Todos los yates parecen deshabitados a pesar de ser domingo. Solo vemos uno con gente en cubierta: unos macarras jóvenes con música bastante desagradable. O sea, que tienes un yate cojonudo en la marina de Auckland y te salen unos vecinos así y te tienes que mudar a Chiclana, que me han dicho que es un lugar tranquilo y de nivel. Y es que el dinero no te da la solución para una felicidad completa.
Encontramos un restaurante español. El primero en una ciudad llena de restaurantes de todas las nacionalidades: “El limón”. O mejor “El LIMON”, donde la “O” ha sido sustituida por el corte de una naranja.
Otra cosa curiosa es la profusión de grandes contenedores como establecimientos diversos. Es algo que vimos en Christchurch, pero allí creo que era por lo del terremoto. Aquí encontramos uno que hace de biblioteca pública.
Siguiendo el camino atraviesas un puente levadizo y entras en el barrio de Wynyard.
Este era un espacio industrial que está siendo transformado en uno de ocio, viviendas y negocios. La primera fase se inauguró en 2011 y siguen trabajando en ese sentido.
Una de las atracciones según la guía es el mercado de pescado, pero está cerrado por remodelación, aunque me temo que después de los de Corea y Japón este será poco interesante. Pero sí hemos dado con un buen restaurante para comer.
Y de nuevo el problema del inglés: ves “mussels fritter” y dices que “mejillones fritos”. Pues no: una especie de tortilla de mejillones. Y es que “fritter” es algo así como buñuelo. ….
En esta zona del puerto hoy domingo hay muchos paseantes y también deportistas varios, aunque de vez en cuando se ven obesos y obesas (Podemos, PSOE e IU ‘dixit’).
Hay una zona de grandes silos (“sailous” en inglés) de los que algunos han sido reconvertidos en salas de exposiciones. Lo hemos sabido porque nos hemos encontrado una al entrar en uno de ellos. La exposición era colectiva y como todas de este tipo tenía algo especial; a mí me han gustado algunas de sus “intervenciones”. Cada una de las sales correspondía a un silo y había seis de ellos. En una de las salas, la “Reading room”, hay una mesa con informaciones y otra con comida y bebida. Esta se componía de unos plátanos pequeños, una marmita con restos de potaje, un gran frasco de vidrio con agua y trozos de limón, un calentador de agua y cajas de plástico con café soluble, azúcar y bolsitas de té. Como son tan dados a ofrecerte té y café he dado por supuesto que era para que los visitantes se lo sirvieran y eso he hecho, pero con tan mala fortuna que he tirado uno de los vasos por la mesa. Un desastre. Intento limpiarlo como puedo. Aparece una jovencita que andaba por allí y que ha resultado ser una de las artistas de la muestra colectiva. Le pido perdón mil veces y un trapo para limpiar el desaguisado.
Lo dejo más o menos solucionado, pero al coger un vaso de agua se me cae todo por encima. Otro desastre. Y encima al escribir esto pienso que aquello podría haber sido parte de uno de los montajes artísticos y no un buffet libre. Así que busco ansiosamente en el folleto que he cogido y compruebo que no, que efectivamente era una sala de lectura y que no formaba parte de las “intervenciones”, claro que para intervención, intervención, la mía.
Y menos mal que no he cogido un plato de potaje.
Marisa me dice luego que “yo creía que ese momento de vernos tan mayores no llegaría nunca”, y aunque no lo ha dicho estaba implícito lo de “y tú tan torpe tirando dos vasos seguidos”. Le contesto que sino es que nos habríamos muerto antes. Y me he acordado de lo que me dijo un peluquero norteafricano (no, no era “en”, que es que era “de” Marruecos): “Señor, usted no se quedará calvo”. Y ahora pienso que podría querer decir que efectivamente conservaría durante mucho tiempo el pelo pues mi padre murió con 90 años y con casi todo su pelo y negro, pero esta tarde después de la admonición de Marisa he pensado que también podría querer decir que me moriría antes de que se me cayese el pelo. No sé como se llamará ese tipo de adivinación, pero seguro que igual que adivinan el futuro por los posos del café o del té, en el mundo bereber lo hacen por el pelo.
Acabamos el paseo viendo un grupo de barcos de época que tiene amarrados en un muelle especial y que forman parte de una asociación de yates antiguos. Son una preciosidad.
Al lado de estas maravillas el colmo del derroche: un gran velero de tres palos y de nombre “EOS”. ¿Quién puede tener un barco así?
Regresando al hotel podemos contemplar por dos veces como levantan el puente levadizo y la segunda casi nos coge en medio.
PS
Esta mañana buscando la información sobre los mercados del domingo, caí en la cuenta que se llamarían “dominicales”, pero ¿y si fuesen de “sábado”? Pues su adjetivo es “sabatino”. Pero también hay un sustantivo: “Oficio divino propio del sábado” según el DRAE, pero en este caso femenino y eso me retrajo a mi infancia y adolescencia de formación escolapia.
Entonces teníamos un rezo especial todos los sábados del curso escolar al que se llamaba así, “la sabatina”. La verdad es que no le dábamos esa esa categoría tan pomposa de “Oficio divino”. No recuerdo nada de él excepto que era por la tarde (¡colegio por la tarde los sábados!) y que acababa con el canto de la salve en latín, la “Salve Regina” que ahora soy casi capaz de repetir.
Y ahora con más sentido de la responsabilidad moral me pregunto que porqué la sabatina la rezábamos solo durante el curso. ¿Y en verano no hay pecado? ¿En verano no se debe aplacar a los dioses como durante los otros 9 meses? ¿Por qué los padres escolapios no nos convocaban todos los sábados de verano para el “Salve Regina”?
Eso de la religión de temporada no me convence nada. Es como darle vacaciones al cielo, cuando además es la época con más facilidades para pecar. Bueno, en aquella época no había muchas ocasiones, más bien ninguna, pero las hubiese podido haber.
Menos mal que no tengo que escribir este blog en inglés porque si hubiese tenido que traducir “hubiese podido haber” no cuento nada de la “sabatina”.