L’Aquila.
Estando en Hakodate leí en un periódico que había habido un terremoto en Italia, en L’Aquila.
En los años 70 estuvimos en esa ciudad y la recuerdo como una preciosidad. Ahora es un desastre. ¡Qué pena!
Lo curioso es que si algún peligro corres en Japón es por los terremotos.
Una vez leí que aquí se imparten clases con las precauciones a tomar en casos de terremotos. Y se hacen simulaciones de catástrofes con ensayos para que los niños sepan qué hacer.
Si eso se intentase hacer en España seguro que algún líder de algún partido político confesional diría que había que hacer objeción de conciencia de tal asignatura pues si los terremotos los envía Dios, su Dios, ¿por qué oponerse a la voluntad divina?
Todo lo más que admitirían serían invocaciones a santa Bárbara, que aunque no está claro que sea la patrona de los terremotos dado que sí lo es de armeros, fundidores, mineros, artilleros, bomberos, y pirotécnicos, quizás también sirva para ese fin.
NB. Creo que también lo es de los zapadores.
Viva el lujo y quien lo trujo.
En Nagoya entro en unos grandes almacenes muy lujosos y nada menos que por la parte dedicada a Louis Vuitton. Cojo las escaleras mecánicas y me dirijo a la parte de alimentación, que compres o no, es un placer para los sentidos, por lo menos para la vista y el olfato. Y esa sección es tan lujosa como la de la entrada.
Es muy habitual en este país que en algunos puestos de venta te ofrezcan algo para que lo pruebes y así viendo lo maravilloso que está lo compres.
Al pasar por uno una encantadora señorita me ofrece un trozo. O mejor un trocito.
El sitio es precioso y dado el tamaño de la muestra debe ser algo espectacular. Es pan. ¿Pan? Pues sí pan, pero pan, pan. Del de siempre.
Moraleja: el lujo para unos no siempre es el lujo para otros.
Sobre una palabra perdida.
Cuando estuve en Nagoya me despedí de un señor japonés con el que estuve hablando un rato con una despedida de esas largas, largas. Dije que nos saludamos una docena de veces e iba a escribir que nos dijimos “arigato” doce docenas. Y eso tiene un nombre: “gruesa”.
Y es una pena que esa palabra en su sentido de sustantivo femenino se haya perdido. Ahora solo se utiliza como adjetivo y en sentido metafórico de “señora gorda”. Las metáforas para “señoritas gordas” son otras.
Cuando yo era un niño esa palabra fue una de las primeras que recuerdo que aprendí fuera de las habituales pues mi abuelo tenía una mercería-papelería y cuando venían los representantes –entonces se les llamaba así a los “técnicos comerciales” e “ingenieros de marketing” actuales- les encargaba tantas “gruesas” de botones. Que esa era la medida estándar pues venían cosidos en unos cartones donde había esa cantidad por cartón.
¡Qué pena que se extinga una palabra!
Sobre las tecnologías.
En el viaje de Tono a Miyako tenía enfrente de mí a un japonés profundamente dormido y con la bragueta abierta. Bastante abierta. Si hubiese sabido japonés se lo hubiese dicho, incluso sin saberlo si hubiera conocido las costumbres del país también se lo habría dicho por señas. Pero sin conocerlas igual le hago un gesto cómplice marcándole la entrepierna y se cree otra cosa.
Me acordé de que en el último viaje a la India encontré un arreglador de cremalleras en Delhi, en C.P. Me pareció algo muy interesante y útil. También pensé entonces como lo solucionaría en el caso de que se me estropease la cremallera de la bragueta, sobre todo porque ese arregla-cremalleras estaba en una zona muy transitada.
En este viaje he tenido algún problemilla precisamente con “esa” cremallera y sólo llevo el pantalón que visto, que el otro es para el viaje de regreso, y me he acordado del hombre de Delhi porque aquí no he visto nada parecido. Y he llegado a la siguiente conclusión: si eres un viajero o turista aventurero por selvas y trópicos o un paseante ciudadano pero estás lejos de tu puerto de atraque lleva un pantalón con bragueta de botones, que a veces las tecnologías más antiguas son las más seguras.
NB Sobre el inglés.
He pensado que no sabía como se decía “bragueta” en inglés y que si algún día tenía que referirme a ella mi habitual recurso a la mímica o al dibujo no serían buenos métodos a seguir. Así que lo busco en el diccionario: problema. Se dice “fly”. (Avisa que el plural es “flies” como si utilizase en plural muchas veces). Y esa palabra para mí siempre ha sido “mosca” y quizás también para el resto del mundo, así que no sé qué entenderán si digo que tengo “problemas con la fly”.
Mejor el francés que no tiene equivocación posible: “braguette”. A no ser que tengas problemas con la erre y pronuncies como “baguette” que entonces también puede lugar a equívocos: “vengo a que me arregle la baguette”.
Y en ambos casos el recurso de la mímica y echar mano al escroto tampoco puede que ayude mucho digas “fly” o”baguette”.
Consejo para mis nietos. Cuando hice la facturación del equipaje en el aeropuerto de Nagoya, la azafata me midió el trípode para ver si lo podía llevar encima. Entonces me preguntó si es que iba a hacer fotos del paisaje desde dentro del avión. Era una chica estupenda pero no sabía nada de fotografía.
Le dije que no, que era un regalo para mi mujer. Y me contestó que mi mujer era muy afortunada.
Tú le dices a una azafata de mi pueblo (sea cual sea “de mi pueblo”) que le regalo un trípode a mi mujer y jamás, pero jamás, te dice algo así.
A mis nietos les voy a inculcar que se busquen una pareja oriental.
Condón.
Cundo me fui a Japón había una campaña de la Iglesia contra el uso del preservativo y de la fecundación asistida y de la modificación de la ley del aborto. Era algo increíble y más todavía cuando aparecieron “mil intelectuales” (¿de dónde habrá salido tal número? Ni en la Grecia de Pericles ni en la Florencia de los Medicis) apoyando lo de la Iglesia y el aborto. Me quedé con una frase de Almudena Grandes: “Me gustaría conocer la opinión de los científicos que apoyan la campaña de los obispos acerca de esa condena del preservativo, que salva a diario del sida a millones de occidentales blancos y bien informados.” A mí también.
Lo escrito y lo dicho.
En Japón se ven continuamente en los recintos sagrados papelitos atados a las cuerdas que lo rodean a algunos árboles o bien a tendederos especiales para ello. Parece algo que se repite en muchas religiones: es como si no se fiasen los fieles de que su dios les escuchase las peticiones verbales y quieren dejarlas por escrito. Debe ser por aquello de que “las palabras se las lleva el viento”. Pero es curiosa esta falta de fe en el poder de la palabra. O quizás en que creen que su dios también tiene momentos de ocio en que no les escucha.
In memoriam.
A Almudena.
En “Lo bello y lo triste” de Yasunari Kawabata hay un corto diálogo entre la madre y la hija:
– “Si no te casas, las dos estaremos entre los muertos no llorados”.
– “No sé que significa eso”.
– “Son las mujeres que no dejan descendientes que les lloren”.
A ella sí la lloran.
Mañana la segunda parte y final de este “Final”.