40. Nueva Zelanda 2017. 8 de octubre, domingo. Vigésimo día de viaje. De Te Anau a Milford Sound. Segunda parte.

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La de hoy a Milford Sound es una excursión obligatoria si vienes a este país con el inconveniente de que la climatología es muy inestable y así puede ser una putada, pues para llegar hasta aquí debes hacerlo exprofeso, ya que no te coge “camino de” ningún otro sitio y después de muchas horas de carretera.
En el autobús a la ida han ido todos viendo el paisaje con avidez (menos la “lancha de desembarco”), pero a la vuelta hay una siesta general.
Al llegar a Te Anau dejamos a la somnolienta tropa y volvemos al hotel.

En la cocina veo a un tailandés cocinando y por su habilidad deduzco que es cocinero y se lo pregunto. Afortunadamente en inglés no existen los masculinos y femeninos como en castellano, porque ni es cocinero, ni tailandés, ni varón, que es una joven de Taiwán. Le he dicho que en el colegio cuando era niño se llamaba Formosa con lo que ella ha deducido que yo era portugués. Resulta que ha estado en España dos veces, que le encanta y que tiene una amiga aragonesa. Le he escrito en un papel el nombre de mi pueblo para que se lo diga a su amiga cuando le escriba. Se me ha olvidado decirle que para la eñe debe pulsar “ALT 0241”.

Salimos para dar el último paseo del día y esto es el paraíso: en el gran parque por el que pasamos todos los días el terreno está totalmente verde, unos niños se lo pasan en grande en una tirolina, los cerezos están floridos,… Marisa me dice que quizás haya algo en este país que no vemos y que haga que no sea tan idílico. Pues lo habrá, pero en los 18 días quellevamos aquí no lo he visto.

Luego pasamos por delante de la iglesia presbiteriana donde un letrero informa que el “servicio” es a las 10 de la mañana y que hay dos días a la semana en que se pueden llevar ropas de segunda mano y materiales reciclados.

Damos una vuelta por el “paseo marítimo” y vuelven a sorprendernos las casas que hay.

No son los lujosos, y en muchos casos ostentosos, chalets españoles: son casas de madera de diseño sencillo, de una planta y todas con unos ventanales enormes, por lo menos en la fachada que da al lago. Y por supuesto sin rejas en esos ventanales, ni siquiera una verja en la propiedad. Y vuelvo a preguntarme por los bárbaros, macarras y delincuentes: ¿dónde están?

Llegamos a un pequeño embarcadero donde un letrero advierte a los propietarios de los barcos que no lleven perros a bordo, por formar este lago parte del “Fiorland National Park”. Ignoro el motivo.

 

 

 

 

 

Bajo una marquesina un grupo de chicos y chicas muy jóvenes están preparando algo de comer. Me da la impresión que emplean una cocina de butano que está incrustada en unas piedras.

Luego en el paseo un letrero muy querido: “Liquor ban área”. Así se acaba con el botellón antes de que aparezca.

Y ni un policía en Te Anau. Antes de cenar me pongo el ordenador para leer las tristes noticias de España. Hay un estupendo artículo de Muñoz Molina, pero mi gozo en un pozo: se me acerca un coreano para hablar conmigo y eso que no sabía que yo era español. Resulta que le gusta todo de nuestro país y ha estado muchas veces. Lo que más: el jamón. ¡Qué sorpresas te da la vida! No he querido romper el encanto y contarle los problemas que están, que estamos pasando.

De las iglesias.


La iglesia presbiteriana, como la católica son edificios sencillos y funcionales. No tienen una gran capacidad, pero ayer ya vimos que los fieles católicos de misa semanal no eran más de una docena, pero es que ¿quién precisa ahora una basílica para miles de asistentes? ¿Por qué los católicos especialmente, pero también los taoístas, budistas…todos necesitan edificios de techos altísimos, con columnas salomónicas, con figuras aterradoras? Lo que pasa en las grandes iglesias españolas, e imagino que sucederá en todo el mundo es que necesitan cerrar un espacio pequeño donde los fieles (pocos) no se queden ateridos en invierno.

Bueno, que me quedaría a vivir aquí, aunque tampoco iría a la iglesia.