Hoy tampoco llueve aunque sigue haciendo frío: cualquier cosa menos la lluvia. Así que no apetece darse una vuelta por la orilla del río, aunque tiene un bonito paseo, lo que hubiésemos hecho con un ambiente más primaveral.
De nuevo desayuno de diseño de cosas exquisitas, algunas conocidas como un huevo duro y otras desconocidas.
El problema es que no le puedo preguntar a la pareja de los dueños porque aun siendo la gente más amable del mundo no hablan una palabra de inglés.
Con pena dejamos el ryokan donde hemos estado tan bien y donde todo era tan bonito. Hasta el servicio del té.
Hoy nos vamos a Hiroshima, primero con un tren hasta Okayama y desde allí otro, un “shinkasen”, hasta el destino final.
El primer trayecto lo hacemos en un vagón de dos pisos pero esta vez en el piso superior así podemos ver el país con viviendas de forma continua, algunas de ellas con paneles solares cubriendo parte de sus tejados.
Ayer desde el mirador de Kompira-san impresionaba ver todo el territorio cubierto de casas dejando vacías solamente las colinas. Hoy pasamos entre este paisaje y no sé si no construyen en ellas por alguna prohibición legal o por el precio.
Cuando nos aproximamos a alguna ciudad aparecen bloques de pisos pero si no siempre son casitas. Desde Narita, el aeropuerto de Tokio, hasta Kotohira no ha habido ni un kilómetro de territorio cercano a la vía férrea que estuviese deshabitado. Si un japonés de esta zona cayese por el Maestrazgo turolense creería que estaba en Marte.
En nuestro tren, que en España sería de los llamados de “Media distancia”, no aparece ni una información con caracteres latinos en el letrero luminoso, el cual no deja ni un segundo de dar información en japonés. Tampoco la megafonía. Menos mal que como en los billetes pone la hora de llegado y dada la puntualidad ferroviaria te puedes guiar por esa información para saber cuando es tu parada.
Nos cruzamos con algún convoy pintado de colores y con monigotes como si lo hubiese pintado un niño. Y como siempre que cojo un tren en este país me cabreo al pensar en los maltratados vagones de la RENFE, donde lo más suave es poner los pies encima del asiento opuesto, cosa que hacen todos los jóvenes y algunos adultos, hasta llegar al horroroso raspado y rayado de los cristales de las ventanillas.
¿Por qué Señor no pueden ser nuestros trenes como los de Japón? Porque mira que hay que ser necio para rayar el cristal de la ventanilla de un tren de cercanías.
Vemos el paso del tren por un largo puente que conecta la isla de Shikoku, donde está Kotohira, con el “continente”, en este caso la isla de Honshu. Y viendo la cantidad de pequeñas islas que hay en este estrecho me pregunto, te pregunto: ¿cuántas islas hay en Japón? Calcula un número sin mirar la Wikipedia.
En el segundo tren, de Okayama a Hiroshima viajamos por primera vez sin reserva de asiento y se cumplen los peores presagios: aquello va a tope y aunque afortunadamente es muy corto el recorrido, parte debemos hacerlo de pie. Porque esta es una diferencia con nuestro AVE: en cada convoy dejan 2 ó 3 vagones para los pasajeros con billete pero sin reserva de asiento; de esta manera te aseguras el viaje aunque corras el riesgo de tener que ir de pie.
El hotel de Hiroshima lo tenemos al lado de la estación lo cual para nosotros es una enorme ventaja; eso sí, esta estación es grande, grande y debes saber cuál es la salida que debes tomar porque sino el paseo puede ser considerable.
Visto el problema con los billetes nada más llegar sacamos los de nuestro próximo destino y aunque faltan tres días ya hay problemas con los asientos de algunas salidas. Y es que aquí el personal se mueve muchísimo y son muchos.
Los hoteles en general en Japón, por lo menos a los que vamos nosotros (no sé en el Sheraton), tienen una norma estricta para acceder a la habitación: la primera hora de registro es a las cuatro de la tarde aunque bajo algunas circunstancias pueden ser las tres, así que dejamos el equipaje y nos vamos a la búsqueda de un restaurante donde sirvan comida típica hiroshimana: el “okonomiyaki”, que la guía traduce como “pancake”, o sea una tortita.
En el camino Marisa se queda maravillada de la modernidad de la arquitectura de algunos edificios y de los detalles de los pequeños establecimientos comerciales. Al lado de unos edificios de oficinas todo de vidrio y acero una pequeña capilla con su túnel de torii.
Yo veo con envidia los letreros colocados en el suelo de las aceras con la prohibición de fumar.
En el recorrido encontramos otros registros de hierro en el suelo pintados de vivos colores. Qué bien, sacar algo de alegría de un objeto tan anodino.
Buscando, buscando, damos con el lugar que recomienda la guía. Un edifico de tres plantas con 25 locales dedicados todos, y con ese plato casi único, al okonomiyaki.
Echamos una ojeada y nos sentamos en uno de ellos. Son pequeños locales con un mostrador en forma de “U” o de «L» y con bancos corridos alrededor suyo donde se aposenta la clientela y con uno o dos camareros-cocineros que preparan el manjar delante de ti. Te preguntan si lo quieres en plato o en el mostrador y es una pregunta difícil de entender si no has visto antes como lo preparan y lo sirven, porque esa “U” tiene una parte del mostrador cubierta con una plancha caliente donde puedes tomarte directamente la comida. Nosotros hemos elegido la forma más civilizada del plato pues no estábamos seguros de la otra opción. Y por supuesto no hay ni cuchillo ni tenedor, solo palillos aunque el cocinero te parte la torta en varios trozos con ayuda de una espátula. En algunos casos (imagino que a petición del cliente) te dejan una para que vayas destrozando tú directamente la comida. Y esta es otra de las cosas sorprendentes de Japón: te puedes tomar un desayuno, como el de hoy en el ryokan, de 8 ó 10 platos diferentes y luego la comida es de un plato único, como hoy o como ayer con el “udon” o el “ramen” de otros días.
Así que de nuevo un plato sencillo pero suculento y que además preparan delante de ti.