Hoy ha sido un día lleno de altibajos que ha acabado bien: una cena callejera de las que tanto me gustan.
Cerca del hotel hay unas calles llenas de gente, con pequeños restaurantes y establecimientos diversos de comida como fritos, zumos y similares. Pues hoy he cenado una papelina de un especie de sardinas (pero que no eran tales) fritas, como unas que comí en Japón y que tienen la particularidad de que todo el abdomen, vaya prácticamente todo el cuerpo, está lleno de huevas. Delicioso.
Y para acabar un enorme vaso de coco con leche de vaca evaporada. Vaya, la composición la sé porque he visto la preparación, no porque entendiese el letrero explicativo.
Y como es sábado los restaurantes están a rebosar. Y como estamos en Hong Kong (no sé cómo será en la China) con colas en la calle en casi todos ellos. Porque ¿adónde vamos? No vas a entrar en uno que está medio vació si el del al lado tiene a 20 haciendo cola.
Y encima parece que estoy venciendo al resfriado. Porque hasta hoy las noches han sido tirando a regulares, y no solo por los ataques de tos, sino porque no dejo dormir a Marisa y eso me hace sentirme culpable. Vaya, no es que me sienta culpable, es que soy culpable: “el culpable”.
Pero el día no ha comenzado muy bien.
No madrugamos mucho después de la noche que pasamos, pero aquí el personal tampoco lo hace. Eso lo compruebo por el desayuno.
Hoy he elegido una nueva opción que llaman “desayuno estilo chino”. O sea como el café con leche y churros en España: una especie de paquete de arroz glutinoso con pollo envuelto en una hoja vegetal.
(Viendo ahora la foto no parece un plato muy apetitoso, pero era mejor su sabor que su aspecto).
Me ha gustado, aunque Marisa se ha plantado en el “Western Style Breakfast” que pedimos el primer día.
Ayer cuando visitamos el templo Pak Tai nos dijeron que hoy al mediodía habría una ceremonia con la danza del león y a eso no nos podemos resistir, así que decidimos llenar el hueco hasta esa hora visitando el “Asia Society Hong Kong Centre” del que la guía pondera su arquitectura, su diseño y su historia.
Con la guía y un mapa nos dirigimos hacia allí y en el camino debemos atravesar un centro comercial. El primero que vemos en esta ciudad. Es pequeño pero de los que te caes de culo. Por supuesto todas las grandes marcas y la agradable sorpresa de que está la “mía”: Zara. Vaya, es más de Don Amancio que mía, pero sí un poquito. Muy poquito. Menos que muy poquito. Pero mía.
Nada más entrar una instalación escultórica de Jim Lambie titulada “Spiral Scratch” que ha entusiasmado a Marisa y a todos los niños que entraban allí, pues un diligente y amable vigilante les impedía que jugasen con los distintos elementos de la obra. Y digo “amable” porque a este y a todos los que me he encontrado les he tenido que preguntar por el camino para llegar a la “Asia Society”. Y todos me lo explicaban, pero era tan complicado que me quedaba solo con el primer paso: “siga a la derecha y coja la primera escalera mecánica para subir al segundo piso, allí busque el ascensor que está a la izquierda, lo toma y baje en el cuarto piso. Después siga por una pasarela que da a una escalera mecánica que le lleva a la calle. Allí continúe por la acera izquierda hasta el primer cruce, gire a la derecha y ya está”.
Que parecía una secuencia de nucleótidos. Que si eres un secuenciador de ADN te lo aprendes rápido, pero si no te quedas solo con el primero, y luego preguntas de nuevo. Pero todos amabilísimos.
NB
Sobre la obra de Jim Lambie.
Time Out de esta ciudad dice que es “It’s an unmissable visual feast for the eyes”.
Lo que más me ha impresionado (o por lo menos tanto como la “Spiral Scratch”) han sido los lavabos. No dudo de que el Sr. Armani tendría unos lavabos en su casa de puro diseño, pero yo, que me tengo que limitar a los públicos, no he visto nada parecido en mi vida. Tanto que me hubiese gustado hacerles una fotografía, pero es que no paraba de entrar y salir personal y al final de tanto esperar hubiese podido parecer un delincuente sexual. Así que sin fotografía, pero puedes creerme: lo nunca visto.
Lo peor fue que la salir a la calle estábamos en una “no man’s land”. O algo así.
Unos rascacielos enormes, preciosos, increíbles, pero ni un alma por la calle. Menos mal que para eso está la brújula y el mapa.
Y así hemos llegado y nuestro gozo en un pozo: un montón de gente pululando por allí, pero todos con un identificador colgando del cuello y esto te da mala espina.
Le pregunto al primer uniformado (de portero) que me encuentro y su respuesta es: “¿Tiene invitación?”.
Porque resulta que estos días se celebra un evento de algo británico y solo se admitía al personal “invitado”. Es por lo que había tanto rubito por allí y un potente coche con la bandera de la “Union Jack”.
Volverá a estar abierto a partir del martes, pero no creo que volvamos.
Y de nuevo con el mapa llegamos hasta el tranvía. ¡Qué gran invento!
El tranvía de esta ciudad es una reliquia que imagino que solo lo mantienen por… pues ni idea.
Es lento, es incómodo, dificulta la circulación de aquellas calles por las que discurre tan sobrecargadas de coches y autobuses, pero es un tranvía. Y encima es barato. Y para nosotros, por mayores, más que barato: 1,1HK$, 12 céntimos de euro.
Hoy lo hemos cogido como medio de transporte para ir a templo de ayer, pero otro día lo volveremos a coger en plan turista y en el piso de arriba.
Las calles cercanas al templo, como ayer, llenas de vida. Parece mentira que la parte de la ciudad de esta mañana pueda convivir con esta.
En un puesto de fruta descubrimos una “uvas negras de dedo”. Vaya, no sé cómo se llamarán en España: “Finger black grapes”.
En un puesto de ese mercado callejero veo un puesto que rompe con la uniformidad: venden verdura y pescado de agua dulce que sacan de una pecera y despiezan allí mismo.
En el camino del templo y en aquel ambiente un tanto depauperado nos vuelven a sorprender todos los coches lujosísimos que hay aparcados en la calle.
Incluso con la matrícula personalizada, que debe ser “the much to the much”. O algo así.