Shinjuku-gyoen.
Está clasificado como “Parque Nacional” y así es su nombre oficial “Shinjuku Gyoen National Garden”.
Fue construido en los terrenos de una propiedad de un señor feudal en la época Edo y finalizado como “Jardín Imperial” en 1906 y abierto al público después de la segunda guerra mundial. Ya ves como las guerras nos democratizan.
Tiene 58 ha y una circunferencia de 3,5 km y mezcla el estilo de jardín francés con el inglés y el japonés tradicional. Hay también un invernadero que nosotros, ¡ay!, no visitamos y del que la guía dice que tiene nenúfares gigantes y orquídeas, que dado el gusto japonés por las plantas imagino que serán magníficas.
Al entrar te proporcionan un mapa que aunque está solo en japonés tiene fotografías de algunas flores con un número que las relacionan con el lugar del mapa del jardín donde puedes encontrarlas, pero mi consejo es que simplemente te dediques a recorrerlo como te apetezca pues en todos los lugares tienes cosas interesantes, por lo menos en esta época del año.
Antes de entrar un letrero con las normas habituales pero con alguna especial: no se pueden realizar actividades deportivas (la figura de la prohibición es uno corriendo detrás de una pelota), no se puede entrar con bebidas alcohólicas dentro del parque (una botella y una lata barradas son el icono), no se pueden llevar mascotas dentro del parque (un perro barrado), no se pueden tocar instrumentos musicales (un joven tocando una trompeta), no se puede trepar a los árboles, no se debe dar comida a los animales y curiosamente debajo en letra pequeñita y sin tener ninguna relación con ese «alimentar» dice que “no volar cometas”. Así que nos encontramos ante un parque especial pues en todos los anteriores se podía beber cerveza y en alguno había jóvenes tocando guitarras, por ejemplo.
Nada más entrar, al menos por la puerta por la que lo hicimos, te encuentras una pradera, que para mí es una “pradera japonesa” pues se parece a la de Okayama o la de los jardines imperiales de Tokio pero que según el mapa corresponde al “English landscape garden”. Es una gran pradera de hierba cortita y muy uniforme, tan uniforme es que no me extrañaría que fuese de hierba artificial de lo perfecta que es.
Y aquella gran superficie está rodeada de enormes y maravillosos árboles floridos. Árboles que yo creía que era todos cerezos, o sea árboles del género Prunus (del que forman parte los almendros, melocotoneros, ciruelos, y albaricoqueros) pero veo que en algunos árboles hay un letrero que dice que son del género Cerasus. Así descubro después de tantos años que el cerezo aunque del género Prunus es del subgénero Cerasus y en este caso de la especie yedoensis, que es el llamado Someiyoshino en Japón.
Y como es tiempo de “hanami” allí están las familias y los amigos dispuestos a celebrarlo y, como en Ueno, extienden los plásticos, generalmente azules, por el suelo y charlan, se ríen y comen. La gran diferencia con Ueno es que como aquí no están permitidas las bebidas alcohólicas, e incluso hay un control de las bolsas de mano en la entrada, el ambiente es más familiar y en muchos casos de gente muy mayor.
Y también muchas madres con niños pequeños. Como siempre la crianza en manos de las madres.
Pero, insisto, el ambiente es estupendo y aquello es una maravilla. Marisa no para de decirme que es el jardín más bonito que ha visto nunca a pesar de que el cielo está encapotado y que acabará con una ligera lluvia cuando nos vayamos.
A diferencia de otros parques que hemos visitado este tiene zonas que están en estado natural pero por las que se puede transitar.
Veo bastantes equisetos. En este país he visto bastante a este extraño vegetal como decorativo pero aquí está en estado silvestre.
La gente que pasea se aproxima a los árboles y fotografía las flores y en algunos casos se fotografía con ellos. Se acercan, casi los acarician pero nada más. La única a la que he visto coger una rama para fotografiarse con ella cerca de la cara y estar a punto de partirla iba con la cabeza tapada. Habrá sido una casualidad y quizás era extranjera, aunque asiática.
