Nos despertamos con lluvia, luego se queda nublado y al final acaba en un buen día. En este viaje hemos tenido suerte excepto en un par de ocasiones pues la lluvia nos ha cogido a cubierto o ha sido nocturna.
Desayunamos en la terraza-jardín del hotel y en las dos mesas contiguas hay unos chinos que no paran de hablar; mejor, o peor, no paran de gritar. Mucho más que en una excursión de 40 abuelos del IMSERSO. Además tienen una voz muy chillona. Hemos encontrado a muchos chinos estos días en Sri Lanka y especialmente aquí. Le pregunto a la dueña del hotel y me dice que ahora en China son vacaciones. Parece que siempre están trabajando pero el día en que les dé por salir a todos…Y como sean así de gritones….
Hoy nos vamos de excursión a Mirissa. Durante el viaje hemos conocido a varios que iban a este pueblo, como los holandeses simpáticos del autobús o que ya habían estado como los franceses de las islas de Jaffna, que nos dijeron que era precioso.
Camino de la estación de autobuses pasamos por la iglesia del fuerte, la “All Saints Church”. Estos días pasados estaba cerrada y hoy la estaban fregando, o eso parecía: se había medio inundado por las lluvias de estos días y estaban quitando el agua del suelo. Realmente está en un estado lastimoso por la humedad y por los excrementos de las palomas.
Me pregunto cuántos anglicanos quedarán ahora en Galle. Los británicos no tuvieron el afán catequizador de españoles y portugueses y cuando se fueron se debió acabar su religión. Tampoco se mezclaron demasiado.
Un letrero dice que es de 1871 y que antes fue “Court House. Imagino que se refiere solo al solar pues aquello tiene estructura y planta de iglesia. Una información, un tanto macabra, dice que el patíbulo (¿la horca?) estaba situado donde hoy está el altar.
En una pizarra está escrito el orden de las lecturas pero solo en inglés y cingalés. No deben tener clientela tamil.
Un letrero medio roto y que no se ve cuando entras dice que “A todos los turistas y guías: para tomar fotografías dentro de la iglesia hay que obtener un permiso previamente del vicario o de los ‘lay workers’”. La verdad es que no lo hemos visto pero al que fregaba (“lay woker”) le he preguntado si se podían hacer fotos. Me ha dicho que sí pero a la salida nos ha señalado el letrero y un billete de 100 rupias. Aquí no puedes bajar la guardia ni un momento.
Hay una hoja plastificada clavada en la pared que tiene dos apartados, el primero se llama “The Marriage Register” y dice que la boda más importante que tuvo lugar en esta iglesia, “la boda del año” (1899), fue la del hijo de un filántropo, Arthur de Soysa, con Reina Perera. ¿Qué les parecería a esos cingaleses que la novia se llamase Reina? Imagínate que nuestra majestad Ortiz se hubiese llamado Reina Ortiz. El lío de nombrarla: “el rey Felipe y la reina Reina”. Que siempre parecería que ella era más que él. Yo estudié con uno que se llamaba se llamaba Gil Gil Gil, pero eso ya es contumacia paternal.
Y algo muy importante: el pastel de bodas desde la base hasta la cima era de helado: ”was served for the first time at a Galle wedding”. ¡Qué cosas!
El otro apartado trata del registro de los enterramientos y del cementerio.
Dos particularidades de esta iglesia: el suelo es de baldosas hidráulicas y hay un par de vidrieras preciosas, construidas por “Cox and Edgley Artists 69 Berners Street, London”.
En la calle hay un antiguo “Morris” de los que se llamaban “rubias” que eran como los ahora coches familiares. En Europa sería un vehículo de colección. Aquí sirve de reclamo a un hotel.
Al lado de la iglesia está la biblioteca de Galle fundada en 1832. Pedimos permiso y entramos. Quiero explicarles a las amigas bibliotecarias de mi pueblo como es un centro así aquí pero resulta que ésta es privada y se mantiene gracias a la suscripción de sus socios. Es un lugar encantador pero no parece que tenga mucha actividad. Realmente este barrio para la vida ciudadana normal es un barrio muerto. Aquí solo importan el turismo y nosotros los turistas y la manera de ordeñarnos.
En el entorno de esta biblioteca hay un letrero en una casita que dice que es una escuela para niños de 2 a 10 años y clavado en la puerta una hoja de papel con una dedicatoria muy tierna a la madre. Estos días al pasar estaba cerrada pero hoy una señora desde la puerta nos ha insistido para que entrásemos. Aquello parecía la casita de Hansel y Gretel. No podía ser más bonito, más colorido y más cuidado. ¿Dónde estaban los niños? La señora ha empezado a señalar el techo, como si hubiese goteras, y ha sacado algo para vendernos. Lo dicho una casa de chocolate y caramelo para comerse a los turistas. Quizás estuviese equivocado pero me parece que no. Es que tantos días de ganchos e intentos de llevarte a donde no quieres ir que acaban haciéndote muy suspicaz.
En el camino se nos “engancha” (¿vendrá de ese verbo la palabra “gancho”?) un simpático ciudadano: “soy cocinero de un hotel y voy al mercado a comprar los alimentos frescos que voy a cocinar hoy…” En cuanto ha visto que no nos iba a llevar con él (entre otras cosas le he dicho que era ruso, porque así por lo menos no nos hablaba de Madrid y Barcelona) ha perdido todo interés y no ha seguido camino del mercado donde nosotros sí hemos ido. Así que en algún restaurante del fuerte habrán comido hoy las sobras de ayer.
La guía recomienda ver el “Dutch market”. No ha sido nada interesante pero un consejo: si preguntas por él, aunque estés a 50 metros te enviarán de nuevo al fuerte. Debe ser que “Dutch” es sinónimo de “Fort”. Además siempre temo preguntar a un gancho de los numerosos que hay en Galle (¡cuánto añoramos Jaffna!), pero hoy un señor sí nos ha dirigido bien. Nos pregunta de donde somos y al despedirse dice: “Vaya usted con Dios”. Me ha dejado tan sorprendido que no le he preguntado de donde había sacado la frase.
Al lado del “Dutch market” hay un pequeño mercado de pescado poco concurrido. En un puesto una serie de mandíbulas de tiburón que le daba el aspecto de un museo de ciencias naturales antiguo. En otros unos peces tan bonitos que te daría pena comértelos si los vieses antes de estar en el plato. Resulta que allí nos hemos encontrado con las dos australianas del hotel de Nuwara Eliya, las que viajan con un coche particular y un tío muy grande y gordo. Nos hemos alegrado del encuentro.
Cogemos un bus y nos vamos a Mirissa.