76. Japón 2015. Trigésimo cuarto día de viaje. 1 de abril. Miércoles. Tokio día 11. Primera parte.

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Como todos los días echo una ojeada a la web de la oficina meteorológica japonesa y anuncian lluvias en Tokio. Realmente no es tan precisa como la española pues lo máximo que dan es por bloques de tres horas pero sí que son muy certeros. Así pues hoy lluvias entre las 12 y las 3 de la tarde. Cuando nosotros estaremos haciendo los últimos recorridos turísticos y camino del aeropuerto.
Nos despedimos del simpático recepcionista. En general son siempre amables pero, como siempre, unos lo son más que otros y este de hoy ha sido de los que más. Desde luego si regresamos a Tokio intentaremos alojarnos en este hotel pues su situación y cercanía de dos estaciones de metro nos ha sido muy conveniente.
Dejamos el equipaje al cuidado de la recepción. Te dan una etiqueta por cada bulto y los colocan en un sitio de la entrada cubiertos por una red con cascabeles y así en el improbable caso de que algún caco-huésped intente acceder a ellos los de la recepción que no las ven pero sí las oyen se percatan del intento de hurto. Aquí tenemos un ingenioso sistema y con la última tecnología: cascabeles.
Lo primero al salir a la calle ha sido buscar una boca de metro donde hubiese ascensor pues en muchos accesos solo hay escaleras y si vas cargado, como iremos hoy nosotros cuando vayamos al aeropuerto, eso puede ser un problema. Así que hemos visto un grupo de “ejecutivos” jóvenes con las típicas maletas con ruedas y los hemos seguido con el convencimiento de que irían al metro y sabrían cuál sería la entrada óptima para ir con equipaje. Que creo que uno de ellos se ha dado cuanta del seguimiento. No nos han servido como pista pero sí que hemos encontrado un acceso con “elevator”. Porque una cosa especial del metro es que algunas entradas están en una puerta de un edificio con un pequeño letrero anunciándolas y puedes pasar a su lado sin darte cuenta de ellas. Nada que ver con Madrid o París.


Pasamos por la puerta de un restaurante nada lujoso (por los precios) pero con los conjuntos de flores más preciosos de todo el viaje. Y de nuevo la maldita pregunta: ¿cuánto durarían en España?


En el metro tengo enfrente de mí a una joven prognata. Rápidamente me asalta la duda: ¿cuál es su antónimo? Y las palabras se me escapan. Leí un artículo de Vila-Matas sobre Beckett donde decía que este llamaba a las palabras “gotas de silencio a través del silencio” y que “en algún momento sentía que se ausentaban las palabras”. Claro que no soy ni el uno ni el otro, pero tengo el mismo sentimiento que ambos: las palabras, esas “gotas del silencio”, se me escapan. Y el maldito antónimo sigue sin aparecer. A lo peor no lo tiene. Y así una nueva pregunta: ¿cómo se llamarán las palabras que no tienen antónimo? Otra “gota del silencio”.
Hoy vamos a visitar uno de los lugares que la guía recomienda para la sakura: el Shinjuku-gyoen, que como casi todo en esta ciudad tiene una estación de metro cercana. Al llegar le pregunto a uno de los vigilantes por la salida adecuada: “apestear lait, lait, lait”. Realmente son gente muy amable pero tienen dos defectos de dicción. El primero es común a los españoles pues ambos son idiomas fonéticos y tendemos a pronunciar todas las letras y un “ap-steeers” se convierte en un claro “apestear”, vaya como lo diría yo. Otro motivo más por el que me encanta Japón. El segundo, aunque conocido, a veces te despista: la transformación de la erre, que nosotros la “sobrepronunciamos”, en una ele. Y ese “ruait” se transforma en “lait”, que por si no estaba claro el vigilante repite varias veces. En eso ha quedado el «upstairs, right, right, right».

Salimos del metro y empieza la locura de gente. Somos como un manso río que va hacia el parque y que se va engrosando hasta llegar a la puerta: una cola importante pues hay que sacar la entrada, bastante barata sobre todo para lo que te vas a encontrar: una locura. Y antes de entrar una muestra de lo que veremos adentro: árboles cuidadosamente vendados para pasar los rigores invernales.

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