Nadie es indispensable.

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La facilidad con la que se sustituyen las personas en las cúpulas de los partidos e instituciones es una prueba visible de que las personas no somos indispensables. Ni aquellas que se nos presentan como «carismáticas» e imposibles de reemplazar. ¡Qué digo indispensables! Ni recomendables parecen una vez desechadas.

Los que si son indispensables son los «cargos» a rellenar. Hay que poner con rapidez caras al Rata primero y al segundo y sucesivos. Abrillantar la jerarquía.

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