En algo más de 6 horas llegamos a Doha.
El paso del control de equipajes de mano es rápido, nada de sacar las tabletas, teléfono y ordenadores. Imagino que es que como venimos de otros vuelos confían en que en el origen ya hemos sido controlados a fondo.
En el gran hall del aeropuerto el gran oso. ¡Lástima de esfuerzos y recursos para una escultura tan fea!
Y de nuevo te vuelves a encontrar el lujo oriental excepto en los lavabos que aunque están en oriente no son los de extremo oriente: están bien surtidos pero no son como los japoneses.
Cambio de hora en los relojes y cámaras fotográficas para evitar los desajustes.
Entramos en la sala de espera del vuelo a Seúl. Obviamente hay mayoría de coreanos. En un asiento hay tirado un monstruo comegalletas. Pesará más de 150 kilos y me pregunto que cómo se aposentará en su sitio. Y pobre del compañero de butaca. Leí hace tiempo que en USA a los que eran así les obligaban a comprarse dos billetes.
Y ya empiezo a distinguir a los coreanos de los japoneses, por lo menos cuando van en grupo: son más ruidosos y las señoras más guapas. Creo que los coreanos tienen fama de guapos en Asia. A Marisa también le parecen más rurales, aunque quizás se deba a que hay algún grupo que quizás sean todos del mismo pueblo.
El vuelo de Doha a Seúl será de más de 8 horas y aunque vamos a hacerlo casi todo de día dada la hora de salida, lo pasaremos en un sueño.
Nos entregan una cartulina con el menú de comidas: nos servirán una comida o una cena y un “brunch”. Y ya aparece en ambos caso la cocina coreana y así un plato de pulpo: la primera vez en mi vida en un vuelo.
En este en el asiento contiguo un señor que ha resultado ser serbio y que viaja con otros tres más. Se alegra al saber que visité Belgrado, aunque entonces era Yugoslavia. ¿Y qué va a hacer un grupo así en Corea? Pues va a una feria médica. No sé si serán médicos o si serán responsables políticos o administrativos de sanidad. Si fuesen médicos podría aprovechar para contarles mis dolencias, aunque quizás sea abusar un poco.
Después de la cena/comida pasa el viaje en un sueño hasta que encienden las luces para el desayuno/comida.
Antes de llegar nos entregan unos formularios de entrada; dos son los normales: uno para la aduana, con una advertencia de que si declaras voluntariamente lo que llevas que exceda lo permitido te reducirán un 30% los impuestos de aduana, pero que si mientes te pueden caer hasta 5 años de cárcel y el otro es nuevo para mí: “health questionnaire”. Aquí además de poner el número de tu asiento también tienes que declarar si has visitado algunos de los 13 países de una lista que son todos de mayoría musulmana aunque no aparecen ni Bangladés, ni Indonesia, ni la India, ni ninguno del norte de África. Y finalmente declaras si has tenido alguno de los síntomas de enfermedad como diarrea, dolor abdominal, tos, fiebre… y alguno que no entiendo como “shortness of breath”. Diré a todo que no. Aquí la falsedad en las respuestas lleva a una multa de 10 millones de wons o a un año de cárcel. Afortunadamente estos días no tengo ningún ataque de tos a los que soy tan propenso, pues sino me veo en cuarentena.
Así pues con otro capitán español y en casi 9 horas de vuelo y casi otras tantas de sueño (creo que es uno de los viajes en que mejor he dormido) llegamos a Seúl.
El primer control es el sanitario. Por lo visto si te ven jodido ya no te dejan ni coger la maleta. Pero es rápido pues se limitan a ponerte un aparato cerca de la oreja. Imagino que miden la temperatura, pero el papel que has rellenado solo se lo miran someramente, o eso parece pues a mí me han preguntado si estaba de tránsito a Tokio: había confundido el nombre del hotel, vaya lo había escrito en el papel sanitario. Después el control de la emigración. También rápido aunque te fotografían y te toman las huellas dactilares de los dos índices. Y como son tan eficientes la máquina con las instrucciones a seguir te las da en castellano. Y ya con el sello de que puedo estar hasta el 12 de junio (a mi hija le daría un ataque si nos quedamos hasta entonces) nos dirigimos hacia la cinta de recogida de los equipajes. Todo muy ordenado pero no es Japón. Y como casi siempre nuestras maletas las últimas. Y finalmente el paso aduanero sin contratiempos.
