Ayer al apagar la luz de la habitación para dormir noté el vuelo de un mosquito pasando por mi cara. En los sitios donde hay estos bichos suelo emprender una cacería contra ellos antes de acostarme pero aquí pensé que por la altura y el tiempo no los habría. Además en esta habitación era realmente difícil verlos pues las paredes y techo estaban recubiertas de madera, pero al final de la búsqueda lo descubrí y liquidé. Seguramente no era un verdadero mosquito de los que pican pues era el más grande que había visto en mi vida. Si nos llega a picar, que en el caso del mosquito equivale a chuparte algo de sangre, con ese tamaño hubiese sido equivalente a una extracción altruista. Afortunadamente Marisa estaba durmiendo y solo se despertó al oír los papirotazos que tuve que dar para acabar con él. “¿Qué pasa, qué pasa?”. “Nada cariño, solo un mosquito”. Si lo llega a ver no duerme en toda la noche. Luego pensé que quizás el pobre bicho solo era un insecto alado solitario y melancólico que buscaba compañía.
Hoy nos despertamos con lluvia y además lo ha hecho toda la noche. Y se cumple así el peor presagio: volver por esa carretera con el piso de barro y encharcado (iba a escribir el “firme” pero era todo menos firme). Y además los bengalíes que llegaron ayer gritaban como si estuviesen solos en el mundo aunque no eran ni las seis de la mañana. (A los de anteayer ya le pedí que bajasen el volumen de la televisión y desde entonces fueron comedidos y amigables).
Nos sirven el desayuno dos niñas de 6 ó 7 años muy simpáticas y aparecen de nuevo al acabar para llevarnos el equipaje. No se lo he consentido a pesar de su insistencia. Vaya, no hubiesen podido ni mover las mochilas. No sé si van a la escuela, quizás sí pues saben escribir su nombre, pero no paran de hacer pequeños trabajos en el hotel. Me percato que nosotros somos los únicos huéspedes que nos trasladamos el equipaje; los bengalíes dejan sus grandes maletones delante de la puerta de la habitación para que alguien del hotel se las baje a la calle.
Así salimos a las 8:30 con lluvia, fresco y una niebla que impide ver el monasterio por última vez y hacer la fotografía que aparece en todas las informaciones. Está claro que algunas buenas fotos se deben a la casualidad pero sobre todo a la perseverancia.
La salida de la ciudad te engaña pues la carretera está medianamente asfaltada pero dura poco la dicha pues pronto se convierte en lo que iba a llamar infernal pero me parece excesivo el calificativo. Como el nombre de un cuartel por cuya puerta pasamos: “Devil’s Cauldron”.
La niebla se hace cada vez más densa y esto tiene la ventaja, al menos para Marisa, de que impide ver los lados de la carretera. Además los conductores indios en la niebla, como al atardecer, jamás encienden las luces; lo máximo que hacen es poner las de emergencia.
Una de las particularidades de esta carretera es que en algunos pocos tramos tiene quitamiedos metálicos como los nuestros pero con una sola barra horizontal y colocada tan alta que si un coche normal se empotrase contra ella decapitaría al conductor, vaya, y a l resto de los pasajeros. Quizás esté pensada solo para los todoterrenos. De todas maneras el quitamiedos más eficaz o por lo menos el que me quita más el miedo a mí es un gran montón de tierra en el lado del precipicio. Parece que cuando hay un desprendimiento tiran todo por el barranco y dejan un montón a lo largo de la carretera. Hoy ese sistema se ha mostrado muy eficaz pues estaba en sitios con grandes charcos y barro. Nosotros no veíamos el comportamiento de nuestro coche pero sí el de los que venían en dirección contraria pues en estos lugares solo cabe un vehículo y hay que esperar el cruce del otro. Espectacular.
O sea que niebla, barro, charcos y unos neumáticos que no pasarían la ITV aunque el de la revisión fuese un ciego. (Por el tacto, claro). Además nuestro conductor tuvo que hincharlos nada más salir de Guwahati y hoy ha tenido que volverlo a hacer. No deben andar muy finos.
Y viendo todo aquello vuelvo a pensar en el sinsentido de organizar una feria para atraer turistas indios de otros estados con semejante infraestructura de acceso. Porque aquí solo se puede acceder por carretera. Vi un helicóptero que se acercaba a Tawang, pregunté y me dijeron que solo son militares, que antes había un servicio civil pero se estrelló un aparato y ahora no los permiten por motivos de seguridad. Además de todas las consideraciones sobre la naturaleza del parque móvil es que estamos a 4.000 m de altitud.
De vez en cuando se ven grupos, sobre todo de mujeres, arreglando un trocito de carretera y volvemos a ver, como en Sikim, a unos alquitranadores que realizan su labor a mano con una lata que hace de regadera. Claro que a veces hay maquinaria pesada pero solo cuando ha habido algún gran deslizamiento de tierras o tienen que realizar algún desmonte. Parece que nadie se toma en serio lo de resolver el problema de las comunicaciones. ¿Cómo van a solucionarlo si todavía están rompiendo las piedras con un mazo?
Paramos a tomar un té en el mismo restaurant donde ayer lo hicimos para comer cerca de Jang. Hay un par de señoras preparando comida en la calle y otras haciendo punto. Marisa aprovecha para una sesión fotográfica.
Seguimos el viaje después de un reparador té.