31. Estambul, segundo día

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La mezquita Mecidiye en OrtakoyHoy es domingo y eso siempre hace que sea un día especial. Y además ha salido el sol, por fin. Decido ir a Ortakoy, un barrio a orillas del Bósforo. La guía dice que los fines de semana sus calles están llenas de puestos de anticuarios, artesanos, libros antiguos y artistas diversos. Lo primero es saber como ir. En Sultanahmet, mi barrio, hay una oficina de turismo pero son poco agradables y no muy exactos con la información que proporcionan. Consigo encontrar un bus que me lleva allí. Es un sitio encantador y el día esta precioso pero la guía lo embellece demasiado. Lo que hay sobre todo son puestos de bisutería. Los turcos pasan aquí la mañana y se está muy bien. En Ortakoy hay una mezquita rococó y el famoso puente que cruza el Bósforo. Y hay una típica y famosa foto que se hace allí con las dos cosas. Ayudo a una pareja de españoles jóvenes a hacerse la foto y charlo un poco con ellos después de 23 días sin hacerlo. Son de Barcelona y muy majos. Él trabaja en Bruselas y está aquí por trabajo. Ella va a empezar a dar clases de secundaria. Y me ha dado mucha pena. Es una chica rubia, casi transparente, de aspecto muy dulce y he pensado que según donde sean las clases, fácilmente la primera semana de clase se la comerán los alumnos. ¡Ójala no!
La guía te recomienda que te sientes en un banco, para soñar frente al Bósforo. Y eso he hecho. Se estaba bien allí viendo pasar los barcos y las familias. En Ortakoy es típico comer el «kumpir». Una patata grande al horno, abierta y rellena de ensaladas diversas. Te la compras en alguno de los puestecillos que hay y te sientas en un banco, al lado de más gente que también se está comiendo su «kumpir». Regreso a Estambul y me quedo un rato al lado del puente Gálata. Hay un mercado de pescado que no había visto hasta ahora. Habrá una docena de puestos, todos con los mismos tipos de pescado. A algunos para demostrar que están frescos les parten el cuello y se lo vuelven hacia detrás para enseñar las agallas bien rojas. Da un poco de angustia. El atún a 27 liras (2700 pesetas). Marisco, casi nada, unas pocas gambas y, sorpresa, un puñado de galeras. Es que me gustan mucho. Luego cruzo el puente que si bien siempre tiene muchos pescadores de caña, hoy domingo hay tantos que en muchos sitios no te puedes ni asomar. En uno de los pilares flota una masa blancuzca bastante grande: son miles de medusas muertas. O sea que lo transparente cuando muere se vuelve blanco. Debe ser lo que les pasa a las almas al morir y salir del cuerpo. Yo me lo había preguntado desde mi más tierna infancia: si el alma es blanca y al operar a uno de apendicitis, por ejemplo, no se ve pues es un misterio. No, les pasa lo que a las medusas. Y me siento un rato en unos escalones con los domingueros turcos. Hay muchas chicas jóvenes con el pañuelo en la cabeza, pero que no lo llevan como las mujeres más mayores puesto simplemente encima de la cabeza sino que llevan debajo como una toca blanca de monja que no deja salir ni un pelo y luego el pañuelo encima. Y eso les da un aspecto muy curioso y muy uniforme a todas. Un poco como los cascos modernos de ciclismo. Luego me voy a la mezquita de Suleymaniye o de Solimán. Construida en 1550 por Sinán que era el arquitecto de moda entonces y que parece que todo lo haya hecho él. Es realmente impresionante esta mezquita. Dentro hay un viejecito con turbante blanco explicando algo a unos cuantos fieles. Es la más grande de Estambul, es domingo, pero no llegan a medio centenar. Y, cosa rara, unas cuantas mujeres están sentadas escuchándole fuera del corralito que tienen para rezar. Eso sí separadas de los hombres y alejadas del abuelo jefe. Dentro de la mezquita, mientras los musulmanes rezan o escuchan al abuelito y los no musulmanes pasamos maravillándonos, una señora occidental está haciendo sus ejercicios de taichi. Yo es que la hubiera encarcelado, o por lo menos deportado en el acto. Hay gente a los que el rollo oriental los vuelve idiotas. Es como ponerse a hacer una tabla de gimnasia sueca en El Pilar de Zaragoza a las 12 un domingo.
Ceno en el restaurante del que soy cliente y vuelta al hotel. Creo que no lo he dicho pero para llegar al hotel tengo que pasar entre Santa Sofía y la mezquita azul. Y eso es una maravilla a cualquier hora del día, pero por la mañana cuando salgo y al atardecer y por la noche cuando regreso es algo fuera de serie.
Enseñanza del día.
Los conductores turcos son como los fumadores. Aquí los conductores no se ponen el cinturón de seguridad. ¿Para qué si es más seguro conducir sin él? Los fumadores también piensan lo mismo, que es mejor fumar. Porque sino lo dejarían, ¿no?

Una respuesta to “31. Estambul, segundo día”

  1. jose luis Says:

    Mejor hubiera sido hacerla invisible y así veríamos si de verdad hace taichi o lo que la gusta más es eso de hacer el numerito.
    Yo he visto a alemanes en el aeropuerto de Milán con pandereta y cantando un mantra, y lo mejor de todo es que estaban en trance!, y yo hasta las narices de esperar para embarcar. Quizás les ayudaba a llevar mejor la espera, pero la verdad, prefiero un libro que una performance.

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