33. Hong Kong-Macao-Shanghái. 2018. 4 de abril, miércoles. Decimosexto día de viaje. Macao, día 3. Primera parte.

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Esta ciudad me está gustando cada  vez más, no tanto para quedarme a vivir aquí, como me sucedió en Wellington o Christchurch, pero sí para volver de nuevo.

También ayuda el tiempo primaveral, casi veraniego que tenemos: 20 de mínima y 27 de máxima y solo algunas nubes a  lo largo del día, aunque anuncian que el viernes lloverá. Y lo dice la “Direcção dos Serviços Meteorológicos e Geofisicos”. Así mañana “Céu pouco nublado intervalado de períodos de muito nublado”. Que da gusto lo del portugués. Así hemos cogido un autobús (en Méjico “tomado”) y puedes leer la información en la pantalla luminosa: “Próxima Paragem”. Bueno también estaba en chino, aunque en el de regreso además de en esos dos idiomas estaba también en inglés.

Hoy hemos dejado el Macao histórico y nos hemos ido a visitar Coloane, que no he logrado saber como lo pronuncian, pero desde luego no como yo.

Ayer pregunté en turismo y hay un autobús, el 15, que tiene su final donde nosotros queremos ir, “Coloane Village”, así que  es lo más fácil, pues no tengo que andar preguntando si esa parada es la nuestra a todo el que se pone a tiro. Claro que esto era antes de saber que los autobuses llevan letreros luminosos con el nombre de las paradas. Y que no estaban solo en chino, que en ese caso es como si no estuvieran.

Por si te interesa pasar  a China el autobús tiene una parada al lado del puesto fronterizo de Cotai, pues hay una carretera que atraviesa el mar por un puente y cruzas al continente.

Pasamos al lado de “The Venetian” y no te lo puedes creer. Había leído que era algo impresionante, pero aquello sobrepasa lo imaginado, tanto que mañana iremos a visitarlo. Y  lo mismo con el cercano “Le Parisian”.

Llegamos a “Coloane Village” y parece que estás en otro país y en otro tiempo. Es un pueblecito del que la guía dice que es el único lugar donde puedes encontrar lo que fue Macao antes de que se legalizase el juego en el siglo XIX.

Unas pocas casas, una plaza como de pueblo, unos pocos turistas chinos (que por cierto no sé a qué vienen aquí, pues imagino que esto debe ser  lo más parecido a un pueblecito chino), algunos templos y una iglesia. Y unos astilleros abandonados.

Y nada más llegar encontramos  los servicios públicos que en este (remoto) lugar son más sencillos que en las grandes ciudades, pero limpísimos. Y sin papel, te advierto.

La sorpresa es que en el de caballeros en la puerta pone “Retrete Turca”, que es como se llamaban en España, pero en masculino, cuando los había. Vaya, ahora no hay ni “turcos”, ni “cristianos”.  Y aquí, además, con un dibujo que no deja lugar a dudas. ¡Magnífica señalética!

Después la siguiente visita es a la iglesia de San Francisco Javier. Un recinto pequeño, limpio y sencillo. En una capilla lateral hay un cuadro de una virgen asiática, lo cual no es nada habitual.

Y la estatua de un santo chino, San Andrew Kim Taegon. Bueno, yo digo chino y quizás sea de algún otro país, pues aquí acudieron cristianos asiáticos cuando fueron perseguidos en sus países de origen.  De todas maneras a estos santos siempre les colocan unos sombreros  bastante ridículos, como ya he visto en Corea y creo que también en Japón.

En una urna una figura de cera de un niño que  impresiona por su realismo.  Puede que sea  el niño Jesús, pero la forma en que lo representan con esa  especie envoltorio tipo momia  da un poco de grima. O de miedo.

Otro edificio interesante, pero desgraciadamente cerrado por las mañanas,  es la biblioteca. La estampa de la curiosa fachada, tipo templo griego, se completaba con una señora leyendo un libro sentada en un banco delante de ella.

El resto de los edificios religiosos los componen unos cuantos templos, más bien pequeños, budistas y taoístas. En estos últimos siempre hay alguna señora doblando papeles. Imagino que luego los venden a los fieles quienes los cuelgan o los queman. De todas maneras una forma bastante tonta de emplear tu vida.

“¿Y tu hija a qué se dedica?”. ”Tiene un trabajo tranquilo: doblar papeles en un templo taoísta”. Y que los taoístas me perdonen, pero creo que sus seres celestiales se merecen algún otro empeño más interesante para conseguir la felicidad del personal.

Hemos acabado el recorrido en un astillero abandonado y en ruinas. Allí había un señor construyendo un barco de madera, imagino que un reproducción de alguno de verdad por el cuidado con que media las piezas antes de cortarlas.

Pues bueno, el hombre acabaría aquella preciosa maqueta y se la regalaría a su nieto primogénito y aquello quizás no haya hecho más feliz al mundo, pero sí al niño y a él al hacerla, pero lo de doblar papeles…cientos de ellos…, miles de ellos…

Porque ni siquiera era un trabajo tipo origami.

Y ese señor maquetista parece que haya tomado posesión de ese lugar y se ha hecho un taller de carpintería para él solo.

De todas maneras aquel ambiente del astillero le ha servido de inspiración a Marisa para una buena sesión fotográfica.  Como leí una vez a propósito de la fotografía de los lugares abandonados:  “The beauty of decay”.  A Marisa le encantan.

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