
En la oficina de turismo de Delhi nos recomendaron mucho visitar el templo de Akshardham y yo era muy reticente a hacerlo pues algo que había leído, vaya un adjetivo en mi guía decía que tenía “aires de Disney” y eso me recordaba a otro que habíamos visto hace tiempo construido en honor y gloria de la familia Birla y que no nos había gustado nada, pero hemos decidido ir a verlo y el resultado ha sido increíble.
(Busco incansablemente una fotografía que tenga algo de Disney y lo único que encuentro es esta de una muñecota de hace un par de años en Villa General Belgrano).
Vamos camino del metro y antes de llegar ya nos ha asaltado el primer gancho del día: “¿De dónde eres?”. “De Alcañiz”.
Pues se ha quedado tan fresco, pero enseguida nos ha dicho que por donde íbamos nosotros no había ningún mercado, que estaban en otra dirección. Afortunadamente ha abandonado pronto.
¿Realmente alguien picará?
Cogemos el metro confiando en que siendo domingo irá vacío, pero Delhi es Delhi y hay mucha gente por todas partes. Además, a Marisa enseguida le ceden el asiento y si no se lo ceden hago que se lo ceda alguno que está sentado en un lugar de los reservados para gente mayor y tullidos.
Pero el viaje ha sido rápido y enseguida hemos llegado a la estación donde nada más salir nos han asaltado uno tras otro conductores de autorickshaw.
Del metro al templo hay un paseo de unos 10 minutos y cuando lo ves te quedas maravillado, sensación que no nos abandonará en toda la visita.
Desde la entrada hasta la entrada de verdad te puedes tirar otros 15 minutos y eso que cuando hemos llegado había poca gente, que cuando salimos no creo que ese tramo lo hiciesen en menos de media a una hora dado el personal que había para entrar.
El primer control es muy somero, imagino que buscan a alguien que lleve un decalitro de bebidas alcohólicas o un fusil ametrallador.
Aquí sigues la gran explanada y un letrero advierte las cosas con las que no puedes entrar en el recinto ya verdaderamente religioso y entre ellas estaban los teléfonos celulares, los ordenadores y, por supuesto, las cámaras fotográficas y curiosamente lo que sí podías llevar era el calzado.
Así que para facilitar el acceso han dispuesto una gran consigna, muy bien organizada donde dejas tu equipaje con todo lo prohibido y sí, puedes llevar un bolsito y agua.
En la consigna, por primera vez, te hacen una fotografía y te dan una tarjeta con un número y la consigna donde debes recogerla a la salida que es el mismo, pero opuesto a la entrada.
Me explico: las ventanillas de entrega van de la 1 a la 7 en ese orden ascendente y las de recogida de la 7 a la 1 en el descendente, así que si la entregas en la 6, como nosotros la recoges en la 2. Un plan perfecto.
Ya ligeros de equipaje, vaya yo solo con mi riñonera y Marisa con un bolsito donde lleva la documentación y el agua, pasas a la zona de control y cacheo y como siempre en la pudibunda India cada sexo por un carril diferente.
Yo voy tranquilo porque no llevo nada, nada.
Error.
Me paran, me abren la riñonera que ya habían examinado por el escáner y me investigan a fondo y yo sin saber por donde iban los tiros: ¡un rotulador verde!
Cuando lo ven se alegran por haber encontrado lo prohibido.
Pero ese no era el motivo de la búsqueda, que era la libreta donde apunto cosas del viaje. Pues parece que no se pueden llevar libretas, ni algo con lo que escribir.
Ante mi cara de asombro me dicen que me lo dejan pasar, pero que no escriba nada.
Afortunadamente no se han percatado de que llevaba este bolígrafo (con el que escribo este borrador) en el bolsillo de la camisa porque me mandan al infierno.
¡Mira que pensar que con un rotulador de esos de punta gruesa, vaya un subrayador, se puede escribir algo!
Y aunque me ha sorprendido lo de escribir no ha sido del todo pues hace unos meses también me prohibieron tomar notas en un papel en una exposición de la Fundación Masaveu de Madrid.
El pobre vigilante que me lo prohibió me reconoció que cuando él iba a una exposición también tomaba notas. En mi caso fue solamente apuntar una palabra que desconocía de un cuadro, no es que estuviese escribiendo un ensayo sobre esa obra. Y además estábamos solos en la exposición y mi breve escritura, insisto, una palabra, tampoco interfería en la visión de otros visitantes.
Pero ya sabes, dale autoridad a un merluzo y la utilizará. Y no me refiero al vigilante, sino al que hace esas normas.
Aquí desconozco el motivo de tan estúpida medida y a qué dios (o Dios) del panteón hindú le jode que un infiel tome notas en un papel.
Total, que con la amonestación salgo del mini interrogatorio y me encuentro a la pobre Marisa desolada junto a una vigilanta porque no se ha dejado en la consigna su reloj “inteligente”. Afortunadamente deben ocurrir con frecuencia hechos semejantes y tienen un método para que no tengas que volver a la cola de entrada, sino que te llevan a la de la salida, en mi caso la ventanilla 2, donde puedo dejar tan peligroso artilugio con el resto del equipo. Eso sí yo tengo que volver a pasar el control personal, pero gracias a que me reconocen pues debí ser un caso singular por el tiempo que me dedicaron paso rápido, aunque me miran esta vez si mi reloj es también inteligente (se lo han debido chivar las guardias) y como el mío es tonto, vaya, no del todo, pero casi, aunque es estupendo para lo que yo necesito que es el reloj, el despertador, la brújula y la hora dual, paso sin problemas.
Y ya estás adentro y todo lo que ves y vas a ver es de lo más sorprendente que puedes ver en un fenómeno religioso.
Es como lo de Torre Ciudad, pero ese sería un pueblo de XX (siendo XX la provincia que peor te caiga) y lo de aquí Nueva York o Shanghái. Vaya, que los de la “Obra” se morirían de envidia.
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