciones para ir a Mokpo, nuestro próximo destino. No lo sabe pero sale como una flecha para preguntarlo en la ventanilla de venta de billetes. ¿Qué te hubiesen dicho en tu país, sea el que sea? Pues que fueses a preguntarlo tú.
Desafortunadamente solo hay un tren que sale a las 6:45 de la mañana y esa no es una hora adecuada para un cristiano, así que tendremos que ir en autobús, a pesar de que quería probar el tren.
Le pregunto por la combinación de autobús que sugiere la guía para ir al parque y me dice que sí y es con un solo autobús y sale enfrente de la estación.
Salimos, buscamos la parada, no la encontramos, preguntamos a un joven que no habla inglés pero saca su teléfono, empieza a teclear y resulta que la tenemos a 10 metros. Sorprende la amabilidad de todos a los que hemos preguntado y la rapidez con la que acuden a su teléfono.
El recorrido del autobús, en el que solo viajan unos pocos viejecitos coreanos es bastante largo y pasamos por barrios donde hay tiendas y gente, no como en el nuestro donde parece que no viva nadie.
Veo una cafetería en cuya fachada un gran letrero anuncia:
-Coffee
-Non-coffee
-Tea
-Juices.
Lo de que tenga “Coffee” y “Non-coffee” es como si dijesen que venden “alcachofas” y “no alcachofas”. Es que me eduqué en mi trabajo con la matemática binaria y claro, todo lo que no es uno es cero y no hay nada más. Así estos tienen “café” y “todo lo que no sea café”, como cualquier marsupial, casiterita, botones de nácar, espejos retrovisores para el Renault Caravelle…O sea, el universo.
El autobús nos deja en la última parada, justo en la entrada del parque. Por si vienes: el 1187 y su final es “Mudeungsan National Park (Wonhyosa tTemple)”.


¿Por qué ese número tan raro de bus? No, no es que haya más de mil líneas urbanas, es que es la altura en metros del Cheonwan-bong.
Como te veo ávido de aprender coreano has de saber que el sufijo “bong” significa “pico” o “cumbre”.
Después de aparcamiento viene la entrada (controlada para los coches) y ante la duda del camino a seguir pregunto en la caseta del controlador: que sigamos recto y me largan un folleto que es el más inútil que he visto en mi vida. Menos mal que ante mis dudas viene el cobrador del aparcamiento y tras mi “Do you speak English?” y su “Yes”, intenta ayudarnos.


Pues tiene muy buena intención, pero no habla inglés y creo que es la primera vez que ve un mapa como aquel del folleto.
Le digo lo que quiero ver, que son los dos templos que recomienda la guía y empieza a trazar itinerarios, a darle la vuelta al mapa varias veces y al final me dice que “English map, bad”, pero que sigamos la carretera y que en el primer cruce a la derecha.


Un consejo: si quieres venir aquí no te preocupes por el mapa; este muestra tal cantidad de senderos posibles que te echa para atrás, pero te encuentras a tanta gente que si haces como yo, que es preguntar en cada cruce y a veces entre cruce y cruce, no te puedes perder.
A lo largo de nuestro recorrido de hoy hemos andado por carreteras sin coches, pistas, escaleras con refuerzos de madera en los escalones, escaleras de piedra, escaleras con el suelo de goma, pendientes con el suelo cubierto de una especie de alfombra de esparto, escaleras con maromas para agarrarte,…Bueno, todo, todo, muy cuidado, con bancos colocados estratégicamente y en algunos sitios con mesas donde los jubilados coreanos (por lo menos hoy) se comían el equivalente a nuestros bocadillos de tortilla de patatas, y con muchos servicios , todos inmaculados, menos uno, que imagino que por su situación no tenía agua y olía a rayos. Y letreros en cada cruce. En resumen: una maravilla de parque. Y un detalle muy especial: en sitios determinados una fuente con unos rascadores de plástico que me parece que eran para que al salir de alguno de los caminos el personal se quite el barro de la suela del calzado, pues a partir de ese punto el piso estaba asfaltado. ¡Qué detalle!


Y de nuevo la eterna canción (lo siento): ni un papel, ni un plástico, ni una colilla, ni una cagada de perro (no hemos visto ni uno), ni una pintada, ni siquiera esa de los bancos públicos con rotulador de punta fina con un “I love Kevin”.
¡Qué envidia!
La primera subida, suave, nos lleva al templo de Wonhyo-sa. Es un lugar encantador y en aquel momento vacío, excepto por una señora que parece que vive allí y que está plantando unas flores. Aquel silencio solo está roto por el agua que sale con fuerza del caño de una fuente. Una delicia.


En las esquinas de uno de los pabellones descubro una curiosa campana: el badajo tiene cuatro… pues no sé cómo se llama la parte final del badajo. Y este acaba en una cruz.


Los techos de algunos de los edificios están cubiertos de plástico y es que los están retejando. Los fieles pagan 10.000₩ por una teja y escriben sus peticiones en ellas. Una bonita forma de sufragar los gastos de las creencias. En nuestro país, creas o no, estés de acuerdo o no, te guste lo que hagan o no, pagas las tejas de todas las maneras. O las clases de religión en las escuelas públicas. Y en las concertadas.


Entre otras cosas notables hay una gran campana. Estos budistas han tenido el buen discernimiento de no buscar campanarios y así colocar una campana en su sitio debe ser tarea de los cuatro mozos del pueblo. En el mío, cuando yo era pequeño lo que sí hacían algunos mozos fuertes y sin vértigo era bandear las campanas en días especiales de fiesta. Es que para darles la vuelta había que ser fuerte y joven. Luego les pusieron un motor y el que las “bandeaba” era el sacristán, que además de amigo de la infancia, era enano y a mí siempre me producía un choque mental pensar que Rafael tocaba de esa manera las campanas. Claro que alguna vez se despistaba y como nosotros vivíamos al lado del campanario mi madre decía: “A Rafael ya se le ha olvidado”.


Y Marisa por allí, sola, haciendo fotos sin parar, porque los templos budistas con sus curvas, sus colores, sus ingenuas pinturas, le vuelven loca.


Aparece una joven señora que resulta ser una fiel budista y se muestra muy interesada por nosotros. Cuando le respondo a su pregunta y le digo que somos españoles y si piensa visitar nuestro país, por primera vez en este viaje me dice una de las palabras malditas: “Gaudí”. Y lo malo es que creo que también me ha dicho “Tapies”, pero es que eso ya sería un exceso. No he logrado entenderle nada más. Sí me ha dibujado una mano de un pintor de dedos largos. Y yo le he dicho “La Pedrera”. Cuando me marchaba he vuelto de nuevo para decirle “Sagrada Familia”, que creo que no me entendido pero he intentado explicárselo.
(Ahora cuando escribo en el ordenador pienso que quizá me quería decir “El Greco”. ¡Qué torpeza la mía!).

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