Desde Dongdaemun Design Plaza y en un corto paseo vamos hasta la puerta de Heunginjimun, también llamada de Dongdaemun, ya sabes el distrito donde estamos, pues esta ciudad estuvo amurallada desde 1396. Fue destruida a lo largo de la historia, pero fue la muralla ciudadana más larga del mundo. Sí, más que la de Ávila. Tenía más de 18 km de perímetro. La de Ávila 2 km y medio (pero mucho más bonita). Pues ya sabes, amigo varón, que el tamaño no importa. Tampoco para las murallas. E imagino que menos si estás situado entre dos países tan belicosos y expansionistas (en los viejos tiempos) como China y Japón. A esto añádele la famosa (por lo menos para mi generación) “guerra de Corea” y verás lo que puede quedar de aquella muralla. Y también hay que tener en cuenta las necesidades de crecimiento de la población sobre todo a partir de los inicios del siglo XX.
Pero estos coreanos son gente muy “reconstructiva” y ya tienen en pie casi 13 km. Ahora forma parte de los monumentos catalogados como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Y ves lo que las cuidan y como las consideran cuando visitas el “Seoul City Wall Museum”. Está situado al lado de una de las cuatro puertas principales de esa muralla, la nombrada (y de casi imposible pronunciación) de Heunginjimun. Es una puerta magnífica, pero ahora está rodeada de unas vallas porque están trabajando en ella.
En el museo una entusiasta joven nos enseña en un mapa cuales son los mejores recorridos y casi se cae del asiento cuando por mi inglés, o mejor por la falta de mi inglés, entiende que aunque son las 12 del mediodía queremos recorrerla entera hoy mismo después de decirnos que en el circuito se tarda unas 12 horas. Y eso que no se ha percatado de que voy cojeando.
El museo es pequeño pero muy interesante; claro que unas murallas no suelen tener bellos ejemplos escultóricos, pero es que además de los documentos y explicaciones técnicas sobre su construcción hay un vídeo muy educativo de como casi 200 mil trabajadores (no sé si esclavos o no) levantaron la gran muralla en 98 días. Y si quieres aprender coreano puedes empezar por como se llama esta muralla: Hanyandoseong.
Este museo tiene la gracia añadida de que la salida es por la tercera planta del edifico y da directamente sobre un tramo de la muralla que la portera-informadora nos recomendó que siguiéramos.
Y de nuevo la envidia. Pero no de la buena, de la peor: ni un papel, ni una colilla, ni un plástico, ni una lata en todo el recorrido que hicimos. Incluso había trozos de subida más dura y el suelo estaba cubierto de una alfombra tipo esparto para no resbalar. Y por supuesto no había cagadas de perro tapizando el camino. Y ni una pintada. ¿Qué harán con los macarras en este país? ¿No les venderán pintura, ni espráis, ni rotuladores?
Los perros. Pensaba que no había pues no vi ni uno durante toda la mañana, ni en esta especie de parque que son los alrededores de la muralla, pero en la bajada nos cruzamos con dos o tres, pero pequeños y por supuesto con la debida correa.
Mis doloridas piernas no daban para más y nos fuimos a visitar un mercado que recomienda la guía: Gwangjang. En el camino encontramos una de las últimas grandes obras municipales de esta ciudad: Cheong-gye-cheon. Se trató de la recuperación de un arroyo enterrado y cubierto por vías de transporte y creo que también con algún “scalextric”. Levantaron todo, lo limpiaron y ahora es un bonito paseo con caminos en ambas orillas.
El mercado de Gwangjang.
La guía dice de él que es el pasaje cubierto con establecimientos de comida más grande de Seúl. También dice que hay unos 200 puestos donde venden o sirven desde “kimchi” (la omnipresente col fermentada coreana) hasta pescado y marisco fresco .Y recomienda algo de nombre difícil de recordar: “nokdu bindaetteok” y también de difícil comprensión, al menos para mí: “mung-bean pancake”.
Realmente es un lugar impresionante: no sé si habrá 200 puestos o no, pero hay muchísimos. Son enanos y apenas caben en muchos de ellos media docena de clientes apretujados en un banco corrido. Porque ocurre lo de siempre: te sientas donde hay más gente y así unos están llenos y otros vacíos.
Nosotros nos decidimos por uno donde freían una especie de tortillas imaginando que serían los famosos “nokdu bindaetteok”. En este puesto en cuanto dejaban un asiento libre lo ocupaban de inmediato. Vaya, el de más éxito entre las tortillas.
No sé lo que comimos exactamente pero tenía patata, quizás brote de soja, no sé si también cebolla y unido con harina. Todo muy frito y acompañado con kimchi y salsa de soja. Muy bueno pero demasiado nutritivo.
Seguimos paseando entre los puestos de frutas con unos precios que te caes de culo, aunque como no entendíamos el letrero no sabíamos realmente si era la unidad, un kilo, una arroba o en algún caso, dado el precio, toda la cosecha del país. Porque los tomates estaban a 18.000 won, las naranjas a 10.000, los limones (raquíticos) a 3.000 y las manzanas a 4.000.
Vimos montañas de cangrejos, a algunos de los cuales parece que los habían matado con guindillas, huevas totalmente rojas, imagino que por un procedimiento similar y los más curioso para nosotros fueron muchos gusanos creo que secos y alguna especie marina desconocida. Y también volvimos a ver caquis secos como en Japón, fruta que me encanta pero de la que desconozco la técnica del secado.
Y aunque esas tiendas eran interesantes lo eran más los puestos de comida. Estos estaban agrupados por “especialidades” y en cada grupo solo servían unas pocas cosas excepto en los de los “nokdu bindaetteok” donde solo tenían ese producto culinario. Así que después de recorrerlos todos nos decidimos por uno de morcilla, hígado y rollitos tipo “shusi maki” de arroz y atún.
El regreso al hotel los hicimos por otro tramo de Cheong-gye-cheon donde había muchas tiendas de venta al mayor y también un tramo tipo “cuesta de Moyano” y con tan poco éxito como el de Madrid.
Curioso fue que al lado de esos pequeños almacenes al mayor había aparcadas motos y bicicletas para el transporte de mercancías. Esos vehículos estaban transformados para la carga habiéndoles añadido fuertes estructuras de hierro en la parte posterior. Motos y bicis en general bastante cochambrosas.
En las orillas del arroyo el personal paseaba plácidamente. Se accede a estos lugares por unas escaleras normales pero de vez en cuando hay unas perpendiculares clavadas en la pared y avisos para que tengas cuidado con las riadas. Por un lado te tranquiliza lo previsores que son pero por otro te acojona un poco aunque parezca mentira que aquel riachuelo se pueda desbordar.
Y de nuevo la envidia: ni un papel, ni una colilla, ni cagadas de perro, ni plásticos, ni pintadas. Y lo que es peor (o mejor) ese riachuelo tiene un agua transparente como un torrente de alta montaña.
¿Cómo conseguirán todo esto? Yo creo que es obra de Confucio, pero eso será para otra crónica.