Ya estamos en Corea, que ellos pronuncian “Coria”, como la de Cáceres. Por cierto, que aprovecho para decirle a algún cauriense que me pueda leer que utilice esta casualidad porque les hará mucha gracia.
Nota de vuelo.
El aeroplano un Boeing 777-300Er con hasta 415 pasajeros. O sea que enorme.
1. Eché un vistazo a la profesión de mi compañero serbio de vuelo cuando escribía en la “Inmigration card”: “Plastic surgeon”. Así se explica su viaje, pues Corea tiene fama de ser uno de los países donde más se usa (o se abusa) de esa práctica estética.
2. El único personaje singular del pasaje (al margen del enormemente gordo de la sala de espera, que no volví a ver) ha sido una joven escuálida española: llevaba unas guedejas rubias que le llegaban hasta la cintura. Pero de esas que portan los santones del Himalaya. Una práctica que comprendo tan poco como la de los tatuajes.
El aeropuerto de Seúl, Incheon, no es demasiado grande pero es muy funcional. Primero acudimos a un puesto de información. Respuestas correctas pero sin pasarse de entusiasmo. Cambiamos en un banco y el resultado ha sido un 3% peor que el realizado más tarde en la ciudad en un cambista. Yo intento no cambiar nunca en ningún aeropuerto pero es que el won no lo manejan los bancos españoles y necesitamos algo para coger el autobús hasta nuestro hotel. Porque en este viaje hay uno que nos lleva del aeropuerto al hotel directamente y encima está en la última parada, una ventaja importante cuando no se entiende la megafonía.
El recorrido de la terminal hasta el hotel lo hacemos de noche, pero lo que vemos o mejor intuimos, nos muestra una ciudad que nos recuerda bastante a Japón. Imagino que en este viaje serán inevitables las comparaciones y el juego de “iguales y diferentes”, aunque sean dos países con una larga historia de enfrentamientos.
Y en este juego también ha entrado el hotel que tendremos en Seúl y en Busán pues es de la misma cadena, “nuestra cadena”, que utilizamos en Japón. Así que la primera sorpresa es que es exactamente igual que los del otro país. Pero igual, igual. Hasta la colcha de la cama. Sí hay pequeñas diferencias, como que las recepcionistas no te saludan y despiden con los “casi grititos” de sus colegas japonesas. Y que los caballeros no tenemos maquinillas de afeitar gratuitas. Esto lo leí una vez estando en Japón sobre la cadena en Corea y daban una explicación que tenía que ver con la legislación de aquí, pero sí las venden en recepción.
Y si en Japón estamos bien en esta cadena, también lo estaremos aquí: limpieza inmaculada, espacio suficiente, austeridad en los detalles pero con conexión a red en todas las habitaciones. Y eso para mí es más importante que una cómoda Luis XVI. Y encima muy rápida.
Tras aposentarnos vamos a dar la primera vuelta: un gran contraste entre edificios “tipo Tokio” y unas callecillas con muchos pequeños restaurantes llenos de gente.
Cogemos la cama encantados. No entiendo como hay gente que no pueda dormir más que en la suya o que la echen en falta. Después de un viaje así sería capaz de dormirme dentro de una acequia.
Mañana Corea. Pero de verdad.
Sobre el inglés.
Suelo decir, quizás con algo de ligereza, que para ir a algunos países, como por ejemplo Japón o la Turquía profunda, no hace falta saber casi nada de inglés pues allí nadie lo habla, pero pensando en el triple formulario que se debe rellenar para entrar en este país quizás mi anterior apreciación no sea cierta pues a lo peor marcaste que hacía 14 días que no tosías y pasas por delante del sanitario controlador tosiendo como un loco. O bien has comprado un frasquito de perfume de 100 ml en la tienda libre de impuestos y lo máximo permitido en Corea son 60 y van y te cazan. O peor todavía llevas jamón y entonces…
Total, que quizás sea una buena idea saber un poquito más de inglés. O bien utilizar la táctica «Borbón-Mato» y decir que tú no sabías nada y que debía ser tu marido quien te había puesto en este viaje ese bocadillo de panceta.
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