27. Hong Kong-Macao-Shanghái. 2018. 1 de abril, Domingo de Pascua. Decimotercer día de viaje. Hong Kong, día 12. Primera parte.

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Vencedoresy vencidos.

Hoy último día en esta ciudad y por fin, ¡por fin!, sin un “pero”.
Esta mañana he conseguido agotar la batería de mi PC con alguna argucia añadida al hecho de dejarlo encendido toda la noche y efectivamente ha funcionado el arranque.
Eso de quedarse sin ordenador al comienzo del viaje hubiese sido un fuerte inconveniente para mí, pero al fin todo resuelto.


Bueno, he dicho que sin ningún “pero”…casi. Porque hoy he descubierto que tengo tripa de herbívoro.


Resuelta que solo me veo una vez al día en el espejo y es en el momento de afeitarme y en mi casa solo me veo la cara, pero aquí el espejo es más grande y he descubierto eso, la tripa de herbívoro. Debe ser que realmente como demasiada verdura, en parte por tradición familiar y en parte por los continuos consejos dietéticos y quizás deba cambiar a una alimentación más carnívora.

En el bonito y tranquilo patio donde desayunamos hay dos parejas de jóvenes españoles. Al acabar de desayunar el varón más joven se despereza sin ningún complejo. ¿Qué pensaría si un chino hiciese lo mismo en un restaurante español?

Es domingo y se nota en el metro: muchas indonesias con sus tocados de monjas católicas.

Hoy vamos a visitar dos templos. El primero el de Sik Sik Yuen Wong.
La guía lo clasifica como “Top Sight” y dice de él que es “una explosión de columnas, techos y celosías”. También que este templo taoísta es un destino para todas las clases sociales desde jubilados a jóvenes profesionales. Algunos van a rezar y otros a adivinar su futuro con los palitos de bambú.


El complejo fue construido en 1973 y está dedicado a un curandero (o quizas médico) deificado llamado Wong Tai Sin quien había transformado piedras en corderos. La guía dice “cordero” pero debe ser un error porque puestos a hacer milagros me parece una cosa de taumaturgo ramplón. Así que acudo a Wikipedia (¡qué haríamos sin ti!) y efectivamente eran “corderos”. También Wikipedia dice de él que “comenzó a practicar el taoísmo a la edad de quince años después de conocer a una persona inmortal en su ciudad natal”. Que parece de Matrix.

Vas andando por la calle siendo un adolescente y te encuentras a un inmortal y te pones a curar a enfermos y más tarde haces corderos con piedras. ¡Y hay gente incrédula con lo de Fátima y los tres pastorcitos de la cueva de Iría!

Aquí en esta ciudad han llamado con su nombre a la parada de metro más próxima al templo.


Y nada más salir de él ya te encuentras un grupo de señoras que intentan venderte paquetes de palitos para quemar. Parece algo tipo “manteros” de objetos religiosos, pues luego en la entrada sí hay una larga fila de tiendecitas y puestos de la típica parafernalia religiosa.


Justo en la entrada hay un par de dragones de bronce. Deben ser de los que tocándolos te curan la parte del cuerpo que tocas, pues hay trozos muy relucientes por el roce. Claro que a lo peor tocas algo de dragón que tú no tienes. Así lo más brillante es la nariz (de difícil acceso por lo alta que está), la tripa y las garras delanteras. Esto quizás vaya bien para los juanetes.


Nada más entrar una joven me pide que le haga una foto con su teléfono. ¿Tengo aspecto de hacer fotos con teléfono? Porque es algo que me piden con frecuencia y eso que no tengo ese artilugio, aunque sí cargo con el equipo fotográfico de Marisa.
Debe ser que tengo aspecto bondadoso y asequible: “Mira le voy a pedir a ese afable abuelito español que me haga una foto”. Oye, y yo encantado.


Lo de conocer tu futuro debe ser realmente importante pues incluso hay un letrero con las instrucciones para hacerlo.


Se basa en la técnica de sacar un palito de una caja cilíndrica, donde hay un montón de ellos, a base de agitarla. La gente lo hace arrodillada sobre unos cojines especiales para ello. Y como hay 20 ó 30 personas haciéndolo al mismo tiempo produce una musiquita especial. Y no sé si será curativa, que a lo mejor lo es. Lo tengo grabado y te lo puedo enviar.


Cuando sale el palito el creyente (aunque tendría que decir el “crédulo”) lo lee y apunta algo. Y vuelta a empezar. Y cada uno tiene una forma muy especial de mover la cajita. Vaya, que merece la pena la visita solo por esto.


Y si quieres hacer un donativo hay que hacerlo con la tarjeta de transporte, la útil Octopus. No me pude enterar si era un óbolo fijo o dependía de la suerte: “Acaba de dejar vacía la tarjeta con su donativo”.
Pero está muy bien, pues ya no vale la excusa típica de “es que no tengo cambio” o “solo llevo billetes de 500€”. Aquí el eslogan es: “Donation is easy with Octopus”.


Y desde luego están los quemadores de palitos. También hay muchos, pero aquí los habituales son palitos delgados, nada que ver con las monstruosidades de Lantau. ¿Tendrá que ver con el dios al que le ofrecen las cenizas? Este de hoy debe ser de los de “el tamaño no importa”.


Lo malo de este recinto, por lo menos hoy, es que no se puede visitar el interior de las salas donde están los diferentes santos. Lo bueno es que además del recinto sagrado hay unos jardines preciosos.


Ya sabes, estanques con lotos, puentecillos, pérgolas…y una especie de huertecito dedicado a las plantas medicinales donde a diferencia de otros aquí te explicaba qué cura cada una. Y el personal no arrasa con todo. Tú pon en un jardín público español un letrero que diga: “Esta planta, el “Rizotoide capuchinensis” cura las hemorroides con unos baños de asiento templados” y verás lo que dura el huerto.


Y este jardín tiene un bonito nombre: “Good wish garden”. Parece que aquí se conforman a con un solo deseo.


Poco antes de salir encontramos algo nuevo en nuestro periplo religioso: los fieles se sitúan frente a un gran letrero donde se explica cómo deben poner los dedos de la mano para luego coger un hilo rojo de una cajita cercana y enrollarlo en una maroma que sostienen tres santos.


Lo que ocurre es que el personal llega con los dedos dispuestos según la explicación, pero no saben como coger el hilo y menos atarlo.


Y no sé si en este caso se perderá toda la gracia santificante que se iba a conseguir o que incluso sea motivo de enfado celestial: «¡Ese inútil al infierno!».


¡Estos son peor que los de Doña Manolita! Pero sin cola.

Frente a la maroma roja había un par de muletas y una esbelta señorita. Primero pensé que eran de ella, pero cuando se marchó sin cogerlas creí que eran un exvoto de alguien que había llegado hasta allí medio paralitico y había salido corriendo después de atar el cordón rojo, que hasta pensé en probarlo yo a ver si me iba bien para la espalda, pero entonces apareció una achaquienta anciana y se apoderó de ellas. Así que me quedé sin probar las virtudes terapéuticas de aquel lugar.

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