Hay veces en que por los avatares del viaje no puedo escribir el borrador el mismo día y lo hago a posteriori, pero en algunas pocas ocasiones no lo hago en todo el viaje y luego reconstruir la crónica me resulta muy difícil. Esto es lo que me ha pasado en los dos días en que hemos estado en Queenstown.
Salimos de Franz Josef y volvemos a ver a lo lejos las montañas nevadas que rodean al glaciar. Luego a lo largo del camino seguiremos viendo montañas, ríos y prados. Es un paisaje precioso. Lástima que desde el autobús las fotografías no puedan mostrar la naturaleza en todo su esplendor. Por eso cuando viajamos con nuestro propio vehículo los recorridos se nos hacen larguísimos: hubiésemos parado multitud de veces para fotografiar todo lo que veíamos. Pero hoy vamos en autobús, así que hay que conformarse con lo que se puede, si bien es verdad que el vidrio de las ventanillas a veces provoca un fenómeno de filtro especial.
Pasamos por Fox Glaciar y allí suben más pasajeros: todos chinos.
La carretera va paralela al mar de Tasmania; aquí sí que dejó su nombre el holandés.
Paramos en una piscifactoría de salmones que tiene también un pequeño restaurante. En su tienda de cosas típicas veo el precio de la miel: 30$ neozelandeses el kilo, a unos 18€. Aunque hubiese ido a 1€ no es producto muy conveniente para llevar en el equipaje. No quiero ni pensar que se te rompa el frasco dentro de la maleta. Y que encima atraigas a una legión de abejas.
Por la naturaleza, por los pueblecitos por los que pasamos e incluso por las grandes ciudades que hemos visitado, este país me parece una maravilla para vivir. Y encima sin los regionalistas que estos días nos están machacando a pesar de estar tan lejos. Quizás deberíamos de dejar de leer las noticias patrias y solo los periódicos locales.
El autobús hace una breve parada en un punto llamado “Knight’s Point” donde hay un mirador sobre el mar de Tasmania y un monolito con una curiosa historia que creo que no se atreven a poner en la placa conmemorativa, pero que he encontrado en Wikipedia. (¡Cuánto te debemos!).
Porque tú te preguntarás que de dónde viene se nombre, que quién era el “caballero” anónimo al que estaba dedicado.
Resumiendo: en este punto se encontraron la carretera que estaba siendo construida desde el sur con la que lo hacía desde el norte e hicieron un monumento para dejar constancia de este hecho.
Había llegado una delegación desde Wellington y dijeron que el monumento se debía llamar como un alto funcionario del ministerio de obras públicas. Entonces los que estaban trabajando allí les contestaron que ya tenía un nombre, “Knight”. “¿Y quién es ese “Caballero?”. (Piensa en “Caballero” como un título británico). Les contestaron que era el nombre del perro de un aparejador de la obra que había estado allí durante la construcción.
Ahora entenderás porqué en la placa del monumento habla del honorable primer ministro que el 6 de noviembre de 1965 inauguró esta sección de la carretera a través del paso Haast, pero no dice nada del “Caballero”, ni del perro. Ni del aparejador.
Curiosamente no se puede pasear con perros por allí.
Paramos en un lugar donde hay una bonita catarata, Thunder Creek Falls, y se cambian los conductores de los autobuses, del que va con el que viene: de esta manera todos duermen en casa.
Paramos de nuevo para un café un establecimiento muy curioso. Está situado en medio de la nada rodeado de un paisaje precioso.
Allí encontramos un letrero muy especial en los lavabos, vaya, dos.
Uno es la puerta de los lavabos: un par de ovejas con el letrero “Mixed Flock”.
Otro, también en ese entorno: “No ocultes tus síntomas detrás de la puertas cerradas”. Haciendo referencia con esas “closed doors” a las de los lavabos. Porque es una advertencia sobre el peligro del cáncer de colon. Dicen lo que debes hacer y acaban con un triste mensaje: “cada mes mueren 100 neozelandeses de esa enfermedad. Evita ser uno de ellos y únete a los 130 que se curan”.
Este último trayecto parece ser un recorrido casi turístico, pues además de la información que proporciona el conductor hacemos alguna breve parada. Así llegamos al lago Wanaka con ambiente típico vacacional.
Y de nuevo campos cuidadísimos de viñedos.
Y por fin, a media tarde Queenstown, ciudad denominada como “Global Adventure Capital”. Y aquello ya no tiene nada que ver con las etapas anteriores.
Las calles están repletas de jóvenes que han debido venir aquí en busca de esas “aventuras”.
La ciudad está situada a orillas del lago Wakatipu y allí nos dirigimos después de contratar el alojamiento, de nuevo en un albergue de la YHA, aunque este de tipo ciudadano.
El lago una maravilla: tranquilo en aquellos momentos y rodeado de preciosas montañas.
Y, ¡cómo no!, una barandilla con los malhadados “cadenas d’amour”, así en su idioma original. Moda estúpida, que, con una frase hecha, diría que “ha llegado hasta las antípodas”.
De uno de ellos han colgado, imagino que posteriormente, otro pero con clave numérica y firmado por Jessica. Y esto da para muchas interpretaciones: “¿Esta Jessica es un “tercero”, o mejor “tercera”, que se ha interpuesto entre los dos primeros “candaderos”?”. “¿Por qué este segundo candado está con clave y no es de los habitúales de llave?” Entiendo que en los de llave los “candaderos” tiran la llave a lo más profundo del mar o del río después de unir (falsamente) sus vidas con aquel acto de estupidez supina de cerrar un candado sobre un cable o una pasarela. Pero si lo que haces es poner uno con clave eso puede significar que lo puedes quitar en cuanto se te pase el amor, la pasión e incluso la tontez y reutilizarlo porque tu nuevo amor es un “verde” (¡ojo robots!, un “verde” en el sentido de conservacionista, no de libidinoso) y lo necesitas para la bicicleta. Porque si lo cuelgas con llave luego necesitas una radial para quitarlo. O un nuevo novio (no celoso) que sea cerrajero.
Así, que lo dicho: mejor un candado con clave y que solo la conozcas tú.
También en el paseo marítimo una cafetería con muy buen aspecto y nombre especial: Patagonia.