62. Nueva Zelanda 2017. 19 de octubre, jueves. Trigésimo primer día de viaje. De Auckland a Doha. Primera parte.

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Ya se ha acabado el paraíso, ahora a enfrentarnos a la vida diaria y a “el ruido y la furia” de Barcelona. Porque todo parece que se está dirimiendo entre Barcelona y Madrid, ¿y el resto de España?

¿Qué piensa la gente de Orihuela del Tremedal? Bueno, no es un buen ejemplo, pues seguro que sé lo que piensa uno de sus hijos más ilustres.


Hoy no he podido utilizar el ordenador así que solo me he enterado de algunas cosas sueltas que Marisa me ha leído en su teléfono, pero parece que todo sigue igual. O sea, a peor.

Pensamos coger el autobús para el aeropuerto a las 12 así que nos queda tiempo para un corto paseo.
Y hoy, último día, el cielo aparece más limpio y azul que nunca; sin una nube, que casi parece el cielo de Madrid.


Nos vamos a dar una vuelta por el cercano campus de la universidad. El primer día lo bordeamos, pues está al lado del “Albert Park” y hoy entramos allí. Y de nuevo la envidia: yo estudie en una universidad sin “campus”. Solo sabía de él por las pelis americanas, aunque mi facultad estaba en un edificio histórico, lo que le daba mucho carácter y más incomodidades todavía. Pero me hubiese gustado tener unos jardines como estos.


No sé cómo estarán el resto de las instalaciones pero los jardines son dignos de un botánico. Y, como siempre, no hay pintadas, ni basuras. Aquello está impoluto.


O casi, porque en un monolito dedicado al Rev John Frederick Churton, capellán de la guarnición en el siglo XIX, en uno de sus lados ha tenido que dejar su señal un incívico capullo. Claro que placa de mármol, capellán y guarnición, todo junto, hubiesen provocado su rotura a martillazos en otros lugares cercanos a nosotros.


Pero eso realmente está fuera del campus universitario.


Dentro del recinto se encuentra la “Old Government House” de 1856, que fue la sede del gobierno de la colonia hasta que Wellington se convirtió en la capital. Es un edifico de madera, que yo sería incapaz de distinguirlo de uno de piedra. Ahora está dedicado a las oficinas de la universidad. Como está abierto al público damos una vuelta por allí: elegantes salones y señoras sentadas en algunos de ellos charlando animadamente delante de una taza de café.

En los jardines pocos estudiantes, quizás estén en clase dada la hora, pero sí hay alguno holgazaneando tranquilamente.


Un letrero advierte que ese césped es solo para “passive recreation”, no para jugar con pelotas. No sabía hasta ahora de la “passive recreation”, pero debe ser todo lo que se juega sin pelotas, por ejemplo el parchís o churro, media manga, mangotero.


Nos acercamos hasta otro edifico notable, la “University Clock Tower” de 1926. La guía lo define como de “art nouveau” y de la escuela de Chicago. Mis conocimientos (pobres) de arquitectura no llegan a tanto discernimiento.

Entramos y preguntamos a una señorita que pasaba por allí. Ha resultado ser una india de Goa, que tiene una tía de 95 años en…, pues no lo he logrado entender, porque ella decía “Calanda”, pero que estaba al lado de San Sebastián.
A esta goana que trabajaba en la universidad le gustaba mucho la cocina española, pero mucho, sobre todo cuando fue a ver a su tía.
Hablamos de la herencia portuguesa en la India y me pregunta por Cataluña. Se lo explico y le parece mal. Ella me dice que le recuerda lo que pasó con la ETA en el país vasco, que en aquella época parece que eran los únicos que importaban.
Nos lleva a ver “Albert Barracks” de 1847, una fortificación con algún trozo de muralla y aspilleras que todavía subsisten. Nos dice que eran de la época de las “New Zealand Wars”, que imagino que fueron en el siglo XIX, pero de las que desconozco todo.
Nos despedimos y volvemos al cercano “Albert Park”, que en su día formaba parte de esos cuarteles.

La primera visita fue en sábado y aunque había poca gente éramos casi todos familias y turistas; hoy sigue habiendo turistas pero también algunos estudiantes. ¡Qué buen lugar para repasar las leyes de Mendel o aprenderse la tabla periódica! (Como no lo compruebo en Wikipedia puede que ahora no existan ni esas leyes ni esa tabla).


Un joven está estudiando al lado de un cañón, imagino que un recuerdo de aquellas guerras.


Un grupo jóvenes orientales está jugando a una especie de cricket: no he visto hacerlo peor.


Dos obreros están descansando en un banco. Bueno, uno sentado en él, pero el otro en el suelo, quizás porque aunque el banco es de hierro fundido teman partirlo: ¡vaya par de “lanchonas” de desembarco! (Tanquetas prohibido).


Veo un letrero de aparcamiento y te dejo los precios: de lunes a viernes de 8 de la mañana a 6 de la tarde 3$ (2€) la primera hora, 3$ la segunda y 6$ cada hora adicional. Sábados de 8 a 6 a 1$ la hora. Domingos y festivos gratis.
Compáralo con tu ciudad favorita. Yo no tengo criterio porque creo que no lo he utilizado nunca.

Recogemos las maletas del hotel, nos despedimos de Matta, el portero punjabí que tan bien nos ha atendido y nos dice que la próxima vez reservemos la habitación directamente con ellos a través del hotel y no por medio de una compañía de reservas de internet como hemos hecho. Esas agencias consiguen unos precios estupendos pero a costa de los hoteles.

El conductor del autobús es un señor muy amable que parece encantado con su trabajo. Da gusto encontrarte con gente así.
El aeropuerto ya es un viejo conocido nuestro pues estuvimos varias horas cuando llegamos y las zonas de salidas y llegadas son comunes.


Marisa se hace una pequeña herida de una quemadura antigua y acudimos a información. Allí un pareja de venerables ancianos (no creo que ninguno vuelva cumplir 90 años) nos da un par de tiritas y le dicen que se lave la herida primero en el lavabo. Imagino que serán voluntarios que emplean los últimos años de su vida haciendo obras de misericordia y hoy era la de “dar buen consejo al que lo ha de menester”, además de las tiritas.
Esa frase con el “ha de menester” siempre me dejó maravillado en mi infancia y pensé que nunca la podría utilizar. Bueno la que es seguro que no usaré será la de “redimir al cautivo,”, otra de esas “obras”. ¡Qué cosas nos enseñaban los padres escolapios!
Yo creo que de las 14 obras de misericordia he cumplido todas menos la de los cautivos, “sufrir con paciencia las adversidades y flaquezas de nuestros prójimos” (las he sufrido, pero no con “paciencia”) y “dar posada al peregrino”. Bueno, pensándolo bien tampoco la de “perdonar las injurias”.


Corta espera y último “flat white” de este viaje y quizás de mi vida, pues parece una bebida exclusiva de este país y no creo que volvamos.