Al marcharnos de Te Anau hemos acabado nuestras estancias en los establecimientos de la “Youth Hostels Association”, YHA, y nuestra experiencia no ha podido ser mejor. Si tuviese que volver a este país no lo dudaría en alojarme de nuevo en ellos. Solo hemos “roto” la relación en Picton, porque no lo había y además Marisa quería probar otras cosas antes de saber cómo nos iba a ir en los de YHA; tampoco estuvimos en Wellington donde nos alojamos en uno semejante, pero de otra organización y lo hicimos por su cercanía a la parada del autobús.
Y aquí estamos en Dunedin en un establecimiento que es una extraña mezcla. Lo elegimos en primer lugar, como en Picton, porque no hay YHA y en segundo lugar por la información que daban del sitio. Por ejemplo, mira lo que dice nuestra guía: “Residencia del obispo católico desde 1872 a 1999, este bonito edifico es ahora un fascinante laberinto de habitaciones luminosas y confortables con vistas sobre la bahía”. “El antiguo garaje de carruajes y los antiguos establos los han transformado en unos apartamentos con mucho estilo”.
¿Alguien se puede resistir a albergarse en un sitio así?
A su vez la web del propio establecimiento dice que es el que está mejor clasificado de todos los hostales de esta ciudad y que no solo es adecuado para los agotados viajeros, sino que también lo es para los visitantes de la universidad de Otago, los ciclistas de la pista del ferrocarril de Otago e incluso para los hombres de negocios que prefieren el entorno sociable y relajado de un albergue de mochileros a la habitación aséptica de un hotel.
Nosotros no somos ni viajeros agotados, ni ciclistas, ni universitarios, ni siquiera preferimos un “backpacker hostel” a la “sterile hotel room”.
Por cierto, que he traducido lo de “sterile” como “aséptico” pues el resto de las posibles traducciones me parecían todavía peores: estéril, infecundo o yermo. Y no te digo nada lo de “machorra”.
Pero eso de dormir en la casa de un obispo, aunque sea en sus establos…
Teóricamente es un “backpacker hostel”, que es como llaman aquí a los establecimientos hoteleros dedicados a los mochileros, pero lo que tenemos nosotros es un pisito con cocina comedor bastante grande, un dormitorio grande, un excusado (ver segunda acepción del DRAE) y un cuarto de baño. O sea, la antigua cochera. Vaya, un apartamento que, como dirían hace años (que parece del cretácico) es “muy cuco”. O en el colmo de la cursilada: “una cucada”.
Pero creo que echamos en falta el ambiente de los YHA porque está separado del resto del edificio y eso de estar tan solitarios…Claro que Nueva Zelanda es un país muy seguro, pero por ejemplo el comedor tiene una gran puerta de cristal que da a la calle sin persianas ni cortinas. Que por estas calles tan solitarias no pasa nadie, pero si lo hiciesen me verían perfectamente desde el exterior cuando escribo este borrador.
Y encima no llega aquí la señal WIFI del edifico principal, así que, si lo necesito, tengo que ir allí a las zonas comunes del hotel, hostal, o lo que sea esto. Y como aquí son tan poco trasnochadores a las 7 de la tarde ya cierran la puerta de la calle, así que te proporcionan una clave de acceso. Llegamos hasta la puerta y no hay forma de abrirla. Son solo las 9 y media, pero parece como si intentases entrar en una casa ajena a las 4 de la madrugada. Probamos varias veces y al final aparece una sonriente oriental que apenas habla inglés. Es de Taiwán y aunque no está muy convencida tras varios intentos me deja entrar a las zonas comunes. Luego he visto que había un letrero que advertía que no dejasen entrar a nadie que no tuviese la clave de acceso. E imagino que no todos conocen la existencia de esas dependencias donde nos alojamos nosotros.
Y es que tenía muchas ganas de leer el periódico para comprobar que iba a hacer el Sr. Puigdemont. Porque es martes y dijo que hoy declararía la independencia, pero la diferencia horaria me impide conocer su último desatino.
