38. Nueva Zelanda 2017. 7 de octubre, sábado. Decimonoveno día de viaje. De Queenstown a Te Anau. Tercera parte.

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La excursión de esta tarde se hace en un barco precioso llamado “Luminosa”. Cuando me dan el ticket le pregunto a la empleada si conoce esa palabra. Ni idea. Le explicó que es española y su significado. Le pongo como ejemplo que “tu sonrisa es luminosa”. Le gusta tanto la comparación que llama a su compañera y se lo comenta gozosa.

El papel que nos dan con la explicación del viaje está en castellano, con algunos giros americanos; a las luciérnagas las llama “gusanos luminosos”. Creo que de niño les llamábamos “gusanos de luz”. Por cierto, antes había pero ahora creo que han desaparecido. Los últimos los vimos en Galle, en Sri Lanka, y era un espectáculo precioso.

Nos sentamos todos los viajeros en la cabina que tiene grandes ventanales y nos dan una charla sobre la excursión y los bichos. Además de la visita a las cuevas también viajamos por el lago para llegar hasta allí y ha resultado ser un recorrido muy bonito.

Veo a una pareja cercana a nosotros y me fijo en su comportamiento sorprendente: nada más llegar ella saca una caja de pinturas y se da un buen repaso pintándose los labios y la cara. Luego saca un libro electrónico y se pone a leer. Él compensa la (falta de) comunicación con un teléfono que toquetea sin parar. He pensado que esta pareja hace un pequeño crucero por un lago precioso con unas vistas maravillosas y lo mismo les daría viajar en la línea 6 de metro de Madrid desde Méndez Álvaro a Avenida de América. Bueno, aquí es más cómodo.

Todas las montañas que rodean el lago están totalmente cubiertas de árboles y arbustos completamente verdes.

El barco va bastante rápido y en un momento que pasa entre unas islas disminuye la marcha y aprovechamos para subir a cubierta. Es una pena que el cielo esté tan nublado y las montañas tengan una visibilidad reducida. Luego el barco vuelve a ganar velocidad y, como en el viaje del tren, solo nos quedamos en cubierta los fanáticos, hasta que Marisa decide que basta de radicalismo y regresamos al salón camarote.

La visita a las cuevas se hace en grupos pequeños. A nosotros nos toca con un grupo de chinos, aunque deben vivir aquí o en Australia pues con un niño pequeño hablan en inglés y con la abuela en chino.

Dentro de las cuevas está prohibido hacer fotografías de cualquier tipo y me parece una idea estupenda. Quizás lo vendan como una media conservacionista, pero es que no se podría andar por aquellos pasillos si el personal se pusiese a hacer fotos.
La vista de la cueva como tal es algo espectacular, pero lo realmente fuera de toda comparación es un viaje que se hace totalmente a oscuras en una barquita donde vas los 10 ó 12 el grupo con la guía por un túnel que debe tener unos dos metros de altura o menos y con muchísimas luciérnagas en paredes y techos. Porque además tienes que estar totalmente en silencio.
La guía arrastra la barquita tirando de una sirga que hay en la pared pero realmente la oscuridad es tan grande que no ves nada más que los gusanos.

Acabas ese minicrucero y sales de la cueva.
Café y té a cuenta de la empresa y un vídeo donde ves el comportamiento de esos jodidos gusanos. Y empleo ese fuerte calificativo, pues una de las cosas que ves es que cuando un gusano se aproxima demasiado a otro este se lo come y para ello emplean un método con unos hilillos pegajosos. Muy interesante.

Regresamos Te Anau. Breve descanso en el hotel y paseo al atardecer por la orilla del lago. Allí descubro que una abreviatura que ponía en muchas calles y que yo traducía como “Doctor”, en realidad era “Drive”, que significa eso “calle”. O mejor una clase de ellas. Así “Lakeside Drive”. ¡Cuánta era mi ignoracia y cuántas calles creía dedicadas a los médicos!

En el paseo vemos un bonito hidroavión que está estacionado en el lago y que esta mañana hemos visto despegar.

Cuando Marisa está haciendo unas fotos me siento cerca de la orilla y un pato se acerca confiado hasta un metro de mí, seguramente esperando que le dé algo de comer.

Esta confianza en los humanos desaparecerá en cuanto aumente el turismo chino. Ayer vi en Queenstown a unos niños persiguiendo a unos patos en un parque e incluso tirándoles piedras. Así aquí en cuanto sepan lo que les espera perderán su inocencia. Se les acabó el paraíso terrenal a patos, gaviotas, gorriones y demás aves del edén.
Han llegado los hunos.

Sobre las cuevas de Te Anau y sus bichos.
Formaban parte de las leyendas maoríes, pero no fue hasta 1948 cuando un “resuelto” explorador, Lawson Burrow, las descubrió después de tres años de búsqueda. A pesar de su potencial turístico se ha intentado restringir el acceso a esta área entre otras razones por ser un lugar donde vive el takahē, (Porphyrio hochstetteri), extraña ave que no vuela y se creía extinguida hasta que se volvió a encontrar en 1948 en estos parajes que forman parte de las montañas Murchison. Ahora hay unos 350 ejemplares viviendo en todo el país pues se ha reintroducido en algunos lugares, especialmente islas, libres de depredadores.
Pero el ser más famoso en las cuevas es su luciérnaga.
Es un bicho diferente a las nuestras pues es luminiscente solo en sus etapas de larva y pupa y no de individuo adulto. Su nombre es “Arachnocampa luminosa” (casi como nuestro barco, eso quizás tampoco lo sabía la joven de los billetes) y pertenece a un grupo llamado “mosquitos de los hongos”. Y otra característica muy especial: de adultos no se alimentan, no tienen boca. Pero para compensar cuando son larvas son terribles: además del canibalismo que cité antes, se sujetan en el techo de la cueva y producen unos hilos pegajosos que cuelgan de ellas y donde las diferentes presas caen al ser atraídas por su luz. En nuestras luciérnagas la luz de los individuos adultos sirve para atraer a sus parejas con fines reproductivos. ¡Ah el amor!
Bueno, un poco también con las neozelandesas, pues en su época de pupa son luminiscentes, pero lo son más las hembras que los machos y así se aseguran la cópula cuando eclosionan. Eso creo que ya no se llama amor. Pero es que la hembra del individuo adulto muere en cuanto pone los huevos. Naturaleza cruel: no sirves, pues al muladar. El macho puede vivir unos 5 días.
Misterio resuelto.

Cuando visité la cueva y hasta que no vi el video donde explicaba todo el ciclo vital de la “Arachnocampa luminosa” estuve muy preocupado por cómo podría sobrevivir esa especie.
Creía que, como en nuestras luciérnagas, los individuos luminiscentes de los techos eran ejemplares adultos. Pero comprobé con mis ojos, con terror, que en cuanto uno se aproximaba a otro se lo zampaba. ¿Cómo podrían llegar a procrear si no había ningún tipo de cortejo, ni menos de apareamiento? Estos eran peor que los del Vaticano, que por lo menos allí aunque no procrean, tampoco se los comen.
Y así se resuelve también el segundo misterio: los adultos no tienen boca porque quizás siguen teniendo ese apetito voraz de las larvas y así no se comen a su prole.
Así que ni Vaticano, ni Vulcano.