19. Nueva Zelanda 2017. 28 de septiembre, jueves. Décimo día de viaje. Picton. Tercer día. Primera parte.

by

Hoy vamos a dedicar el día a una excursión por el “Pelorus Sound” y como sale de Havelock nos vienen a buscar al hotel con una furgoneta. Imagino que en temporada alta habrá más viajeros, pero hoy vamos solos.

 

Una simpática joven nos lleva hasta allí. En el camino pasamos por muchos viñedos que constituyen unas de las atracciones turísticas de esta comarca de Marlborough. Son plantaciones muy cuidadas. Para nosotros lo más sorprendente es que a pesar de ser viñedos todo el suelo es verde: son tiras de campo cubiertas de verde entre las hileras de las viñas, lo que contrasta con la habitual sequedad de nuestras tierras vinícolas. Todo el trayecto entre ambas localidades está verde, pues además de esos viñedos también hay prados con corderos. ¡Qué país tan bonito!
La mañana es fresca y unas nubes bajas cubren todo el cielo. Afortunadamente irán desapareciendo a lo largo del día y acabaremos con un día soleado.

De Picton a Havelock tardamos 45 minutos. Marisa me dice que a esta ciudad se la conoce como “la capital del mejillón”.

La excursión de hoy la vamos a hacer en un “Mail Boat”, el “Pelorus Express”, que como su nombre indica es un barco que lleva y trae el correo, haciendo al mismo tiempo un recorrido turístico por estos “sounds”.

El trayecto depende del día pues hay cuatro a lo largo de la semana y dura aproximadamente 7 horas. Así te advierten, entre otras cosas, que te lleves comida pues no se para en todo el día, excepto para entregar y recoger el correo en algunos embarcaderos.
La primera sorpresa es que el correo se sigue llevando en “sacas”: en este mundo tan avanzado tecnológicamente esos costales siguen siendo la “unidad de transporte” de la correspondencia. Y también me sorprende que siga habiendo este tráfico postal. Así nuestra joven conductora entra en la oficina de correos antes de llegar al embarcadero y aparece con un montón de esos sacos, si bien todos bastante escuálidos.

Ya en el embarcadero nos esperan algo más de una docena de pasajeros.

El barco se llama “Pelorus Mail Boat” y lo patronea un setentón ayudado por nuestra jovial conductora que hace además de guía turística explicando interesantes historias (de las que apenas me entero), entregando y recogiendo el correo en las diferentes paradas y conduciendo a ratos la embarcación.

En la media docena de paradas ha aparecido alguna persona mayor, a veces acompañada, para recoger y entregar la correspondencia y han aprovechado para contarse las últimas noticias. En todos los casos estaban esperando en el embarcadero excepto en uno en el que el capitán ha tenido que tocar la bocina (¿se llamará así, “bocina”?) porque no había nadie. Al final ha aparecido una joven que imagino estará desesperada de su vida pues todo el recorrido ha sido a través de canales y ensenadas donde solo había algunas casitas, pero nunca una verdadera población.

Vaya, como ayer, pero algunas veces las “casitas” eran casas impresionantes por su situación.

Quizás por eso, en general, los carteros eran gente de unos 80 años, que deben estar allí esperando quizás la muerte, pues es un lugar bien extraño para acabar tus días.

Todo el territorio que hemos recorrido estaba cubierto de verde excepto algunos claros donde acababan de talar un bosque. Esta es otra de las particularidades de esta zona: grandes bosques y muy tupidos de coníferas que cuando los talan y hasta que vuelven a replantarlos dejan el terreno como si hubiese pasado el caballo de Atila.

En las zonas boscosas grandes helechos arborescentes que a los no iniciados pueden parecer palmeras.

El barco tiene una zona cerrada con ventanales, una “bañera” en la popa (igual es un pleonasmo y todas las bañeras están en popa) y una zona encima de la zona cubierta. Nosotros hemos estado todo el viaje en el exterior, los niños de un lado para otro y algunos viajeros siempre en la zona cerrada.

Me ha sorprendido una pareja mayor en la que él miraba atentamente el mapa y ella hacía sudokus. Rápidamente les he juzgado: él muy interesado en el viaje y a ella le importaba un pimiento: se podría haber quedado en casa. Pues ha sido un juicio injusto (o casi), pues se han bajado en uno de los embarcaderos del camino (en este caso sin carteros, ni correo) con unos cuantos bultos pues parece que iban a una de esas extrañas casas que hay en las orillas y ella debía estar cansada de hacer este recorrido; la sorpresa era él: ¿qué hacía con ese mapa?


En el viaje de regreso han vuelto a subir al barco. Todo un misterio.

La joven cartera se ha mostrado como una entusiasta guía y esto es algo que estoy viendo en este país con otras personas, como ayer en el viaje a la isla de Motuora, o en el conductor del autobús a Wellington. Parece que les encanta su trabajo.

En la bañera del barco viaja la mayor parte del tiempo una pareja de unos 60 años. Ella es fea, pero él es muy feo: cara abotargada, roja, roja, calvo vergonzante de serlo…Cuando se fotografían, y lo hacen con bastante frecuencia, ¿cómo se verán el uno al otro? ¿Pasará con la percepción de la belleza como con el sentido del olfato que es el primero que se satura? Porque tú entras en un lugar putrefacto y si aguantas 20 ó 30 segundos ya te puedes quedar allí todo el día. Quizás a esta pareja les ha pasado lo mismo: la primera vez que se vieron pensaron: “¿Vaya tío/tía más feo/fea!”, pero luego se acostumbraron. Además llegó el amor que todo los suaviza o por lo menos lo emborrona. (¿O distorsiona?).
Y ahora venga a hacerse fotografías.

Uno de los puntos clave del viaje es pasar por delante de una roca donde hay una colonia de alcatraces. Hemos tenido la suerte de que allí estaban pacientemente quietos esperando que les fotografiásemos y además el mar no estaba muy movido. Yo diría que solo por eso ya merece la pena el viaje. Por si quieres venir se llama la colonia Waimaru.


Estas aves cuando están en las rocas son muy atractivas y bonitas, pero cuando están en el aire su vuelo es majestuoso. Lástima que hoy todas prefiriesen estar sentadas.

Otra de las cosas interesantes es una visita a una batea de mejillones. En estos parajes se ven bastantes de ellas, pero a diferencia de las gallegas, estas tienen sujetos los racimos con los moluscos a una estructura de grandes boyas.

La guía ha explicado durante un buen rato como funcionaba ese negocio, pero yo casi solo he entendido la palabra “mejillón”, “mussel”.
Luego al acabar la exposición ha pasado entre los viajeros una batea como de juguete para que el personal acabase de comprenderlo. Al final se nos ha acercado a nosotros dos (una clase particular) y a una chica suiza que iba sola y con quien hemos estado charlando un rato.

Acabamos la excursión y la conductora nos ofrece la posibilidad de regresar a Picton por una carretera que discurre por la costa, con más curvas, pero mucho más bonita y para que podamos poder tomar algunas fotografías. ¡Mira que hay gente amable!


Así la vuelta ha sido realmente preciosa.
Y así con este viaje tan interesante hemos acabado la estancia en esta tranquila y bonita ciudad.

PS
En nuestro último paseo por Picton descubrimos una especie de pato enorme y con una cabeza rarísima. Marisa no quiere fotografiarlo a pesar de que se pasea tranquilamente por el césped de un parque pues está empeñada en que es un ejemplar enfermo. Afortunadamente tenemos Google y descubro que es el famoso “pato criollo” o “Muscovy duck”. Muy interesante.