Hoy en mis errabundos pensamientos políticos me ha surgido el nombre de la Sra. Aguirre. ¿Dónde estará ahora? Confío que en este periodo de desconexión con España no haya fallecido. De verdad; pero es que su silencio me tiene sorprendido. ¿Le habrá condenado su partido al ostracismo? Otro misterio.
NB
Leí que el último político griego condenado de esa manera se llamaba Hipérbolo y que fue el jefe de los demócratas radicales. Ya ves, Doña Esperanza también bastante hiperbólica y también demócrata radical. ¡Qué cosas!
Esta mañana hemos cogido el autobús en Te Anau y aunque el día no era como el de ayer ha acabado siendo una mañana estupenda. Las nieblas matutinas y nubes bajas se han ido levantando y los campos parecen acuarelas de Turner.
Todo el paisaje del recorrido precioso.
Cerca de Dunedin el terreno se parece a Escocia. Vaya, a lo que yo creo que es Escocia: suaves colinas con campos verdes. Y como siempre ovejas.
Este autobús, como casi todos de esta compañía, tiene WIFI y abro El País con un cierto miedo, pero los Sres. Puigdemont y Junqueras deben estar todavía durmiendo. O quizás no. Hay personas en cuyo pellejo no me gustaría estar y en los de esas dos de ninguna manera. Lo que no entiendo es porque el Sr. Puigdemont sigue sonriendo. Ya ves, Junqueras no mueve un músculo, pero el otro no para con sus risas y sonrisas. Que me recuerda a la actitud de los trileros de la corrupción que entraban en los juzgados sacando pecho. Pues este parecido: ha hecho un daño terrible a su “país” y al nuestro; ha conseguido romper la convivencia ciudadana; gracias a sus esfuerzos su país, y el nuestro, ha perdido todas las grandes empresas que radicaban allí; se ha pasado sus propias leyes por el forro. Pues sigue sonriendo. Que quizás sea un tic.
Pero a las 10 de la mañana en Nueva Zelanda no he logrado saber nada nuevo.
En el autobús hay un letrero de lo que se puede hacer y de lo que no y resulta curioso: no se pueden tomar bebidas calientes, pero sí frías y estas preferiblemente con “tapón de rosca” (?). Tampoco comida caliente, pero sí bocadillos. Ni leche, ni fruta, pero sí dulces. Y los pasajeros deben atarse los cinturones de seguridad, pero ni un neozelandés lo lleva puesto.
Y es todo tan bonito, las cosas funcionan tan bien, los servicios públicos están tan limpios, que de nuevo me vuelven a entrar ganas de quedarme a vivir aquí, así que he decidido en este viaje, en este autobús, que el próximo será a un país donde no me den ganas de quedarme. Que hay muchos y así no me producirá esta frustración continua. El problema será convencer a Marisa para viajar con esa premisa: “un país donde no me quiera quedar”. Porque seguro que ella dirá entonces que “será un país donde ella no querrá viajar”. Veremos cómo acaba la próxima contienda viajera.
En casi cinco horas llegamos a Dunedin, pero en esta ocasión la parada del autobús no está en el centro sino en una especie de polígono industrial, aunque luego comprobamos que no está lejos de la estación de ferrocarril que es un icono de la ciudad.
Esta ciudad tiene una parte de ella situada en unas colinas y por tanto las calles son muy empinadas y encima el emplazamiento del hotel no está muy claro y en una zona sin gente por la calle a quien preguntar, así que ha sido el día más complicado para llegar al alojamiento pero al final aquí estamos.
Vamos a quedarnos 3 noches que serán dos días y medio y como hay muchas cosas que ver tenemos que exprimir el tiempo así que nada más dejar el equipaje nos vamos a la carrera (y cuesta abajo) hasta la estación de ferrocarril, pues hay un viaje turístico que sale a las 14:30 a la garganta del rio Taieri, “Taieri Gorge Railway”. Y corremos y corremos y nos saltamos algunos semáforos en rojo (¡qué vergüenza!) y llegamos a coger el tren con dos minutos de tiempo.