Algunos árboles son tan grandes que aunque parecen cerezos por las flores me cuesta creer que lo sean. ¿Por qué la naturaleza nos ofrece espectáculos así? ¿Hay algo más bonito que estos árboles, una orquídea, una efímera flor de cactus o una puesta de sol?
Compruebo que lo mismo que hacen los musulmanes con los cuerpos de las señoras lo hacen los japoneses con los pies. En el primer caso ellos van de Armani o de turistas de Hawai y ellas con burka o casi. En el segundo ellos se pasean en estos jardines con cómodas playeras y ellas con zapatos de altos tacones.
Para compensar tanta armonía de vez en cuando aparece una tanqueta occidental. Y he comprobado que, por lo menos aquí, suelen ir vestidas y teñidas de manera que no puedan pasar desapercibidas, cosa que por sus características volumétricas no lo conseguirían en ningún caso. Quizás en España no me llamarían la atención pero aquí con los tipos y siluetas que tienen señoras y señoritas resaltan más.
En el paseo llegamos a un arbusto que se llama “Malus halliana”. Cuando las japonesas llegan aquí dan un pequeño grito diciendo: “Aaaaah! Anakaido!” A lo mejor daba buena suerte. Yo con lo de la suerte y otros fenómenos paranormales pienso que si son gratis e indoloros pues no pasa nada con practicarlos. Pero hoy me ha dado vergüenza dar el gritito porque igual es algo muy femenino, como para tener un buen climaterio.
NB
Pido información a mi amigo Hiro. En japonés esa planta se llama “Hanakaidou”. Desconoce lo del gritito. El año que viene me situaré al lado de esa planta y preguntaré la razón. Será duro esperar un año con esa incertidumbre.
Y en mi deambular me he encontrado con un “cónsul”. Así se me ha presentado: “Consul, Shantana Consul”. Que parecía la presentación de James Bond. Es un señor que va con su señora y un par de ganapanes y que tiene muchas ganas de hablar. Que de dónde soy y que de dónde es él: de Bangalore. Pues nunca he estado allí, creo. Me da su tarjeta para que si voy lo vaya a visitar. Su gran ilusión es ir 20 días a España y visitar Madrid y Barcelona. Yo no tengo tarjeta para ofrecerle. Tiene ganas de seguir la conversación y a mí me ha dejado intrigado con lo de los 20 días; quizás sea un numerólogo. ¡Qué interesante charlar con un pitagórico de Bangalore! Pero la familia se le va y ahí acaba todo.
Al fin descubro el nombre de los cerezos que no son cerezos: “Cerasus serrulata”. ¡Maldición nunca se acaba de aprender! “Cerasus” es un “subgénero” del “Prunus”. Así que sí son cerezos. Mucho más fácil en japonés: “Taihaku”.
Encontramos otra pradera, más pequeña que la primera pero también preciosa y con más gente y más joven. Marisa la compara con Ueno y la llama “la pradera de los jóvenes abstemios”.
Vemos un revuelo de jovencitas alrededor de unos que deben ser famosos pues se acercan y se fotografían con ellos. La fama fugaz y geográfica: en España la gente creería que eran camareros de un “Buda feliz” o unos dependientes de Cobo Calleja y nos les harían ningún caso.
Empieza a llover ligeramente como ha previsto el servicio de meteorología y además se acerca la hora de regresar al hotel para ir al aeropuerto. Fin de la sakura para nosotros.
30/12/2015 a las 12:07
Magnífica la sakura y las fotos de Marisa.
Envidiable el amor a las plantas y el respeto a las normas de los japoneses.
No sabía que a las gordas nos llamaran ‘tanqueta occidental’. En cualquier caso no veo que sea una cosa a comentar en una crónica viajera. Las gordas también amamos las plantas y algunas respetamos la normas hasta la muerte
30/12/2015 a las 12:20
Me lo temía, me lo temía…