El camino es tan horrible al principio como el final de ayer pues discurre por una carretera con mucha circulación y con una cuesta muy empinada. Así se llega al pueblecito, o quizás barrio, de Penestanan al que la guía define como “artists’ village”.
Y de nuevo volvemos a encontrar galerías y más galerías y anuncios de “atelier”; hasta me he encontrado con un centro de “Brahma Kumaris”, esotérica sociedad que descubrí en el viaje del 2007 en la India, en Mussoorie. Si quieres más información de este grupo te dejo el enlace de un post de ese viaje donde el editor de este blog explicó su ideología y normas de conducta.
Es curioso pero estas organizaciones siempre muestran gente feliz y aquí hay un dibujo de un niño sonriente. ¿Por qué no mostrarán a ese niño con 15 años, la cara llena de acné y no sabiendo qué hacer con su sexualidad ni con sus padres?
En el otro extremo tenemos al catolicismo con un líder crucificado seguido de una madre doliente con el corazón traspasado por varias espadas. ¿Pero cómo se le ocurrirá a alguien bautizar a la hija de sus amores con el nombre de Dolores? No me extraña la copla con lo de “no me llames Dolores, llámame Lola”. Es que el encargado del registro civil al llegar un padre con esa petición debería informar a la guardia civil. Ahí sí que tenían que cambiar hasta la Constitución y no para decir que una región es una “nación”, cuestión puramente semántica, que eso de verdad solo les importa a los que esperan vivir (o que ya están viviendo y nada mal) de la dialéctica nacional.
En el camino me encuentro una obra maestra de la fontanería. Realmente parece un Tapies pero debe ser de autor local. Como es muy difícil de explicar os dejo la foto.
La guía explica someramente el camino y dice que después del “pueblo de los artistas” debes ir a Sayan y lo acompaña con un plano muy esquemático. Pero como en la canción nos hemos equivocado (me he equivocado) y “pensando que iba al norte iba al oeste”. Porque llevo brújula en mi magnífico reloj pero he preguntado unas 47 veces y siempre me decían que “todo derecho”.
Así hemos llegado a unos preciosos campos de arroz y finalmente a una estructura de madera al lado de un templo (cerrado como todos) que primero creímos que era un mercado pero que quizás era algo para tener reuniones comunales pues había gradas.
Y a cada uno que pasaba fuera andando o en moto le preguntaba “¿Sayan terrace?”. Y todos que para adelante. Así se ha acabado aquella tranquila pista y hemos dado con otra carretera con mucha circulación pero afortunadamente con arcén. Y de nuevo, como ayer, galerías de arte con enormes cuadros. ¿De verdad que alguno comprará una obra de 2 por 2 metros?
Uno de los problemas de preguntar es que si el interrogado tiene interés en la pregunta te puede mentir en su propio provecho. Pregunto a un comerciante: ”está a 500 metros”. Al cabo de unos 300 metros pregunto de nuevo: “está a 2 ó 3 kilómetros”. Era un taxista.
Y luego descubro que como ayer preguntaba por el restaurante más caro de Bali hoy lo hacía por un hotel que es un icono en este territorio pues en él vivió Colin McPhee en los años 30 y que escribió “Una casa en Bali” que es un clásico sobre esta isla.
Hoy “Sayan Terrace” es un hotel con habitaciones normales y algunos bungalós.
La guía recomienda que vayas a un determinado punto para tener unas estupendas vistas del río Ayung y realmente son impresionantes. También dice que el camino que aconseja implica bajar hasta ese río por un empinado sendero y luego internarte por un bosque hasta alcanzar de nuevo la carretera. Afortunadamente hemos dado con un empleado del hotel que nos ha indicado el punto exacto para las vistas y nos ha desaconsejado seguir hasta el río pues por lo visto se pasa por alguna propiedad en las que el dueño quiere cobrar por atravesarla.
La verdad es que la cuesta nos ha dado más miedo que el peaje pues si había problemas luego tendríamos que subirla de nuevo. Así que hemos vagado entre los vacíos bungalós. Aquello estaba bastante abandonado pues los clientes deben preferir una cómoda habitación antes que un chalecito lleno de bichos, por mucho encanto que tenga. Marisa me dice luego que ha visto un letrero en la entrada del recinto que decía “solo huéspedes” pero yo no lo había visto.
Desde allí lo que más me ha impresionado han sido además de las maravillosas vistas del valle y su vegetación algunas villas o quizás hoteles que se veían a lo lejos colgados en aquel barranco y con enormes piscinas. Luego he leído que eran hoteles cuyos precios oscilan alrededor de 1000$ la habitación.
En la visita alrededor de las abandonadas villas hemos encontrado un jardín precioso. Esas plantas y flores tropicales que con tanto esfuerzo crecen en tu casa aquí estaban en todo su esplendor. Y Marisa ha tenido el premio de encontrar y oler una gardenia.
Así que decidimos regresar a Ubud y en el camino entramos en un garito a tomar un refresco. Vemos que también tiene comida y pregunto por sus fritos: “pocron”. “¿Es pollo?”. “No, es como arroz”. Ante la duda decidimos no comerlo pero sigo indagando y resulta ser maíz. Querían decir “pop-corn” pero simplemente cambiando una letra de sitio no había forma de entenderlos. Allí mismo nos indican un camino que nos lleva directos al puente de los candados evitando la carretera. Y ha sido un regreso estupendo atravesando los campos y sin la presión de la circulación. De vez en cuando alguna villa de alquiler o algún occidental que se aloja en un hotelito de por allí, pero que obviamente se desplaza en moto y no andando como nosotros.
Encontramos a cuatro señores sentados en el suelo del camino con un pollo cada uno. “¿Son gallos de pelea?”. Que sí. Uno de ellos me explica que esos ejemplares son filipinos pues los del país se utilizan para las ceremonias. Ni idea de qué ceremonias, aunque imagino que serán cruentas y con final no muy feliz para el pollo. .
Me explica algo sorprendente para mí, pero que ha sido fácil de entender a pesar de su elemental nivel de inglés pues su pollo era blanco y el de al lado rojo: si su gallo blanco mata al rojo, el dueño del rojo debe pagarle un millón de rupias y además entregarle el cadáver y él se lo come. Estos 30 segundos de escritura es el resultado de más de 15 minutos de conversación.
PD
Solo he asistido una vez a una pelea de gallos como tal, con ring y apostantes y creo que fue en Ecuador y lo recuerdo como algo muy cruel y desagradable. Luego al cabo de muchos años vi otra vez una pelea o más bien sus prolegómenos en una feria al aire libre en la India y tampoco me gustó nada.
Es curioso que en España no se fomente tamaña bárbara costumbre.
NB
Hoy he visto un artilugio tecnológico del que desconozco su fin pero que era muy ingenioso: una estructura de madera con varias carracas que producían esa “música” de percusión propia de ellas y que eran movidas por un par de hélices.
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